Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

Colita

viernes 12 de mayo de 2023 | 6:00hs.

El 31 de diciembre de 1947, en el viejo barrio Tiro Federal de Posadas, el llanto de un recién nacido se mezcló con el trajinar de los vecinos, lo bautizaron Antonio, su apellido Ortiz, el tiempo lo renombró Colita; era un gurisito de pantalones cortos cuando empezó a recorrer las peñas que se organizaban “del otro lado de la avenida”, en el centro, en el Club Alemán, en el Palacio del Mate y así se integró al Coro del Instituto Santa Catalina.

No hay certeza sobre cuándo y con quién aprendió a tocar la guitarra y/o a cantar, lo cierto es que la vocación musical fue clara y firme.

Su estreno como profesional fue de la mano de Ramón Jara, en el Conjunto “Los Troperos del Litoral”, después integró el Grupo “14 de Mayo” de los hermanos González; la mayoría de edad lo acercó a Salvador Chaloy Jara que en esos días comandaba “Los Posadeños y el Jazz” y destacaba la voz de Silvio Orlando Romero; la admiración y respeto de Colita por Chaloy se transformaron en una gran amistad para toda la vida, más tarde ambos con Raúl Kot Esquivel y Rafael Villalba integraron en la ciudad de Encarnación el conjunto de Juan Carlos Soria, con el que recorrieron incontables localidades de Paraguay.

Como quien no quiere la cosa se fue de gira a Buenos Aires y demoró más de lo previsto cantando en “Mi ranchito” una típica cantina del barrio de La Boca, en la Peña “El Hormiguero” de Vicente Cidade – violinista, compositor y autor misionero inolvidable -, por más de un lustro recorrió escenarios porteños y bonaerenses con el arreglador y bandoneonista Félix Areco.

Regresó a Posadas, corría la década de 1970, trabajó unos meses en la municipalidad capitalina, fue bañero -ahora se los denomina guardavidas - en la recordada playa de El Brete -de entonces- y en la pizzería “La Tenaza” de la zona, cosechó amigos entrañables; el cantautor había nacido poco antes, siempre junto a Chaloy Jara organizaron “Los Posadeños” con Rafael Villalba, Caranchillo Rodríguez y Roque Romero, y pudieron grabar un par de álbumes, meta difícil en esos años.

En los 80 integró el inolvidable Conjunto “Santa Ana” de Ernesto Montiel, bajo la dirección de Carlos Talavera, con Lidio Reyes y Carlos Ramírez, y en el año 1983 grabó con Chaloy en la ciudad de Porto Alegre (Brasil), un cassette de colección, temas como “Patrón de mi pueblo” - acompañado por Eugenia Maidana (esposa de Chaloy) y Tachín Cavia, “Himno a la ciudad de Posadas” y “A mi Tiro Federal” de autoría compartida con Jara, “Posadeña Linda”, “Jamás te podré olvidar”, “Te fuiste, mamá” y “Recordando a un amigo” ambos de su autoría, se destacaron dentro de esta entrega.

Los estados de Santa Catalina, Río Grande del Sur y Paraná valoraron el arte y entrega de este misionero, recuerdos que perduran en memoriosos de Mbaracayú, Santa Rosa, San Luis Gonzaga y Pantanal; para entonces Lidia Chaparro era su ladera “todo terreno” y llegaron los herederos.

Concretó más grabaciones con los entrañables compañeros Cambá Gaúna, Orlando Ocampo y Luisito Godoy.

En 1996 se creó la Orquesta Folklórica Municipal de Posadas, en esa primera formación estuvo Colita con Vicente Cidade, Salvador Chaloy Jara, Juan Alberto “Tito” Molina, Luis Báez, Julio Rolón, Andrés Cavia, Ramón Rolón, Mario Gómez y Guillermo Villalba.

Los trabajos grabados titulados “Posadeña Linda” e “Himno al General Indio” se declararon de interés municipal y provincial; pese a tanta producción, la década de 1990 fue difícil de transitar, un contrato sin relación de dependencia en el Ejecutivo capitalino no alcanzaba para sostener a la familia, Colita -ni lerdo, ni perezoso- solicitó en comodato uno de los puestos de artesanos en el Parque Paraguayo; allí se instalaron con Lidia, él elaboraba llaveros artesanales, ella chipá cuerito y pastelitos, juntos resistieron la desregulación, el “uno a uno” y la soledad del Parque después de la inauguración del primer tramo de la Costanera de Posadas.

Siempre de buen talante, con anécdotas irrepetibles en los labios, el chiste oportuno y el humor ingenuo, bonachón, humilde, conocedor de los recovecos de la ciudad y la provincia, hizo un culto de la amistad y las charlas sin fin, atesoraba fotografías, programas, publicidades de actuaciones de sus colegas admirados, así era Colita.

Chaloy falleció en octubre de 2011 y se llevó con él una tajada del corazón de Colita; después se enfermó Lidia y tuvo que transformar la preocupación en gestión, entre médicos, medicamentos, sin obra social, apelando a la solidaridad de los amigos de años, rezando mientras viajaba del Hospital Madariaga a Ñu Porá, fueron meses interminables… poco a poco Lidia mejoró, volvieron a planificar los días en el Parque Paraguayo, reapareció el sueño de un nuevo grupo musical, siempre juntos, siempre sonrientes.

El plan del Universo era muy distinto, Colita se enfermó, una vida dedicada al arte y a la familia pasó factura y acusó recibo, cuando los magros recursos se acabaron, sus compañeros músicos organizaron actuaciones y MPM -Músicos Populares Misioneros- una asociación novel de artistas, realizó un Festival Solidario en la Peña Itapúa -con la colaboración de la municipalidad local- en pos de recaudar fondos para ayudar con los gastos médicos; el último sábado de febrero de 2015, Roberto Acosta, Toty de Lima y Chiqui Villalba oficiaron de maestros de ceremonias, sus compañeros de profesión  Vanessa Avellaneda, el Tano Fiorio, Prisca, Tato Lagable, Susana Gala, Joselo Schuap, Osvaldo de la Fuente, Jorge Reyes, Neco Swiderski, Gervasio Malagrida, Paola Leguizamón, Chapu Dominguez y Carlos Servián actuaron para la concurrencia pero…

 La “suerte estaba echada”, las luces se fueron apagando lentamente, el telón se cerró y Antonio Colita Ortiz se fue casi en silencio; su amada Lidia, sus hijos y un puñadito de vecinos y amigos estuvieron en el final, el 23 de marzo de ese año.

En el sepelio me hizo la última broma, según me gusta creer, los restos fueron velados en uno de los salones de la empresa Paz Eterna, sobre la avenida Lavalle; no soy de concurrir a esas ceremonias pero era un compañero y fui, ingresé y en el acceso al primer recinto de la izquierda leí su nombre, tragué saliva y entré, varias personas estaban paradas hablando en voz baja, tres o cuatro pasos me acercaron al extremo del ataúd, me detuve y levanté la vista, para mi espanto no era Colita el difunto; presenté mis respetos, saludé a la supuesta viuda -según mis deducciones- y salí avergonzada; retomé el pasillo principal y en el último salón encontré a la familia de Colita, una coincidencia inoportuna de nombre y apellido, un guiño del “más allá”.

Meses después se inauguró una placa recordatoria en inmediaciones del ex barrio Tiro Federal donde “se crió y malcrió”, según declaró su hijo Javier.

¡Hasta el próximo viernes!

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