La perla del Danubio
domingo 09 de agosto de 2020 | 10:00hs.
Jóvenes relajadas en las escaleras del parlamento.
Por Marcelo Rodríguez comerciales@elterritorio.com.ar
Nos alojamos en un departamento muy moderno en un edificio muy antiguo a pocos metros de la avenida Andrássy, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2002. La arteria data de 1872 y a sus lados se levantan edificios y palacios renacentistas, que albergan tiendas como Dior, Dolce & Gabana, Armani, entre otras que te dejan boquiabierto por la producción que hay detrás del armado de las vidrieras. Es arte y profesionalismo. Además hay restaurantes y cafés, también la Ópera de Budapest, que en esos días de octubre estaba siendo refaccionada. Por debajo circula la segunda línea más antigua de subterráneo, después de la de Londres, el metro M1, a cuyos vagones se puede acceder libremente pues no hay molinetes que se accionen previo pase del ticket, pero si algún inspector lo solicita y uno no tiene, las multas son bastantes altas.
El sistema de transporte es muy bueno y se pueden combinar el metro (lo que nosotros conocemos como subterráneo), con tranvías, colectivos, trolebús y hasta un funicular. Puede resultar conveniente comprar un abono y olvidarse de comprar boletos cada vez. El funicular (Budavari Sikló) se puede tomar después de cruzar el Puente de las Cadenas, para ir al Castillo de Buda. El precio es carísimo si se tiene en cuenta que son pocos los metros de recorrido, pero atracciones son atracciones y en vacaciones uno gasta en cosas que normalmente dejaría de lado. ¿Cómo privarse, entonces, de entrar a la Pastelería Gerbeaud, una confitería paquetísima a la que acudía la emperatriz Sissi a devorar sus tortas, para tomar un café o chocolate disfrutando de la ambientación decimonónica y una atención excelente. Los precios? Por favor, algunos gustos hay que darse. En el turismo cultural, además de los museos y lugares históricos, una parada obligatoria es el mercado. El de Budapest permite en su planta baja comprar carnes, verduras y por sobre todo pimentón, un componente indispensable en la cocina húngara para elaborar la paprika y usarla en el gulash. El piso superior ofrece múltiples opciones para comer y beber además de artesanías y recuerdos.
Transitar las calles es como estar en una película del pasado, incluso puede pasar que, como nos ocurrió a nosotros, de pronto te encuentres en medio de un rodaje de una escena bélica. Con miles de visitantes es posible observar los más variados rasgos étnicos. Se puede ir de un lado al otro del Danubio, es decir a Buda o a Pest por los numerosos puentes que unen la gran urbe. El más famoso es el Puente de las Cadenas con sus leones sin lenguas emplazados en ambos extremos. Otro es el de las Margaritas desde donde se pueden obtener excelentes panorámicas de la ciudad. Por los puentes pasan el transporte público, taxis, gente en bicicleta, patinetas, trotando.
Hablando de vistas, excluyente son las que se pueden obtener desde la colina de Buda, ya sea desde el Palacio o desde alguno de los museos. Quizás el no entender nada del idioma te lleve a explorar, a meterte por pasillos y puertas y encontrar que en la antesala de un baño se encuentra plagado de cuadros con las publicidades de hace siglos, incluso marcas que aun hoy existen.
Budapest resulta de la unión de Óbuda, Buda y Pest. Zona habitada primero por los celtas, invadida después por los romanos y luego tomada por las tribus magiares, hoy separada por el Danubio están Pest, la parte más nueva y comercial y es llana, y por otro lado Buda, más señorial, escarpada y con ciertos aires medievales.
Budapest es un placer para los ojos que amerita recorrerla sin rumbo prefijado. Ir dejándose llevar la curiosidad por esas calles descubriendo detalles como por ejemplo ese edificio con pequeños retratos en su frente que resultó ser el Museo del Terror, un lugar donde eran llevados los ciudadanos para ser torturados. O encontrar estacionado entre lujosos autos un sencillo auto de la época comunista. Sorprenderse con el altar erigido en el tronco de un árbol a Michael Jackson. Lo religioso tiene cabida también, la iglesia de San Esteban es imponente, grandísima y su clima sobrecogedor. A pesar de sus numerosos visitantes, hay un clima místico que transporta. Quizás el arquitecto al diseñar el templo buscó ese efecto. Un detalle: no se paga para entrar a esa iglesia, sí para acceder al campanario, que tiene 96 metros tanto como el parlamento, y como ningún edificio puede exceder esa altura, la visión panorámica abarca hasta los confines.
Al final del recorrido del funicular habíamos mencionado el castillo, también se encuentra el Museo Nacional de Hungría, donde es posible recorrer la historia y el arte del país. Podés ver el busto de Biró, el inventor del bolígrafo, por ejemplo, o cómo eran las casas en el período comunista, elementos de las guerras y revoluciones. En fin se trata de una ciudad para perderse recorriéndola, a toda hora, parando para comer o deleitándose con las cervezas artesanales en los bares en ruinas, porque no da ir a esos lugares para beber Corona u otras marcas desabridas. Y no privarse de comer la cocina del este europeo. Y por sobre todo tener el espíritu abierto porque la gente tiene la mejor buena onda.
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