Capataz Betancourt

lunes 05 de septiembre de 2022 | 6:00hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

Los personajes populares siempre habitaron las calles de los pueblos y ciudades, su nivel de conocimiento estaba relacionado al de las personas del lugar. Si la ciudad es más grande, estos duendes eran conocidos en barrios o en espacios más reducidos.

Forman parte de la cultura popular y se caracterizan como un producto creado por esas mismas clases sociales, compuestas por individuos de baja extracción social, el pueblo. Son andariegos por excelencia, lo que los convierte en conocidos de todos y poco les interesa la mirada que la gente tiene de ellos. Suelen vestirse de un modo andrajoso por la misma forma en que vivían, se lo ve en todas las reuniones sociales, desean rodearse de la gente, quizás para cubrir su soledad.

Antonio Ignacio Betancourt era uno de ellos, el centro y los barrios de Posadas eran su hábitat, lo acompañaban su rostro curtido por el sol, una barba incipiente y un cigarrillo en sus dedos. Una caja de madera para lustrar zapatos, con una inscripción que rezaba:

–Lustrabotas y Aduanero.

Para todo el mundo era Capataz Betancourt, amante de la música regional, el fútbol, las carreras de caballos, baile o fiesta de cumpleaños donde se le permitiera el ingreso, eran un simple pretexto para que su rostro sonriente alegrara el lugar. Si le preguntaban en que trabajaba, respondía que era aduanero y a veces lustrabotas.

Siendo muy joven se vio envuelto en un problema judicial, se hizo amigo de un mochilero en la plaza 9 de Julio y éste lo terminó convenciendo de que ingresara por una claraboya al Banco Hipotecario, ubicado en una de las esquinas del lugar. Este “pícaro” le dijo:

–Entrá, sacá algo de plata y nos repartimos la mitad para cada uno.

A Capataz no le pareció correcto el pedido y le sugirió al turista que fuese él quién ingresara. El hombre le dijo que era medio grande para pasar por el acceso y el cuerpo de nuestro personaje era el ideal para la sencilla tarea. Ingresó y no halló dinero alguno, sólo rollos de papel de esas viejas máquinas que se usaban en los bancos para hacer los cálculos. Salió con tres rollos de papeles.

Mientras ingresaba al Hipotecario, vecinos del lugar que lo observaron llamaron a lo Policía; cuando Capataz salió por el mismo lugar que había ingresado, lo estaba esperando la cana y marche preso. El mochilero enfiló para la Bajada Vieja y desapareció de la escena del crimen.

Tuvo que dar explicaciones en el juzgado. Con la franqueza que lo caracterizaba contó la historia como era.

-¿El mochilero dónde está? -le interrogó el sumariante.

–Esperándome en la plaza 9 de Julio -respondió.

En ese tiempo no se realizaban pericias psiquiátricas en forma habitual, el juez a ojo entendió que lo único que tenía el ladrón eran tres rollos de papeles y nada más. Le dicto la falta de mérito y el fiscal se fue al mazo. Capataz seguía enojado con el vago que le metió en el brete y pidió que lo metan preso.

Con el transcurso del tiempo, nuestro personaje empezó a frecuentar el programa de Adelio Suárez, ‘Expresión Regional’, que se trasmitía en vivo los sábados por LT4 en el salón auditorio ubicado en el primer piso del Café Tokio, en la misma plaza principal. El creador del programa empezaba con sus latiguillos:

–¡Allí está Capataz Betancourt un chamamesero de ley! ¡Vino con la prima, una rubia que raja la tierra! ¡No cabe una aguja! ¡Hoy tenemos una avalancha de cartas!

Con el tiempo lo autorizaba a hacer uso de la palabra y Capataz, agrandado, le mandaba saludos a su novia Elena, de San Carlos, y la otra novia Teresa, de Candelaria. Era un clásico.

El programa creció con la presencia de la bailanta, mujeres y hombres ataviados como bailarines de la música nuestra. Se fue a la televisión con el creador y luego con otros conductores: Pablo Velázquez, Guillermo Zayas, Lalo Doretto, Delio Romero, etcétera. Betancourt era número infaltable.

Su pasión por las carreras de caballo lo tenían como concurrente en el hipódromo camino al arco de la frontera con Corrientes, y también disfrutaba los partidos de la liga posadeña de fútbol.

A los 54 años se fue de viaje para no volver, en un colectivo urbano lo acompañaron personas, que lo apreciaban, en el campo santo se interpretaron chamamés que salían del alma, como le gustaba decir al Paí Zini.

Se fue Capataz, aunque no del todo. La ciudad ha cambiado su fisonomía, pero en una esquina suele estar el recuerdo de ese “aduanero y lustrabotas”, con su rostro sonriente saludando a la gente que pasa por el lugar.

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