Asesinos, entre la carencia de normas morales y frustraciones

domingo 06 de enero de 2019 | 6:00hs.
Pocos años antes, el boxeador fue considerado una promesa del deporte.
Pocos años antes, el boxeador fue considerado una promesa del deporte.
Cristian Valdez

Por Cristian Valdez fojacero@elterritorio.com.ar

En la madrugada del viernes 7 de febrero de 2003, José Aníbal Meza (39), quien en ese entonces era visto como una promesa del boxeo misionero, se convirtió en asesino.
Estranguló a su ex novia, Karina Villán y con la intención de borrar toda prueba, enterró el cadáver a orillas del arroyo Mártires. Habían terminado la relación meses antes pero como esa noche la vio en un baile, se ofreció acompañarla hasta la casa -en Itaembé Miní- y en el camino quiso violarla. Ella se resistió, peleó y ante eso, la mató.
Inicialmente negó los cargos pero por la contundencia de las pruebas decidió admitir su culpabilidad para ser beneficiado con la pena más baja: 8 años. Fue así que todo se resolvió en un juicio abreviado y la condena fue cumplida en la Unidad Penal I de Loreto, donde -en base a su comportamiento- logró acceder a las salidas transitorias a mediados de 2010.
Fue en ese contexto que, haciendo changas para obtener unos pesos, se ganó la confianza de un matrimonio de ancianos que vivía en una chacra situada en la zona del Teyú Cuaré, localidad de San Ignacio.
Sin miramientos y hasta -tal vez- desconociendo la condición de reo de Meza, Luis Lesinzki (70) y Oralina Sibre (72) lo recibieron para alimentarlo y hacer tareas rurales que ellos, por su edad, ya no podían. De eso se ocupó hasta que en un momento se enteró que tenían alrededor de 20 mil pesos ahorrados y a principios de julio del 2011 los asesinó: Luis fue decapitado y Oralina masacrada a mazazos.
Trató de escapar, como la vez anterior, pero un mes después fue capturado y depositado en la misma penitenciaría que hasta ahora lo tiene como interno.
Iba a ser juzgado el año pasado por doble homicidio calificado criminis causa pero decidió usar la misma estrategia que antes, reconociendo su culpa en un juicio abreviado que le significó la quita de los agravantes y en definitiva, obtuvo otra vez una condena mínima (8 años) por cada víctima, es decir que estará 16 años en prisión, de los cuales este año cumplirá la mitad.

Sin frenos inhibitorios
Meza es ejemplo contundente de la reincidencia homicida. Mató una vez, siendo un deportista con cierta proyección provincial y ni bien pudo, asesinó de nuevo, como un peligroso criminal.
Los casos como este se repiten a lo largo de la historia policial de Misiones, siendo uno de los más recientes el protagonizado por Teodoro Lukasiewicz (64), femicida de Laura Liliana Toth (56) en la localidad de Gobernador Roca.
Este hombre, de personalidad explosiva, en 1985 había matado a balazos a un hombre, después de un pleito en un bar y a mediados de agosto del año pasado asesinó a su concubina de una puñalada en la espalda. Su instinto asesino quedó nuevamente al descubierto.
Pero, ¿qué lleva a una persona a matar dos veces, o tres, o las que sean? ¿Qué tiene en la cabeza un homicida? ¿Cómo piensa? ¿Qué rol cumplen las prisiones? Esas preguntas (y otras) fueron las que El Territorio les formuló al doctor Enrique De Rosa, reconocido psiquiatra, neurólogo, médico legista y perito forense, además de presidente de la Asociación Argentina de Victimología.
Explicó que, en general, la mayoría de los individuos que cometen delitos contra la integridad de las personas poseen una estructura cognitiva sin frenos inhibitorios que los lleva a perpetrar, en este caso, homicidios. “Son fallas graves de los frenos inhibitorios, mecanismos que tenemos los seres humanos para entender que algo no se debe hacer, no sólo como una medida de protección a sí mismo sino también hacia el otro. Estos individuos no toman conciencia del peligro para ellos, ni para los otros, de lo que están haciendo porque en su escala de valores no funcionan esos mecanismos y eso los hace muy peligrosos, porque no tienen ningún alerta que los limite”, sostuvo.
Más allá de eso, analizó que cada uno de los reincidentes de delitos en modalidades graves tienen mayoritariamente perfiles diferentes, pero el gran problema (también un punto en común) es que son sujetos que han cambiado una serie de hábitos, concepciones y normas morales, en los cuales ese punto importante denominado ‘valor vida’, para él mismo inclusive, está devaluado.
“En los delitos sexuales, por ejemplo, el que abusa de una menor no cree que está haciendo algo malo, por eso lo hace; al igual que el ladrón que reincide crea una habitualidad porque no siente que está haciendo algo más que ‘trabajar’. En el caso del homicida, en algún punto sabe que no es bueno asesinar pero tampoco está sintiendo la carga moral que tenemos la mayoría de las personas que integramos la sociedad”, explicó.

No matarás
El experto añadió que “la norma moral mas importante (para el asesino) es su bienestar y no la carga que significa el ‘no matarás’, un tabú instalado socialmente que nos permite sobrevivir. No hay un ‘no matarás’ en todas las religiones, son tabúes que uno tiene incorporado y que estos sujetos (homicidas), por desórdenes en su evolución psíquica y en su etapa educativa, además del contexto social en el que se desarrollan, no han podido introyectar. Están fuera del aspecto humanidad”.
“Para crear un perfil de un homicida, ahora se tienen que abordar categorías individuales de un sujeto, es decir, qué variables tienen sobre los aspectos morales, el control de los impulsos, si puede frenar su frustración. Más que una estructura de personalidad fija, es una serie de variables que tienen que ver con el funcionamiento psíquico en que las predominantes son el grado de empatía, de control de los impulsos y la posibilidad de pasaje al acto, como centrales”, puntualizó.
Seguidamente, De Rosa expresó que otro rasgo muy presente en la personalidad delictiva de los delincuentes en general (más allá de los homicidas) es la incapacidad para manejar la frustración. “Son personas a las que les cuesta mucho comprender un ‘no’, por ejemplo. Eso les genera una angustia que no pueden gestionar”, profundizó.
La pregunta respecto de que si una persona nace o se convierte asesina, tuvo una respuesta clara: “El asesino se hace. Por un lado están las patologías de control de los impulsos o cuadros psicóticos extremos, pero este es un problema crónico de falta de educación durante el crecimiento, en los que tiene mucho que ver la formación del sujeto y el contexto. Con esto no quiero decir que es un problema de clases”, explicó y reflexionó que “todos podemos ser asesinos en algún momento de la vida porque tenemos ese impulso natural humano extremo de eliminar lo que nos hace mal, pero nuestras reacciones a determinadas situaciones nos termina de definir como tales y en ese punto, en la mayoría de las personas sobresalen las normas morales y sociales que nos permiten no cruzar el límite. En el caso de los asesinos reincidentes no ocurre por el simple hecho de que no las tienen”.


“La cárcel favorece la reincidencia”

Salvo algunos casos, en otros lugares del mundo, donde existen cárceles específicas para recuperar a delincuentes condenados por delitos graves, como asesinatos o violaciones, De Rosa entiende que en Argentina “la cárcel favorece la reincidencia”.
Ejemplificando esa idea, graficó que “si mando a un chico repetidor a un grado repleto de repetidores y en el cual todos hablan cada vez peor, sin dudas va a empeorar en vez de mejorar. Eso pasa ahora en este país. No existen las condiciones para ayudar a los delincuentes a rehabilitarse, a entender que afuera existe otro modo de vida que va más allá de delinquir. Por eso digo, aunque suene duro, que así como están aumentan las posibilidades de reincidencia”.