Quién es Álvaro García Linera

jueves 16 de septiembre de 2021 | 6:00hs.

Lo más conocido de este hombre, Álvaro García Linera, es que era el vicepresidente de Bolivia, con Evo Morales como presidente, hasta el golpe de estado que los eliminó de sus cargos políticos, habiendo formado parte de los tres gobiernos del ex presidente. Ahora lo encuentro como conferencista del curso internacional “Estado, política y democracia en América Latina”.

Tras varias carreras universitarias interrumpidas, desde sus 20 años ha sido activista de numerosos movimientos indigenistas bolivianos, gran lector y analista ideológico marxista, último hijo de una familia pobre, es un ejemplo que cómo alguien que tenga objetivos sociales desde joven puede llegar a convertirse en dirigente nacional progresista e instructor político.

Leo en este curso ideas de García Linera sobre una visión global de las principales problemáticas sociales y políticas mundiales, afirmando que “vivimos la articulación imprevista de cuatro crisis que se retroalimentan mutuamente: una crisis médica, una crisis económica, una crisis ambiental, y una crisis política. Una coyuntura de enorme perplejidad y angustia”.

Con singular lucidez, señala que el principal sentimiento actual de los pueblos es la incertidumbre: nadie sabe lo que va a pasar en el corto y mediano plazo, ni puede garantizar si habrá un nuevo rebrote o si surgirá un nuevo virus, si la crisis económica se intensificará, si saldremos de ella, si tendremos trabajo o ahorros. Esto genera una parálisis del horizonte predictivo, no solamente en los filósofos –que es algo normal– sino en la gente común, en los ciudadanos y ciudadanas, en las personas que van al mercado, en los trabajadores, obreros, campesinos, en los pequeños comerciantes.

Linera formula una audaz hipótesis: “El mundo está asistiendo al prolongado, conflictivo y agónico cierre de la globalización neoliberal”. Estamos en un proceso emergente de desglobalización económica que se ha ido acentuando, pero que comenzó hace cinco o diez años, con idas y vueltas. Y lo fundamenta con varios datos: primero, que el comercio, que es la bandera de los mercados globalizados, se ha reducido, según informes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, Ocde.

El segundo dato es que los flujos transfronterizos de capital, que entre 1989 y 2007 habían crecido del 5% al 20% respecto al PIB mundial, pasaron a tener una tasa menor al 5% entre 2009 y la actualidad.

El tercer dato es la salida de Inglaterra de la Unión Europea –el Brexit– que ha establecido un límite a la expansión, al menos por el lado de Occidente, de esta articulación de mercado, economía y política europeas. 

Además, el Covid-19 ha acelerado los procesos de reagrupación de las cadenas de valor esenciales, para que no se repitan procesos que se dieron en Europa cuando, entre países supuestamente pertenecientes a la misma unión comercial, se peleaban en la frontera por los respiradores e insumos médicos. Este control les permite no depender de insumos de China, Singapur, México o Argentina, o del país que fuera. Entonces, tenemos un escenario paradójico, con China y Alemania aliadas por el libre comercio y Estados Unidos e Inglaterra, paradójicamente, aliados en una mirada proteccionista de la economía y del mundo.

Seguidamente, afirma Linera que se está notando una modificación del espíritu de la época. Algo está cambiando. Se acabó el recetario de austeridad fiscal, la amenaza de que gravar a los ricos imponiéndoles impuestos nos hará perder riqueza y empleos. Hay una modificación de los parámetros tradicionales con los que este sector del capital mundial mira lo que se viene en términos de esta articulación de la crisis ambiental, médica, económica y social.

Evidentemente, hay un miedo a las clases peligrosas y a los estallidos sociales que está llevando a un cambio de 180 grados de las posiciones de políticas económicas que impulsan estos ideólogos del capitalismo mundial, y que habían comandado todo el neoliberalismo desde los años 80 hasta el 2020, en términos de reducción del Estado, de la inversión pública, de los impuestos a la gente rica y de apoyos sociales a los trabajadores y desempleados.

El neoliberalismo utilizó tres instrumentos para crear un relato, un imaginario, falso en los hechos, pero creído por mucha gente sobre quiénes organizaban el futuro: el mercado, la globalización y la ciencia. Frente a la crisis del virus y a la expansión de los contagios, el mercado no hizo nada; al contrario, los mercados escondieron la cabeza como avestruces y lo que salió a relucir como la única y última instancia de protección social fueron los Estados. La globalización, como un ideario de modernización, mejora de la vida y de expansión ilimitada de las oportunidades, ya no tiene la capacidad para contener a los descontentos, para organizar a la gente que tiene miedo ni para calmar las preocupaciones de los angustiados.

La ciencia, en la que se depositó de manera imaginada y tergiversada una potencia ilimitada y una capacidad infinita para transformar y resolver los problemas de la humanidad, ahora muestra sus posibilidades, pero también sus límites. Esto significa que la hegemonía neoliberal ha perdido el optimismo histórico; ya no se presenta ante el mundo como portador de certidumbres imaginadas, horizontes plausibles, conquistables y realizables a mediano plazo. Las certezas imaginadas del futuro se han quebrado; éste es el nuevo sentido común. Ahora nadie puede decir cuál es el destino de la humanidad. La humanidad ya no tiene un destino, ahora es una incertidumbre, las grandes hegemonías lo que hacen es crear un imaginario del destino de la humanidad. Estas ideologías y estas hegemonías creen tener una facultad: la capacidad de crear lo que enuncian: libertad y justicia, pero la hegemonía neoliberal planetaria perdió, ya no tiene la fuerza de despertar entusiasmo, crear adherencias duraderas, ni proponer un horizonte factible en el tiempo.

García Linera, como otros líderes progresistas o populistas, es optimista, pero señalando además las limitaciones y el agotamiento del pensamiento neoliberal, al cual estima que le quedarán unos diez o veinte años para ser barrido del mundo occidental, aunque –advierte– puede surgir un neoliberalismo cada vez más enfurecido.

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