Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

Ambigrama histórico

sábado 10 de febrero de 2024 | 6:00hs.

Cuando se hace referencia al período histórico jesuítico en el área misionera (1609-1768), se menciona en varias oportunidades a los “bandeirantes”, especialmente hasta el año 1641 cuando se produce la batalla de Mbororé; según el relato tradicional fue el último ataque de los portugueses a las reducciones jesuíticas, el triunfo de los guaraníes reducidos comandados por los sacerdotes frenó el avance portugués sobre dominios españoles, desalentó la “caza” de los nativos para someterlos a esclavitud e inauguró un período de paz que redundó en el progreso de los pueblos de indios durante un siglo.

Mientras que de este lado del río Uruguay, los bandeirantes han sido descriptos como mercenarios asesinos, en la otra orilla, la historiografía brasileña tradicional los consideró “héroes valientes que trabajaron por la construcción del país y expandieron sus fronteras”; este relato se expandió mayormente durante todo el siglo XX, en especial a partir de la creación y difusión de una versión idealizada, difundida para dar a conocer las raíces del progreso de la ciudad de San Pablo.

Los bandeirantes eran integrantes de una “bandeira”, etimológicamente esta palabra significa bandera en idioma portugués, bajo esa denominación algunas se formaban “expediciones de captura” de nativos para venderlos como esclavos y otras se dedicaban a buscar metales preciosos; generalmente seguían el curso de los ríos en los dominios portugueses en América del Sur, territorios extensos y desconocidos.

La necesidad de mano de obra esclava surgió inmediatamente después de la colonización de Brasil en el año 1500; a medida que se adentraron en el continente se crearon nuevos asentamientos, uno de ellos fue São Paulo dos Campos de Piratininga, en enero de 1554, allí se construyó una casa para albergar a una docena de jesuitas, con el fin de evangelizar a la importante cantidad de nativos que habitaban esa región; el nombre del sitio fue elegido en el santoral católico que ese día y mes conmemora la conversión de Pablo de Tarso.

En poco tiempo se transformó en una aldea pequeña, con unos mil habitantes, vivían de una agricultura casi de subsistencia, ya que en la zona no se encontraron riquezas minerales; la mayor fuente de ingresos era el comercio de “los negros de la tierra” como llamaban a los indígenas, a quienes capturaban para venderlos como esclavos a los propietarios de plantaciones e ingenios azucareros del nordeste de Brasil; la producción de caña de azúcar se expandió a gran velocidad, generó mayor demanda de mano de obra, por consiguiente impulsó las expediciones o bandeiras, especialmente a partir de la invasión holandesa de 1624 a 1625 en Salvador de Bahía y de 1630 a 1654 en Pernambuco.

Volviendo a Las Misiones, la primera bandeira de la que se tiene noticia documental -hasta la fecha- se produjo en los últimos meses de 1628 o los primeros de 1629, la cantidad de integrantes también es confusa, para algunos autores estuvo conformada por 100 vecinos paulistas y alrededor de 2.000 indios comandados por Manuel Preto, para otros investigadores los colonos de San Pablo llegaron a ser cerca de 900 y los nativos reclutados fueron tupíes únicamente; fue la primera en la que participó Antonio Raposo Tavares -nombre maldito para nuestra historia regional-. el objetivo era destruir los pueblos de indios creados por los jesuitas en la región del Guayrá -actual Estado de Paraná, Brasil- y tomar la mayor cantidad de nativos posibles para el comercio esclavista. Fue el principio del proceso de expulsión de los sacerdotes españoles de los dominios portugueses, la expansión de las fronteras de ese reino y el aseguro de la posesión de las tierras que hoy comprenden los Estados de Paraná, Santa Catalina y Mato Groso del Sur. Raposo Tavares fue uno de los más “encumbrados” bandeirantes, se lo conocía como “velho” o viejo. Nacido en Beja, un pueblo milenario de Portugal, en 1598, a los 20 años llegó a América con su padre, entonces designado Capitán Mayor y Proveedor Mayor de la Capitanía de San Vicente, su madrastra María da Costa los acompañó; a poco de llegar ella fue acusada de “judaizante” y encarcelada durante seis años por el tribunal de la Inquisición.

En ese lapso de tiempo el padre de Raposo falleció, él decidió mudarse a San Pablo, donde lo nombraron Juez Ordinario y Magistrado General de la Capitanía de San Vicente, instaló su casa y hacienda en las inmediaciones; secundó su primera experiencia en una bandeira o “viaje de exploración” en 1628, atacaron los pueblos jesuíticos españoles del Alto Paraná, capturaron cerca de 2.500 guaraníes y sumaron para la corona portuguesa más de 250.000 kilómetros cuadrados.

La regularidad de los ataques y la ferocidad desplegada -según algunas crónicas se capturaron más de 30.000 nativos, para otros el doble- fueron decisivos para el éxodo jesuítico guaraní, emprendido en 1631 y encabezado por el sacerdote Antonio Ruiz de Montoya, un recorrido de más de mil kilómetros y miles de guaraníes sobrevivientes de los ataques portugueses, en el trayecto murieron más de la mitad de los indios, el resto refundó las reducciones de San Ignacio Miní y Nuestra Señora de Loreto en territorio misionero.

De regreso en San Pablo, Tavares fue nombrado juez -corría el año 1633-, tres años más tarde comandó una nueva bandeira directo hacia las reducciones jesuíticas del sureste del río Uruguay -actualmente zona de Río Grande do Sul-; a finales de esa década, con sus leales, se dedicó a luchar contra los holandeses que se habían instalado en la costa nororiental de Brasil y no participó de los hechos de Mbororé.

Raposo dirigió su última bandeira en 1648, esta vez no fue contra los jesuitas, sino el objetivo era encontrar oro, metales preciosos y, obviamente, más potenciales esclavos, con 200 paulistas y cerca de 1.000 nativos emprendió la empresa; un recorrido de 10.000 kilómetros siguiendo los cursos de los ríos, así llegaron hasta Perú, ascendieron a la zona andina, descendieron por las cuencas de los ríos Guaporé, Mamoré y Madeira hasta llegar al Amazonas, estuvieron casi un año perdidos sin saber adonde se dirigían; tres años y medio tardaron en regresar y ni sus familias pudieron reconocer a los 59 paulistas y unos pocos indios que entraron en San Pablo.

Tavares murió en 1656.

Los historiadores brasileños que pusieron en revisión esta etapa de ese país, también pusieron en cuestión tanto la heroicidad de Raposo Tavares y algunos colegas suyos, como la calificación de bandidos, violadores y asesinos; se encargaron de difundir que las ilustraciones e imágenes fueron creadas recién en el siglo XX, aportaron nuevas causas posibles e introdujeron en las investigaciones sobre los bandeirantes dos temas espinosos: el papel de la Inquisición en América y el rol de la Compañía de Jesús.

Qué enriquecedor sería conocer la historia común regional, compartirla y construirla desde su especificidad y sin fundamentalismos…

¡Hasta la próxima semana!

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