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Delincuentes confesos, desesperación y beneficios

domingo 03 de febrero de 2019 | 6:00hs.
Robalde dijo ser inocente hasta que ante los jueces de Eldorado confesó el asalto y acusó a los policías.
Robalde dijo ser inocente hasta que ante los jueces de Eldorado confesó el asalto y acusó a los policías.
Cristian Valdez

Por Cristian Valdez fojacero@elterritorio.com.ar

El martes 24 de octubre de hace dos años, el rosarino Miguel Ángel Robalde (38) se declaró culpable con una tranquilidad pasmosa. Después de estar detenido poco menos de tres años, ante los jueces del Tribunal Penal Uno de Eldorado que lo estaban juzgando por el violento asalto al empresario náutico de esa ciudad, Manfredo Nolff, admitió que fue uno de los cinco atacantes.
Confesó que con protección policial ingresaron esa madrugada a la propiedad, golpearon al damnificado con brutalidad asesina, gatillaron las armas en su cabeza y al final se escaparon con apenas 20.000 pesos y 1.200 dólares, un porcentaje mínimo de los 2 millones que pretendieron robar.
Después de escuchar en silencio a los testigos, esa mañana Robalde pidió la palabra y descargó una catarata de acusaciones, desligando primeramente a su consorte de causa: Jorge Fabián Duarte. Narró paso a paso lo que ocurrió antes y después del crimen e implicó de modo directo a policías que cumplían funciones en la Brigada de Investigaciones de la Unidad Regional III.
“En primer lugar quiero empezar diciendo que tuve participación en el robo a la familia Nolff. Quiero confesar eso. No quisiera estar pasando por este momento y tampoco quería que la familia esté acá por esto. Ya recordaron todo lo que pasó, lo que sucedió, yo lo quise declarar desde un primer momento pero por distintas razones habladas con mi abogado no lo hice”, dijo.
Sus primeras palabras dejaron boquiabiertos a todos en la sala de debates, debido a que durante toda la investigación se dijo inocente y llegó a la instancia final con una coartada que hasta ese momento parecía sólida.
“Estoy acá porque la Policía lo quiso y no porque la Policía haya investigado qué pasó. Esto pasa cuando vos no pagás a la unidad la plata que ellos quieren. Eso me pasó a mí. Duarte está acá por lo mismo, pero no porque fue a robar conmigo, sino que la Policía lo trajo acá, lo incriminaron con fotos. Él en ningún momento participó del robo. En lugar de él debían estar los Aguilera. Los de la Brigada de Investigaciones inculparon a Duarte para que los verdaderos culpables sigan en libertad”, continuó Robalde.
Recordó que estuvo vinculado a una causa similar pero cuando recuperó la libertad viajó a Buenos Aires, donde su esposa e hijo estaban atravesando un mal momento como consecuencia de una gran inundación en la cual perdieron sus bienes. “Fui a buscar a mi familia. Ellos estaban mal, no tenían nada, habían perdido todo. Yo estaba en una situación caótica, no sabía qué hacer, no sabía de qué disfrazarme, hasta que recibí una propuesta en la que todo era fácil. Me brindaban comunicaciones con los handies de la Policía, apoyo logístico, me metían y me sacaban del lugar del hecho y me dijeron que había 2 millones de pesos y una colección de armas que ellos querían. Nosotros (por la banda) habíamos transado con el jefe de la Brigada de Investigaciones (lo identificó con el apellido de Rolón), que fue el que me rompió todo cuando me detuvieron. Ellos me dijeron: ‘Venite que acá hay algo fácil, te damos apoyo, te apagamos las cámaras y te brindamos apoyo de frecuencia para que escuches que no te va a pasar nada’, por lo que acepté”, continuó diciendo, dando nombres y lujo de detalles.
Robalde confesó que esa noche eran cinco. Siempre según su testimonio brindado ante los magistrados, a la casa de Nolff entraron él, Ariel Aguilera y Jorge ‘Tolay’ Olivera, mientras que afuera quedaron (en un coche) los uniformados, a quienes identificó como Alonso y Ranger.
“Todo se salió de las manos. El botín que habían dicho no existía y ahí vino todo lo que pasó después, la familia lastimada. Estoy arrepentido, me hicieron re mal y ahora no tengo familia, no tengo nada. Sólo me queda una foto de ellos”, dijo antes de sentarse.

“La confesión no es una sentencia”
La inesperada confesión de Robalde puso en el ojo de la tormenta a la Policía de Misiones, precisamente a los uniformados de la Brigada de Investigaciones de la Unidad Regional III de Eldorado, que fueron sometidos a una doble investigación, en el ámbito judicial e institucional.
Pero cabe preguntarse qué lleva a un criminal confesar su delito. Cuando, en la mayoría de los casos, tienden a ocultarlo hasta las últimas consecuencias por la lógica razón de que pretenden ser absueltos de culpa y cargo. Incluso, algunos jamás lo admiten aunque las pruebas sean irrefutables. Culpa, arrepentimiento, miedo, deseos de obtener algún beneficio, son algunos de los motivos que aparecen en escena.
Por qué lo hacen y cuáles son los pasos que siguen ante la confesión de cualquier tipo de delito, sea al inicio o en la instancia decisiva de un debate -como pasó con Robalde- es lo que nos ocupa.
Para entender un poco más sobre eso, El Territorio entrevistó al prestigioso abogado penalista Hugo López Carribero, quien aclaró que “la confesión de un criminal nunca hace a la prueba por sí misma. Es decir, esa confesión debe ir acompañada de otros elementos que confirmen la veracidad, tanto así que si confieso un homicidio y haber matado a una persona, con eso sólo no alcanza. El fiscal y el juez tienen que probar que ese día y a esa hora, yo estuve ahí, porque puedo estar mintiendo”.
“Una confesión no siempre es una sentencia condenatoria porque hay confesiones que pueden ser verdades y otras que son mentiras, como un recurso extraordinario que encuentra el criminal para alivianar su grado de responsabilidad. Es bueno aclarar que la confesión no hace a la cosa juzgada. Sólo con eso no alcanza para condenar a una persona y repito, esa confesión se debe certificar con otros elementos de prueba que sería el plexo probatorio”, explicó y añadió que “en el derecho penal no basta con el reconocimiento del hecho, sino que ese reconocimiento debe ser convalidado. Eso es fundamental”.

Desesperación y beneficio
De acuerdo a lo explicado por el especialista López Carribero, el que confiesa lo hace por dos razones: una de ellas vista como un acto de desesperación y la otra es la búsqueda de un beneficio.
“Los que no están desesperados en obtener un beneficio nunca confiesan, no son tan ilusos. Por eso, las veces que el preso se siente acorralado, deprimido, hostigado o tal vez abrumado por el crimen que cometió, decide asumir la responsabilidad para que la condena no sea tan severa”.
Si bien no existen estadísticas relacionadas a este tipo de curiosidades judiciales, el abogado admitió que no es lo más común, mencionando que en el ámbito bonaerense, apenas uno de cada 30 delincuentes admite que cometió el acto criminal en algún momento de la etapa instructoria de una causa.
“No es lo más común. Cuando una persona enfrenta a la Justicia, de cada 30 acusados, 29 intenta eludirla. Hay ejemplos pequeños donde se establece la confesión, pero esos ejemplos aislados pretenden bajar la pena o mejor dicho, morigerar la sanción punitiva. Es decir que a un asesino que le correspondería 25 años de prisión por haber cometido un crimen, si confiesa, le dan quince o 20. Pero no es lo que habitualmente se ve en tribunales. En ese ámbito se ve el ocultamiento, no la confesión”, analizó.
En ese contexto, hizo mención a los juicios abreviados en los que es requisito fundamental la confesión del delito, pero se desarrollan en la instancia final de la causa, previo al debate y cuando los elementos de prueba están expuestos sobre la mesa, en la mayoría de los casos acorralando al acusado. “Lo hacen (los acusados) para merecer una pena menor a aquellas que le correspondería si enfrentan el debate, pero en casi la totalidad de los casos son por delitos menores. No hay abreviados por homicidios agravados, por abusos sexuales o con muchos acusados en los que es difícil que se pongan de acuerdo. Esos indefectiblemente deben ir a juicio”.
En Misiones esos números se invierten en casi 180 grados. En los tribunales penales sobresalen los juicios abreviados por cualquier tipo de delitos, hasta por cruentos asesinatos. Fuentes tribunalicias calculan que un 90 por ciento de las causas se abrevian por una cuestión de celeridad, aunque en medio pueden aparecer algunas denuncias por supuestas presiones que los acusados aseguran recibir de parte de las autoridades judiciales que intervienen: fiscal y abogado defensor.
Para Carribero eso tiene sustento en dos cuestiones, por un lado en la “falta de jueces en los tribunales (lo que en Misiones se está subsanando) y por otro, en la deficiencia investigativa con el consecuente material probatorio carente de solidez”.

90%

Juicios abreviados .
En Misiones, nueve de cada diez causas se resuelven mediante juicio abreviado, en el que el acusado debe admitir su culpabilidad.

La validez de una confesión Explicó Carribero que, para que la confesión tenga validez, debe ser prestada en sede judicial, ante un juez competente, debe ser circunstanciada, extenderse en un acta y fundamentalmente debe ser libre por parte del imputado, con discernimiento y sin que su intención se encuentre viciada.
En este marco, la confesión del imputado -para ser válida- debe ser tener verosimilitud por sobre todas las cosas, apariencia de verdad de acuerdo con las leyes de la naturaleza, del curso ordinario de las cosas y los datos suministrados por la instrucción acerca de la persona del inculpado y de la manera como se ha cometido el delito investigado.
Es necesario -añadió- que el hecho confesado sea posible y verosímil atendiendo a las circunstancias y condiciones personales del procesado y también debe haber precisión, porque las consecuencias legales son tan graves que importa que sea articulada con esos extremos.
No puede tampoco faltar persistencia y uniformidad. “La confesión debe ser por su naturaleza persistente, es decir que el individuo debe siempre declarar sin vacilaciones sensibles. Además debe ser concordante con todos los hechos acreditados en le proceso”, acotó.
El especialista manifestó por último que la confesión debe ser creíble. “Debe notarse claramente que el confesante ha podido discernir la verdad de lo que declara, porque si una persona confiesa -por ejemplo- que mató a otro de una puñalada en el pecho pero la autopsia determina que murió de un balazo en la cabeza, surge la duda de que efectivamente lo haya apuñalado. En este caso la confesión necesitará la comprobación y colección de pruebas para aclarar el tiempo, modo y lugar”.
Carribero refirió como punto fundamental que a fin de apreciar la veracidad de la confesión criminal debe tenerse en cuenta el estado mental del confesante, es decir, el pleno dominio de sus facultades mentales. “Si todo lo mencionado no se cumple no es válido para el proceso, haciendo que la mentada confesión sea nula de nulidad absoluta e insalvable”, aseveró.