En agosto se presenta en Posadas

“Me gusta que me desafíen, pero trato de medirme y de disfrutar”

Ezequiel Brizuela, destacado flautista académico, habló de la exigencia en Suiza, la madurez, sus desafíos, cómo los canaliza y sentencia: “Estoy en la transición al profesionalismo”
miércoles 24 de julio de 2024 | 6:05hs.
Ezequiel, en el hogar familiar: de Grillos a las grandes ligas. Foto: Natalia Guerrero
Ezequiel, en el hogar familiar: de Grillos a las grandes ligas. Foto: Natalia Guerrero

Jugar en las grandes ligas ofrece un abanico de contenidos que pueden utilizarse para cuando es necesario el frac, como también para cuando hay que pisar descalzo la tierra misionera. Y allí, con ese antagonismo de momentos, siempre hay espacio para nutrirse, reflexionar, proyectar y marcar el camino.

Por allí transita a los 27 años Ezequiel Brizuela, a quien la música lo llevó a convertirse en un flautista sobresaliente, pero que deja en claro que todos los días hay que alimentar el conocimiento.

Formado en Grillos Sinfónicos, la escuela familiar, hoy está radicado en Lucerna, Suiza, donde se recibió de licenciado en Artes Musicales, da clases, cultiva experiencias y también se hace un lugar para el deporte. Pero el paso previo por Buenos Aires fue determinante para este presente: su recorrido por la Academia del Teatro Colón y la sabiduría de grandes formadores terminaron de moldear el proyecto para su vida.

“Destaco a Claudio Barile (reconocido flautista, solista de la Filarmónica de Buenos Aires) y Amalia Pérez (también sobresaliente flautista)”, relató sobre sus formadores y contó que esta última fue la que lo guió. Y ahí surgió la pregunta: “¿Y ahora qué? Amalia me dio la perspectiva de cómo se enseña en el más alto nivel. El centro de Europa, el gran paso era Suiza, aproveché un viaje y me quedé tres meses”, recordó.

¿Dónde surge la motivación para decir ‘quiero más’, el click que te empuja para decir ‘necesito más fuego’?

Las personas que conocí en el camino me inspiraron a ver un poco más en el horizonte, en este caso te di el ejemplo de Claudio Barile, que para mí es una leyenda de lo que es flauta en Argentina. Cuando lo conocí, okey, pensé… que yo sabía mucho, pero el nivel de detalle con el que trabaja él cada día me apasionaba mucho eso. Cómo una persona puede estar tan atenta y concentrada al detalle, que todo el tiempo está preguntándose qué puede hacer mejor de lo que hago muy bien. Después, cuando la conocí a Amalia Pérez fue otra cosa, no solamente se puede tocar muy fino sino que el sonido puede ser grande, el sonido de una flauta puede competir contra el de una orquesta de 120 músicos. También esta otra idea del detalle y lo grandioso del instrumento me llamó la atención.

Tengo amigos que se dedican a la música y fueron una gran inspiración para mí. Personas que me emocionan y digo ‘quiero ser parte de eso’.

¿Te das cuenta que estás para más o es por etapas?

Lo hablábamos con un amigo, él me decía ‘tengo momentos en que puedo con todo’. Y yo al contrario, siempre me sentí muy normal, en el sentido en que siempre hubo momentos de mucha presión y tuve que delegar el trabajo. Está bien, me gusta que me desafíen, desafiarme pero hay un momento en que siento que me voy a romper. No soy el súper hombre, que se habla hoy en día, los medios, las redes sociales tienden a que en todo momento uno busque su súper yo en todo momento; y yo al contrario trato de medirme, pongo esfuerzo y dedicación pero trato de seguir disfrutando.

¿Y hay mucha presión?

Sí, en música clásica siempre hay presión. Es un instrumento muy competitivo, al igual que el violín y el piano, mucha gente toca y hay pocas plazas. En una orquesta profesional hay dos o tres o cuatro flautas en el mayor de los casos. Entonces la presión está, si no soy lo suficientemente bueno no puedo ser músico, porque no puedo vivir de eso. Antes por ignorancia me sacaba el peso de encima, pero con el tiempo viene y te preguntas qué voy a hacer de mi vida si somos tantas personas para tan poco tiempo. Y en ese sentido siempre encontré solucione intermedias, como cuando terminé la Academia del Colón y toqué en una orquesta de menos nivel, la de Avellaneda. Y mientras tanto seguía tomando clases para el paso previo al profesionalismo. Mi punto seguro hoy es dar clases.

¿Vivís de eso?

Vivo de eso en gran parte, mientras tanto estoy haciendo mi master, preparándome para audiciones de orquesta, que en Europa la competencia es más dura.

Cuando ocurre ese escenario, ¿cómo canalizás con exámenes tan pesados y descomprimís?

El deporte es muy importante. Primero, los vientistas en cierto punto somos deportistas. Tenemos que tener nuestro sistema de respiración al tope, prácticamente ser deportistas. Por ese lado el deporte es importante y por otro, la meditación… es uno de los pocos momentos en que uno piensa solo en lo que está haciendo y no piensa en todo lo demás. Es una meditación para mí el deporte, también lo social, también lo pedagógico. Si se quiere, lo más estresante de la música clásica es la competencia, la técnica del instrumento y un poco la salida sería lo que nombré.

¿Qué diferencias notás entre la música de acá y la europea?

En el panorama general, cuando más avancé en la música clásica, me di cuenta de que la estructura en educación está mucho más fija que acá. Los conocimientos básicos son muchos más estructurales que Posadas, por ejemplo. Tampoco tengo la experiencia de haber estudiado en la Escuela de Música, pero mi aprendizaje de chico siempre fue más de oído, tener la experiencia más intuitiva desde el comienzo y después aprender más de lo teórico. En Buenos Aires también hice una academia de orquesta muy práctico y cuando llegué a Suiza, que hice la licenciatura, me dio quizás una base más teórica de cómo se interpretan los diferentes estilos. Quizás en Argentina fue un poco más libre mi parte, agarro una obra y voy viendo qué saco de eso. No hice lo más teórico en Argentina, pero sentí en Suiza que los conocimientos teóricos tienen la vara más alta, que es lo mínimo que tenés que saber para interpretarlo. Pero hay compositores, como (Astor) Piazzolla que no les interesa qué instrumentos tocan su música, sino que haya algo del lenguaje impregnado. En cambio en la música barroca se escriben tratados, detalles muy específicos de cómo se tienen que tocar las obras.

¿Consideran que hay buenos músicos?

Sin dudas, y en todas las ramas. Martha Argerich es queridísima, en Lucerna toca al menos dos veces al año, ella vive en Ginebra. (Daniel) Barenboim es muy reconocido, Sol Gabetta es muy reconocida dentro de lo académico. Después tenés (Alberto) Ginastera, (Astor) Piazzolla, raramente los profesores se meten mucho en la interpretación de Piazzolla, es como una manera de decir ‘no me juzguen’ como argentino y voy y toco Piazzolla. Es absurdo, que hayas nacido en un lugar no quiere decir que toques mejor, es absurdo, pero está un poco esa fantasía, porque los mejores te dirán que lo que hacés no está bien.

¿Qué tiene la música académica que te atrapó?

Toqué el saxo y tuve bandas con varias experiencias en la música mal llamada popular o urbana. Y lo que terminó decidiendo mi dirección fue la tradición del instrumento; mi instrumento siempre fue la flauta traversa. Ya hay una escuela y una manera de tocar el instrumento de hace más de 100 años, hay otras escuelas interesantes pero no tienen el recorrido que técnicamente tiene la flauta. Un poco el recorrido y las diferentes escuelas, el abanico es mayor con flauta traversa.

¿Se puede tocar música académica con instrumentos similares?

Ahí está un poco la cosa del compositor. (Johann Sebastian) Bach decía que en cierto punto componía música absoluta, voces no instrumentos. No le interesaba qué instrumentos toque esa voz, siempre y cuando el registro sea el adecuado.

¿Cuándo un músico se da cuenta que llega al público con lo que hace?

Lo primero que uno debería hacer como músico es convencerse a sí mismo. Hay un músico de jazz que dice ‘la música es para el oyente, pero el primer oyente es uno’. Si vos no estás feliz y convencido es difícil convencer a la gente que eso es de calidad. No creo que uno debe estar batallando y martirizando la música para que a otra persona se convenza, sino que uno debe estar convencido. Eso no quiere decir que uno no esté con el proceso de la obra completamente cerrado, porque la gente se emociona. Mis padres se emocionan, mi hermana fue a escucharme y me dice ‘sos el mejor’. Y no soy el mejor. Hay muchas cosas que entran en el público y también es importante tomarse el tiempo y charlar con el público. Todos los feedback son buenos. Cualquier evento que sucede en un concierto y te digan es súper válido.

A la distancia, ¿estás pendiente de cómo evoluciona la música en Misiones?

Algo que me parece destacable es la utilización de las nuevas tecnologías. A partir de la pandemia –que por favor no vuelva nunca más– se hizo un gran avance en cuanto a la formación online, acercar herramientas y recursos que tenemos en otros lugares del país y el mundo sin que la persona esté físicamente. Eso fue ventajoso para el centro musical de la provincia y para los músicos, el convenio que tiene la Fundación Grillos con la Universidad Nacional de Arte, esa comunicación funciona más fluida que cuando yo terminaba el secundario. Yo viajaba una vez al mes cuando estaba en quinto año a Buenos Aires a una clase y hoy no es necesario.

¿Qué te dio Suiza?

Madurez, sobre todo. El hecho de estar solo en un lugar con un idioma diferente, con una cultura y forma de relacionarse diferente me obligó  empezar de cero.

¿Tomaste conciencia?

Estaba en un estado de supervivencia, tratando de cumplir con el día a día que me exigía la escuela y el país. Suiza es uno de los países más duros para quedarse legalmente, había estudiado alemán pero comunicarte y hacer tu día a día es más complejo. Mi pareja (que es suiza) es una ayuda grandísima para entender a esta gente, su manera de pensar…

Cuando está en la balanza el objetivo por un lado y por el otro los afectos, entre otros: ¿pesa más el hambre de gloria?

Ya en Buenos Aires pesó. Si se quiere un despego grande fue soltarme de Grillos, fue mi zona de confort de alguna manera, aprendí y empecé a dar clases y transmitir mis conocimientos. Fue más difícil haberme mudado a Buenos Aires que a Europa, porque un ideal era Europa que tenía hace mucho tiempo. En cambio acá estaba todo lo que había conocido y de pronto el salto a Buenos Aires. Fue difícil pero no tanto, hay personas que sufren mucho más.

¿En qué momento estás?

Estoy en la transición al profesionalismo, diría. Porque ya tengo la experiencia, ya tengo la experiencia de dar clases, la experiencia de haber tocado en muy buenas orquestas, incluso en Europa. Toqué con la Sinfónica de Lucerna, por ejemplo… Sí, estoy en eso, estoy en el momento en que se abren muchos ríos, vienen muchos objetivos y algunos ya los estoy recorriendo, como dar clases, que es algo de lo que podría vivir. Tengo un contrato con una escuela de música privada, pero también lo tomo como una base económica para seguir preparándome para alguna audición de orquesta o la posible fundación de un grupo de música de cámara. Algo que me dé más trabajo, además de las clases.

¿Qué lugar ocupa la música para vos?

Mi desafío y confort. Estoy desafiándome constantemente, pero sé que a la vez puedo volver y bajar unos cambios y autorregular mi humor, mi percepción de las cosas. Percibir las cosas más graves de lo que son es un error que tengo, no todo es tan malo ni todo tan bueno.

Perfil

Ezequiel Brizuela
27 años. Músico posadeño, flautista.
Se formó en Grillos Sinfónicos hasta los 18 años.
En Buenos Aires hizo la Academia del Teatro Colón (dos años) y tuvo la experiencia de orquesta.
En 2019 se radicó en Lucerna, Suiza. Es maestro y licenciado en Artes Musicales, con especialización en flauta traversa.


Para agendar

En Posadas se presentará en el Espacio Urunday, en Bolívar 1697 casi Buenos Aires, el 8 y 9 de agosto a las 21. Previo a ello, esta semana (27 y 28) se presentará con la Orquesta del Teatro Argentino de La Plata en la capital de la provincia de Buenos Aires.

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