Cuál es el rasgo fundamental del mileismo

miércoles 27 de marzo de 2024 | 6:00hs.

Acabo de leer una versión muy original —generada por un especialista en Filosofía del Lenguaje— que pienso debe ser de muy compleja comprensión literaria para muchos de los lectores de El Territorio.

Como analista y simpatizante de ideas de avanzada, siento un deber aclarar los conceptos del profesional —investigador del Conicet y profesor universitario de Filosofía del Lenguaje— quien hace una original interpretación del lenguaje del presidente Milei, relacionado con sus principales adversarios: los simpatizantes del “colectivismo”; por lo que el autor afirma que “…para comprender cabalmente el programa de Milei, el eslogan ‘No hay plata’ no debe ser leído como descriptivo sino como normativo: no importa si el Estado tiene o no tiene plata, lo que importa es que no debería tenerla”. La base del programa de Milei es                     —entonces— moral. Buena parte de los opositores, pero también de quienes lo votaron e incluso que aún lo apoyan, ven el ajuste, sin ver el escondido propósito “revolucionario”.

Este programa viene acompañado de una batalla cultural que implica un desmantelamiento con el que Milei cubre una gran diversidad de concepciones de la vida, del bien común, de la idea misma de Nación. Y esta batalla la está llevando a cabo de modo cruel. Si la humillación es una forma específica de la crueldad, la mejor definición del acto de humillar es aquella según la cual “humillar es desvalorar las palabras que le importan al otro”.

El citado especialista, doctor Federico Penelas, insiste en que Milei está dando esta batalla cultural humilladora, poniendo en el foco de sus ataques verbales, palabras valoradas por los argentinos en su autoidentificación, como por ejemplo: “La justicia social es una aberración”, que Milei repite una y otra vez.

Produjo así una metáfora escalofriante con la que pretende humillar a buena parte de la sociedad argentina, motivada con el sentimiento de esas palabras asumidas históricamente como sagradas.

Y Penelas, prestigioso estudioso social, se pregunta “¿Qué papel cumplen las humanidades en este contexto?; en el actual ajuste, la acusación de Milei a las humanidades (y también a las ciencias básicas) es la de inutilidad. Somos un derroche para el Estado porque implicamos un mero gasto inútil.

Como agregado da un ejemplo de esta utilidad, desde la filosofía: en aquel discurso de Milei en Davos, definió “mercado” en términos de “mecanismo de cooperación social”, entendiendo la idea de “cooperación” como involucrando la “voluntad libre” de los cooperantes. “El mercado, por definición, es libre y su defensa es moral: la libertad es el bien moral a preservar”.

El único “fallo” posible del mercado —aclaró Milei— es que la voluntad no sea libre, es decir, que se interrumpa el mercado; y el único agente capaz de interrumpirlo, introduciendo algún tipo de coerción, es el Estado. Pero Milei olvidó (o esconde) que hay distorsiones no estatales al libre mercado: los monopolios. Milei objeta —defendiéndolos— que los monopolios no interrumpen la voluntad libre, su defensa es que la concentración monopólica ha generado un gran crecimiento de la riqueza en la historia de la humanidad. Y es justamente allí donde un filósofo mete la cuchara, afirma Penelas.

En el argumento central de su nota, Penelas dice “…lo que se puede decir es que allí hay un cruce de dos concepciones éticas antagónicas: la deontológica (un acto es valioso moralmente por algún rasgo propio al mismo acto) y lo consecuente (un acto es valioso moralmente de acuerdo con sus consecuencias beneficiosas). Pues ha defendido el mercado por sus rasgos intrínsecos (la libertad), pero ha defendido los mercados monopólicos por sus consecuencias (el crecimiento de la riqueza). Un filósofo puede así demostrar el fracaso del argumento”.

Otro filósofo —reflexiona Penelas—debería asesorar al Presidente para mejorar su discurso. Los filósofos, como todos los que trabajamos en humanidades, somos muy útiles.

El feminismo, la teoría de género y el ambientalismo son los nuevos enemigos que MiIei proclama. Desterrar lo implicado por dichas teorías, supone identificar a sus perpetradores ideológicos; y es allí donde Milei señala y acusa a uno de ellos: las universidades. Las humanidades, como motor de la vida universitaria, como forjadoras de los mejores argumentos lingüísticos para enfrentar las discriminaciones de género y los efectos del cambio climático, que es otro de los peligros principales a los que se enfrenta el proyecto de Milei.

Finalmente, Penelas argumenta que debemos asumir el rol político que nos corresponde en esta hora: batallar con todos nuestros recursos argumentativos, discursivos y retóricos contra un proyecto cuyo norte es la disolución de todo con lo que nos hemos venido identificando en tanto partícipes de la Nación Argentina.

“No hacerlo, o hacerlo a medias, podrá colocarnos en la situación de aquel recordado personaje de un tango de Discépolo cuando, derrotado, confesaba: Yo quise hacer más, pero sólo fue un ansia”.

Batallemos no más… que la historia nos recordará.

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