Resiliencia

viernes 22 de septiembre de 2023 | 6:00hs.

El 20 de septiembre de 1926 fue un día caluroso y húmedo, el fin de semana anterior había llovido mucho, las tormentas “se pisaban la cola”; al mediodía el cielo se despejó, el sol arremetió sin piedad, muchas personas suspiraron aliviadas en Posadas porque los preparativos para la elección de la Reina de la Primavera, en la Casa de Gobierno, podían continuar según lo programado.

Ornamentaron las galerías, reforzaron las luces, se dispusieron las mesas con manteles impecables, el gobernador Barreyro atendió a pocos vecinos esa tarde y se fue temprano para prepararse; las postulantes al cetro -unas cuatro o cinco adolescentes- contaban los minutos, mientras las madres “plagueaban” por los efectos de la humedad en los peinados.

En la esquina de San Martín y San Lorenzo también se apreciaban señales de una reunión importante en el Club Social, la cena y baile de la primavera comenzaría como todos los años, puntualmente a las 21; después, a la media noche, los estudiantes se encontrarían en la plaza 9 de Julio -como siempre- y llevarían la tradicional serenata a los profesores, el Jefe de Policía había dispuesto esa mañana a los efectivos para los rondines nocturnos… por si acaso.

En la Villa Baja de Encarnación el trajín comercial era el acostumbrado, intenso y acompañado del bullicio característico, los carumbés iban y venían desde el puerto, las altas temperaturas auguraban más lluvias, algunas personas se percataron del “mal tiempo” que se avecinaba, cerraron puertas, aseguraron vidrieras y hasta bajaron las persianas, pero la mayoría siguió con sus tareas sin mirar el cielo o el horizonte.

 La última lancha de pasajeros zarpó hacia el puerto de Posadas, pocos minutos después los pasajeros vieron como la puesta de sol se mezcló con una formación de nubes oscuras, negras, espesas, una sensación extraña y preocupante los invadió, cuando la embarcación tocó margen argentina los viajeros bajaron presurosos, casi a los empujones, comenzaba a llover y en cuestión de segundos una cortina de agua cubrió la ciudad.

La lluvia se transformó en temporal a medida que la tarde terminaba, las fuertes ráfagas de viento comenzaron a provocar severos daños, especialmente en la Usina donde los empleados trataron de impedir que el agua dañara las instalaciones; en algún momento se dieron cuenta que Encarnación estaba a oscuras, pero no se alarmaron, la tormenta era fuerte, el servicio eléctrico de las dos ciudades era deficiente y los cortes de suministro eran habituales… lejos estuvieron de imaginar lo que sucedía en aquella ciudad.

En tanto, en Encarnación, el aspecto del cielo cambió de golpe y con él, el ritmo de la tarde también; el encargado de la Usina encendió el generador frente a las primeras sombras que adelantaron el horario habitual; los canoeros del puerto concluyeron la jornada laboral y se encaminaron a sus casas; el sacerdote José Kreuser cerró la iglesia temprano.

Poco después de las seis de la tarde el cielo encarnaceno se oscureció totalmente; desde Posadas el viento del sur se hizo sentir con más fuerza, sobre el río Paraná las ráfagas se fortalecieron y se encontraron con el viento del oeste, el choque de ambas corrientes generó una tromba -algunos dicen que fueron dos-, el embudo de viento absorbió gran cantidad de agua del río que quedó atrapada en el remolino gigantesco y sin más preámbulos se encaminó hacia la Villa, el líquido fue descargado sobre la zona ribereña de la ciudad; la destrucción fue instantánea y casi total, canoas hundidas, viviendas y edificios derrumbados, árboles arrancados de cuajo, postes y chapas azotados a varios metros, cables del tendido eléctrico desperdigados por todas partes; el fenómeno se abrió camino por la calle Mariscal Estigarribia, dejó centenares de personas fallecidas, un millar de heridos y la Zona Baja destruida.

A pesar del estupor, algunas personas pudieron reaccionar tratando de preservar vidas, tal como lo hizo el responsable de la Usina Juan Pedotti al cortar el suministro eléctrico de toda la ciudad y morir por ello.

Apenas amainó el temporal, el mecánico Jorge Memmel y el sacerdote José Kreuser decidieron cruzar el río para solicitar auxilio en Posadas; las manos expertas del canoero Ministro -cuyo nombre era Daniel Rodríguez Genés- lograron que la embarcación atravesara el Paraná; desembarcaron en el Puerto, los dos primeros corrieron en busca de ayuda, el sacerdote a la iglesia matriz San José y el mecánico a la Logia Roque Pérez; con la mayor celeridad posible se organizaron y comenzó, quizás, el más grande plan de contingencia del que se tenga noticia en este litoral sudamericano; comandados por el Doctor Barreyro, entre los primeros en ponerse en acción estuvieron los médicos Torres, López Torres, Ruiz, Ríos y Parola, se sumaron algunas Hermanas de la Caridad que se desempeñaban en el Hospital Regional y el Hospital de la Caridad, la Superiora Fortuna y las Hermanas Andresina, Godofreda, Isestrudis y Erminda con los pocos elementos que tuvieron a mano, esperaron que desde los ferrobarcos dieran la señal de partida.

Del otro lado del Puerto, el Jefe de la Subprefectura de Posadas envió a los marineros disponibles -y a medio vestir- a buscar a los dueños de canoas y lanchas de la zona para concurrir al puerto y organizar el traslado de los heridos, el Hospital Regional y la Asistencia Pública pusieron a disposición el personal médico, enfermeras, ambulancias y medicamentos; en menos de media hora -desde que llegara el pedido de auxilio- se pusieron manos a la obra; cientos de vecinos se presentaron para colaborar con las tareas de rescate, en tanto los periodistas se ocuparon de transmitir la situación a todo el país.

La ayuda desde la capital paraguaya llegó demorada por el estado de la red ferroviaria; Posadas detuvo su rutina por varias semanas, todo el vecindario colaboró en el rescate, atención de heridos, remoción de escombro, organizar colectas, recibir las donaciones que llegaban de todo el país y de Brasil, decenas de comisiones de damas, de ayuda y de socorro trabajaron sin descanso hasta que -rudimentariamente- se pudo pensar y organizar la reconstrucción de esa parte de la ciudad de Encarnación.

Aquella noche del 20 de septiembre de 1926 no se recibió a la primavera, ni se eligió una reina ni hubo serenatas en Posadas, sólo urgencia, solidaridad y hermandad.

La memoria colectiva encarnacena conserva este acontecimiento en su acervo, la posadeña poco y nada; sin embargo tenemos silenciosos mojones culturales en la capital misionera que dan cuenta de la Catástrofe de Encarnación: una placa de mármol y otra de bronce en la base de la Estatua a la Libertad en la plaza 9 de Julio, la pirámide de piedra roja ubicada en el Parque Paraguayo, el nombre de la Escuela N° 42 y la Ordenanza III - N° 57 (2004) que establece cada 20 de septiembre como Día de la Solidaridad Posadeña - Encarnacena, instrumento inspirado en uno similar de la comuna de Encarnación sancionado en el año 1998 con el número 394.

¡Hasta el próximo viernes!

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