Reconocer o no reconocer a Maduro

domingo 13 de enero de 2019 | 6:00hs.
Gonzalo Peltzer

Por Gonzalo Peltzer gpeltzer@elterritorio.com.ar

Sólo me acuerdo con precisión que ocurrió el último día que me hice la rata (que salí como quien va al colegio, pero me fui a pasear hasta la hora de volver a mi casa), así que calculo que debió ser en los meses de invierno de 1968. Aquel día conocí los documentos de reconocimiento de la independencia argentina que se exhibían en el Palacio San Martín, la Cancillería de la calle Arenales de Buenos Aires, un palacio imponente que fue la casa de la familia Anchorena.
En el gran salón, que debió ser el comedor de la casa, cubierto de maderas como si fuera un inmenso mueble por dentro, se exponían esos días los reconocimientos de nuestra independencia que atesora la cancillería en sus archivos. Son diplomas y sellos de los países que nos reconocieron como soberanos e independientes. En el lugar más destacado estaba el del Reino de Portugal, de 1821, que fue la primera potencia que reconoció a la Argentina como nación soberana. Chile y la Argentina se reconocieron tácitamente como países independientes en un tratado de 1819, promovido por San Martín, pero para las potencias del mundo eran dos países jóvenes que tenían que demostrar su viabilidad como independientes. Se entendía en esa exposición que la Argentina estaba especialmente agradecida a Portugal por haber abierto la puerta a los demás reconocimientos. Algunos de ellos llegaron muchos años después, como lógicamente el de España, que fue en 1859: tardaba en resignarse a perder sus posesiones americanas, tanto que en 1866 todavía andaban buques españoles hostigando a chilenos y peruanos en el Pacífico.
No era chiste eso de reconocer a una nación que no había probado nada al mundo. Bastaba que las tropas realistas consiguieran aplastar la sublevación americana para hacer un papelón ante otras potencias, y si además eran amigas de España no era cuestión de reconocer a sus hijos rebeldes. A Portugal no le preocupaba quedar mal con España sino todo lo contrario: le interesaba la paz con Argentina para quedarse con la Banda Oriental. Después de Portugal y gracias a los esfuerzos diplomáticos de Rosas, nos reconocieron formalmente los Estados Unidos de América en 1822 y la Gran Bretaña en 1825. La Gran Colombia firmó un tratado –reconocimiento tácito– con Argentina en 1823 y el Imperio del Brasil nos declaró la guerra en 1825 (otro reconocimiento tácito). Siguieron el Reino de Piamonte-Cerdeña en 1837, el Reino de Dinamarca en 1841, la Ciudad Libre Hamburgo en 1844 y la de Bremen en 1845 y el Reino de Suecia en 1846.
El reconocimiento de un estado y de un gobierno eran esenciales para existir en el mundo, y mucho más hoy en el mundo globalizado. Sin esos reconocimientos no hay inversiones, ni relaciones posibles. Los ciudadanos de un país no son reconocidos en el otro (no tienen derechos ni personería posible) y los gobiernos no pueden ejercer ningún poder ya que para quien no te reconoció, sencillamente no existís, como diría Maradona.
Algo de eso está pasando estos días con el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela. Nuestro país y otros 50 no han reconocido a Maduro como presidente constitucional de Venezuela alegando que usurpa el poder por no porvenir de unas elecciones libres. Tampoco lo reconoce la Unión Europea, la ONU, la OEA, el Grupo de Lima… pero sobre todo lo desconoce como presidente su propia Asamblea Nacional (el Poder Legislativo). Es que para mantenerse en el poder Maduro convocó hace dos años a una Asamblea Constituyente que se proclamó soberana; la Asamblea convocó a elecciones presidenciales que se celebraron en mayo del año pasado y como Maduro controla el Poder Electoral, ganó por amplia mayoría. El jueves pasado asumió esta presidencia lenta ante el Tribunal Superior de Justicia; a la ceremonia asistieron solo los presidentes amigos de Cuba, Nicaragua, Bolivia y El Salvador, también el de Osetia del Sur, un país que ni figura en el mapa precisamente porque solo lo reconocen Rusia (en contra de Georgia), Nicaragua y Venezuela.
Ahora resta saber si es eficaz hoy en día reconocer o no reconocer a un gobierno. Pero en el mundo mandan los hechos más que el derecho: si Maduro consigue imponerse por la fuerza, seguirá en el poder aunque sea aislado, como Cuba, y no tendrán nada que hacer los reclamos de todos los países del mundo.