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miércoles 26 de abril de 2023 | 6:00hs.

Andrés Soto y Cortejarena Funes, era un español de pura cepa y abolengo. Su familia vino de España a la Ciudad de los Reyes donde su padre fuera designado funcionario de alto rango en el Virreinato del Perú. Producto de la fortuna familiar, tenía buen pasar y gozaba muy bien de sus jóvenes años, inclusive frecuentaba los círculos de la corte de España, su país de origen, al que visitaba con frecuencia.

Un buen día todo lo abandonó y se metió a estudiar el sacerdocio en la Compañía de Jesús. Recibido, acompañó al Padre Antonio Ruiz de Montoya a catequizar a los aborígenes del Guaira, ayudando a crear las reducciones misioneras. Treinta pueblos que en el tiempo se hicieron leyenda desde el este del río Paraná al oeste del río Uruguay. En estos pueblos creados por la imaginación del hombre, supieron habitar en su máximo esplendor 200 mil hermanos guaraníes y no más de 180 curas.

Andrés es uno de los tantos personajes sobre los jesuitas misioneros y la influencia de orden moral y de apego a la libertad que ejercieron sobre los nativos del guarán, movidos por la inquebrantable voluntad de su fe.

La voluntad en el hombre es la virtud que decide su propia conducta. Se trata del libre albedrío navegando soberanamente en su yo interior. Lo inspira y condiciona a realizar conscientemente los actos vitales con total libertad, y resolver las opciones que se le presentan por más grande o pequeña que estas fueran.

¿Es el libre albedrío promovido por el espíritu del hombre? Si es así, cabe la siguiente pregunta terrenal: ¿Quién insufla al espíritu y lo comanda de pasar de no hacer a hacer, o su equivalente de no ser a ser? Es la misma pregunta que debe formularse frente a las transformaciones de la naturaleza: el día y la noche, las estaciones cambiantes, el nacimiento y la muerte, la juventud y la vejez, la semilla y la planta. Perfectos productos del movimiento perpetuo que todo lo transforma. Verdad natural que induce a formular la segunda pregunta ¿De dónde proviene la fuerza que activa al movimiento? ¿Viene de la nada, del espacio vacío? Imposible. Si es imposible, razonablemente puede deducirse que todo el fuego sagrado que pone en movimiento las cosas y ordena a la voluntad, debe emanar indefectiblemente de un espíritu superior que rige los destinos del universo y del hombre. ¡Sí, del hombre! Por más pequeño y finito que sea en la extensión del cosmos.

Solamente desde esa perspectiva y por medio de la razón puede explicarse de dónde provino la fuerza que impulsó la voluntad del joven Andrés Soto y Cortejarena Funes a abandonar la dulzura de su posición económica, los boatos de la corte del mundo social donde gozaba de real estima y de la preferencia de las doncellas que rondaban a su derredor. También explica la particular decisión que haya abandonado los estudios universitarios y renunciados a sus anhelados viajes a España, donde asistía a los mejores centros intelectuales de la cultura y las tertulias con nobles de la rancia alcurnia.

Todas estas bondades y placeres que le ofrecía la vida de relación, la plantó por propia decisión para meterse al convento de la Compañía de Jesús y seguir el impulso de su corazón, que le instaba a cumplir la sagrada misión revelada por su fe.

Hombres así tienen la dimensión de los héroes y los santos apóstoles, capaces de dar todo de sí, inclusive la vida, en la lucha por buscar la verdad, la libertad, la justicia y la redención dentro de la moral religiosa. Son almas misericordiosas, generosas, altruistas, que instigadas por el espíritu divino van con lo puesto a lugares alejados, pobrísimos, sin comodidad alguna, con la mística de catequizar y la ilusión de elaborar el bien común.

¡He ahí el designio del hombre de buena voluntad! ¡Trabajar a favor del bien común!

Estadio superior que, en la dimensión de la escala, va del humilde prójimo que ofrece una limosna hasta el sacrificio de cristo que dio la vida por salvar al hombre. Es la conclusión moral que define que, en la grandeza del bien común, se encuentran las almas caritativas, las almas afines, las almas ecuánimes, las almas que están más cerca de la nobleza, de las cosas simples de la vida, del cielo y de Dios.

Del otro lado se amontonan los malos y corruptos. Son malos y corruptos los que oprimen al hombre, los que ayudan a subyugarlos, Iscariote el traidor, Alcibíades el ambicioso, Marco Junio Brutus el entregador. Y los gobernantes que viven del impuesto generado por los que producen, como sus funcionarios que se quedan con el vuelto. Y es malo y corrupto el emperador que vive a expensas de todos ellos, asegurando por la fuerza que no se quiebre el estatus, y su mujer que bien sabe lo que su marido es. Como también en el rubro de malos y corruptos hay escalas. Cada quien sabrá su calibre cuando se mire al espejo de la conciencia.

Argentinos a las cosas, sentenciaba hace 80 años Ortega y Gasset, frase célebre pronunciaba en una conferencia en Buenos Aires que luego se publicaría en su libro ‘Meditación del pueblo joven’.

El filósofo y ensayista español, alentaba a los argentinos a dejarse “de cuestiones personales, de suspicacias, y de narcisismos, para emprender las acciones positivas que engrandecen la Nación. En aquel momento la Argentina recibía contingentes de seres humanos que huían de la guerra y la hambruna que azotaba a Europa. Entonces, repitió aquel párrafo de la Constitución Nacional que calificó de bella por su contenido y decía. “… En cumplimientos de pactos prexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quiera habitar en suelo argentino. 

Hoy año 2023, a treinta y tres años de la democracia reconquistada, el narcisismo de los políticos argentinos impide todo tipo de diálogo, donde los otros son los culpables y no existe tan siquiera algún tipo autocrítica. De ahí debe inferirse que los sucesivos gobiernos han llevado a la Argentina a este estado paupérrimo de la economía, donde la mísera pobreza alcanza al 40% de argentinos, el presupuesto de la educación y la salud están en bajísimos niveles y la inflación parece no tener techo.

Pero no todo está perdido, pues siempre hay un hilo de esperanza como decía don Arturo Jauretche. Debemos confiar   en la Juventud de la Patria. Ellos son la renovación y es lógico que así sea pues se gana con los nuevos.

La lucha de los jóvenes es derribar a los entregadores, a los conductores que desorientan, a los intereses de los explotadores y a los corruptos. En su voluntad debemos confiar.

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