El femicidio de Liliana Toth dejó al descubierto otro crimen de Luka

domingo 06 de enero de 2019 | 6:00hs.
Teodoro Lukasieweicz estuvo prófugo, escondido en el monte, hasta que lo capturaron en Roca Chica.
Teodoro Lukasieweicz estuvo prófugo, escondido en el monte, hasta que lo capturaron en Roca Chica.
Cuando después del mediodía del 18 de agosto del año pasado el nombre de Teodoro Lukasiewicz apareció en las primeras planas de los medios de comunicación bajo condición de femicida prófugo, los hijos del agricultor Ramón Zárate presintieron que se trataba del mismo hombre a quien durante más de 30 años maldijeron infinidades de veces.
Inmediatamente lo relacionaron con la muerte de su padre, indagaron un poquito más y confirmaron que el sujeto que esa mañana había asesinado a su concubina, Liliana Toth (56), de una puñalada en la espalda, era el mismo que en 1985 le había quitado la vida de un balazo en el pecho en un bar situado en las afueras de Gobernador Roca.
El crimen reciente dejó al descubierto el anterior, ya olvidado pero constituido como el secreto más oscuro de Lukasiewicz. Pocos recordaban que Zárate murió en sus manos, excepto Toth, que creyó en sus palabras y fue parte del proceso de reconstrucción que enfrentó cuando salió de la cárcel, después de cumplir su condena. Se enamoraron y tuvieron hijos. Después sobrevino el maltrato.
El femicidio de Toth no solamente convirtió en reincidente al Luka (como le dicen), sino que puso en relieve su personalidad explosiva y calculadora. “Los dos crímenes son el resumen perfecto de lo que era Lukasiewicz. Se enfurecía y reaccionaba sin que importara las consecuencias”, aseguró un vecino que lo conocía del barrio 25 Viviendas.

Por la espalda
El femicidio de Toth ocurrió a media mañana de ese sábado en medio de un encuentro familiar en el que ni siquiera hubo discusiones, pero sí comentarios a modos de reclamos.
La mamá de la mujer, de 86 años, fue la última en recibir un gesto cálido del impredecible asesino. Segundos antes de arrebatarle la vida a su hija, la abrazó fuerte y sentenció: “Yo te quiero mucho, te mezquino abuela”. Le dio un beso. Cuando la soltó, caminó en silencio hacia la calle, rodeó un auto que estaba estacionado y de atrás lanzó la estocada con un cuchillo de dimensiones similares a un machete. La víctima no lo esperaba, por lo que no pudo ni siquiera defenderse. La anciana, a quien el acusado abrazó, vio a su hija desangrarse. El sujeto se aferró al arma y corrió al monte, aprovechando el desconcierto.
Para los que conocían los vaivenes de la relación, fue el punto final más trágico a una larga trama de discusiones, reclamos y maltratos. Los testimonios recogidos por los investigadores dan cuenta de un vínculo cada vez más resquebrajado por las reacciones del hombre, calificado por sus vecinos como “celoso, impulsivo y violento”.
En ese contexto de reclamos y prohibiciones, cuentan que eran cada vez más frecuentes las peleas entre ambos. Él se imponía y la habría golpeado varias veces, aunque esos ataques nunca derivaron en denuncias porque después de cada pelea, se reconciliaban.