Escuela Superior Nº 1 Félix de Azara

miércoles 26 de octubre de 2022 | 6:00hs.

La querida Escuela Superior Nº1 Félix de Azara, fundada el 14 de octubre de 1887, acaba de cumplir 135 años. Por su áulico recinto transitaron pléyades de niños a la mañana y niñas por la tarde (como Escuela Nº2), para aprender las primeras armas del saber, también respeto, urbanidad y cortesía. Además, ese algo tan sutil que solo pertenece a la dimensión del alma humana: la formación de amistades que luego perduran en el tiempo, sello característico de las escuelas posadeñas que, a medida que los chicos van creciendo, se nuclean en las típicas barras, cuyo centro de reunión fuera invariablemente la Plaza 9 de Julio. Esa plaza, corazón de la ciudad, constituyó el recreo público por excelencia en las noches de veranos cálidos que invitaban al paseo. La romería de gente impresionaba caminado en procesión circular, las chicas rumbeando por aquí y los muchachos al contrario desfilaban por allá cual rito pagano sin principio ni fin. Al tiempo que la banda municipal de los Catalano deleitaba ejecutando hermosas canciones y, como broche final, La Marcha Nupcial de Aída.

Recuerdo el día aquel de la primera clase en que nos sentíamos perdidos, como sapos de otro pozo, en tanto, los demás alumnos de los ciclos superiores formaron fila alrededor del mástil y cantaron la canción Aurora al izar la enseña patria. Luego del canto a la bandera, un señor de elegante traje, más bien alto, algo robusto y de incipiente calvicie, don Aníbal Lesner, envió el saludo matinal:

¡Buenos días alumnos!

Y el coro de voces disonantes contestó ¡Buenos días señor director!

El mismo encuadre e igual canción se entonó al finalizar las clases:

“Alta en el cielo un águila guerrera. Audaz se eleva en vuelo triunfal. Azul un ala del color del cielo. Azul un ala del color del mar. Es la bandera de la patria mía. Del sol nacida, que me ha dado Dios. Es la bandera de la patria mía. Del sol nacida que me ha dado Dios.

Así en el alta, aurora irradial. Punta de flecha. El áureo rostro imita. Y forma estela al purpurado cuello. El ala es paño, el águila es bandera.
Es la bandera de la patria mía. Del sol nacida, que me ha dado Dios. Es la bandera de la patria mía. Del sol nacida que me ha dado Dios”.

Y nos sorprendimos cuando en formación a la salida cantaban la marcha de San Lorenzo con gran unción, mientras los díscolos de siempre aprovechaban para empujarse y darse carterazos.

Como dijera, de aquellas aulas de la primera infancia nos conocimos, nos hicimos amigos y formamos amistades que han perdurado hasta hoy día, en la cual muchos somos abuelos y otros ya no están entre nosotros: Luis Luzuriaga, Emilio Errecaborde, Piló Nelli y el Moncho Malagrida. Esos años de escolaridad primaria, donde no existían ni por asomo esos juegos electrónicos de las tablet, fueron para nosotros la época del trompo, las figuritas, las bolitas y el barrilete. De las matinés en el cine Sarmiento, el teatro Español y el salón Estrada. Y al casco céntrico de la ciudad capital del Territorio Nacional de Misiones, le rodeaban cuatro avenidas de las cuales el 80% de sus calles internas revestían con pedregullos de canto rodado, cunetas al aire libre con alguna anguila reptadora, ranas saltarinas y sapos croando. Circunstancias que los maliciosos de siempre la calificaban de pueblo grande, y los optimistas de ciudad pequeña.

Esa mañana de la cotidiana vida para doña Pancha, la lavandera del barrio Tajamar, se le hacía fatalmente tarde y determinó que llevaría a la rastra a su hijo hasta la escuela, que muy terco se negaba a concurrir sin que severos cintarazos lograran persuadirlo.
El chico tenía particular temor por el primigenio templo de la educación escolar, vaya a saber por qué ocurrencias mentales. En su imaginación, creyó lugar que a los niños en penitencia los mandaban a tenebroso cuarto oscuro y el director un ogro que se comía crudo a los alumnos que se portaban mal.
Llorando y a los empujones entró al recinto y no era el único. Otros también lloraban. Una maestra compresiva que al final sería la suya durante el año le tomó de la mano y le dijo: ven, te llevaré con otros niños.
Recién en ese momento la madre se retiró satisfecha de la escuela, pues el mocoso de porquería se había negado a entrar al jardín de infantes el ciclo pasado perdiendo el tiempo todo el año. En su fuero íntimo, no quería que su hijo fuera ignorante como ella, que por culpa de no saber leer ni escribir debía conformarse con el trabajo sacrificado de lavandera, que hacía la vida menos justa.

El chico se estremeció al escuchar la contestación “buenos días señor director” que le hizo abrir grandes los ojos y fijar la mirada en aquel hombre de aspecto no tan severo que su imaginación lo hizo ogro, y hasta lo vio conversar animadamente y sonreír con las maestras a su lado. Supo después que una de ellas era su hija y sintió confortación. La misma que sentimos al recordar a esos maestros y maestras de la Escuela Superior Nº1 que llevamos en nuestros corazones. Ellos son en el recuerdo: don Aníbal Lesner, su hija Alba Nydia, las señoritas Bistoletti y Mami Ríos, las señoras Teresa Obregón, Hugan, Vedoya, Pérez y los maestros del sexto el Negro Caquía y Pedro Pablo Labat, cuyo pasaje de la vieja entrada de la cancha Atlético lleva su nombre.

Dentro de mis recuerdos aprecio mis primeros conocimientos en infantil y primero superior en las lindas aulas de madera que ahora ya no están. Después del tercer grado me inscribieron a colegios religiosos y luego fui a la universidad. Aún así, conservé la amistad entrañable con mis compañeros de aquella barra que se iniciara en los primeros años de la primaria: mis amigos de toda la vida. 

Hoy, a la escuela, bajo el título Número Uno Félix de Azara, concurren alumnos en forma mixta, tiene más de 70 docentes y 4 porteros, expresó la directora Teresa Morás en mi reciente visita.

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