‘Yo quería ser mayor’

lunes 26 de julio de 2021 | 6:00hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

Cuando la ciudad tenía imagen pueblerina, el Cine Rex era la salida y diversión obligada de los fines de semana. Ubicado sobre la calle Belgrano, en unos atriles de madera publicitaban las dos películas que se exhibían esos días.

Los memoriosos recordarán estos sitios de tan gratos recuerdos, donde iban con las familias o con amigos para ver los films y encontrarse con los jóvenes de su generación, en tiempos donde no se estilaba visitas o salidas grupales como hoy en día.

Las películas de cine o cinta de celuloide eran distribuidas en los cines de los pueblos en rollos acondicionados en bolsines de lona, para proyectarse en las salas durante una o dos semanas, según el éxito de taquilla o el compromiso de los distribuidores.

Había terminado el fulbito de la tarde, nos quedamos charlando en la canchita con el Chueco Brítez, Cambá Martínez y Pichón Giménez.

Comentamos el partido y traslado la charla a la idea de ir al cine para ver películas de colados, sin pagar la entrada; el Chueco Brítez era el más arrabalero y enseguida se prendió. Andaría rondando los 10 a 11 años, y mis compinches también. Ese tiempo de la niñez cuando uno quiere hacer las cosas que hacen los más grandes.

Una canción de Roque Narvaja en uno de sus párrafos dice: ‘Yo quería ser mayor / quería ser mayor, / Quería ser un hombre habilitado’.

Hablé con mi hermano Toto, no se enganchó, por lo que decidí no darle más información, seguramente me delataría con mi vieja luego de alguna pelea que tuviésemos,

La jugada era de riesgo, porque ese fin de semana, las películas en exhibición eran: ‘Trueno entre las hojas’ y ‘La diosa impura’, con Isabel Sarli y Armando Bo.

La película de la Coca Sarli era “Prohibida para menores”, por entonces recién eras mayor al cumplir los 21 años. Pichón y Cambá empezaron a preocuparse; el Chueco era más transgresor y quería saber el plan. Yo sabía que el encargado de proyectar las películas en Apóstoles era el Polaco Burtnik, creo que no había otro. Tenía esa capacidad sin haber estudiado en ningún lado, salvo de la lectura de algún libro.

La hermana del Polaco, Teresa, era mi compañera de grado en la Escuela 236, hablé con ella y me interesé como pretexto sobre el laburo de su hermano para que me contara a que hora iba él a realizar su trabajo.

–Media hora antes de iniciar la función el está allí- me pasó la data.

La cabezudeada no era sencilla, teníamos que justificar nuestra ausencia en las casas, cuidarnos de la recorrida de la camioneta Chevrolet de la Policía, y evitar que nos descubran colados en el cine, justamente con una película prohibida para menores.

A mi vieja le iba a decir que estaba en la casa de Isidro Sotelo, el primer taxista del pueblo; yo era amigo de Nene, el hijo, y el hombre del volante esperaba en su casa la llegada a la Estación del Tren de Pasajeros que cubría el trayecto Federico Lacroze-Posadas. El horario estipulado para el trayecto de la formación ferroviaria era de 23 a 24, pero nunca llegó a horario. Todavía no se había construido el puente Zárate-Brazo Largo; el cruce del río se realizaba en ferry, lo que insumía ocho horas de retraso o más.

A sabiendas de eso, Isidro esperaba en la cocina de su casa, desde las 11 de noche la llegada del tren, cenaba y dormitaba en una silla, hasta que el jefe de la Estación le comunicara telefónicamente en horas de la madrugada, que el tren había salido de Caza Pava, provincia de Corrientes.

A las ocho y media de la noche “cuatro delincuentes sin armas” estaban parados de la esquina de Scotto, no para asaltar el almacén, sino para ver el ingreso del público al cine e intentar entrar sin pagar la entrada.

Era viernes y había muchos más espectadores de lo habitual; la película de Isabel Sarli era el atractivo.

Pichón Giménez ante ese escenario desistió de la idea y regresó a su casa; con el Chueco Brítez decidimos ir a la parte alta y Cambá Martínez quiso ingresar abajo.

La gente siempre llegaba a horario, perderse cinco minutos del film era como perderse la mitad de la película. Nosotros necesitábamos esos cinco minutos para sortear el control de Lupín, el famoso boletero del cine, que se paraba en el medio del cortinado bordó que estaba en el acceso de la parte baja.

Se le veían los pies, tenías que esperar que él saliera a la sala de ingreso y “mandarte por el otro costado de la cortina”.

Cambá se metió abajo y nosotros subimos la escalera lateral para ir a la parte alta.

En la parte alta estaba la sala de máquina y lógicamente el polaco Burtnik, que ingresaba a la misma por una puerta del lado izquierdo y permanecía atento a la proyección de la película.

La parte alta del cine rara vez estaba colmada, porque en la planta baja se apreciaba mejor la película, con motivo de que la imagen era dirigida desde mayor altura.

El Chueco me acompañó de puro audaz que era, si lo descubrían no se haría mayores problemas.

Lupín subía a la parte alta dos veces, una en cada película, con una linterna para sortear la oscuridad del lugar y picar los boletos de los espectadores.

Cuando vimos los rayos de luz, nos acostamos en el piso detrás de la última fila, en el lugar más alto del cine. Para encontrarnos él tenía que ascender por los escalones laterales y rara vez lo hacía. Cuando se fue nos sentamos en el piso y continuamos presenciando el espectáculo.

Yo creo que Lupín sabía que la gente joven se colaba, cuando descubría al alguien lo expulsaba del cine, pero tenía tanta calle que también los entendía y muchas veces controlaba con cierto desdén.

Cuando terminó la primera película ‘El trueno entre las hojas’, se encendieron las luces, Cambá salió afuera y se marchó porque empezaron a mirarlo con desconfianza por su edad.

Empezó ‘La diosa impura’ con murmullos en la sala, el Chueco me dijo:

-Me voy antes de que suba Lupín porque me van a ‘lacear’ en casa por llegar tarde.

–¿No buscaste una excusa?

–¡Sí, dije que iba a estar con ustedes, pero no el tiempo!

Regresó Lupín con la linterna, me acosté nuevamente en el piso y no me vio, se fue.

Avanzaba la peli y la voluptuosidad de Isabel Sarli iba en aumento

Me puse a reflexionar en silencio sobre lo osada de nuestra jugada y esa sensación extraña que uno tiene cuando es chico y quiere ser mayor.

Tres minutos antes del final bajé los escalones del cine y me marché para que no me viera la gente.

Los 500 metros que separaban mi casa del cine los hice corriendo, al llegar mi vieja estaba limpiando la cocina. Me preguntó por qué estaba tan agitado.

–¡Lo que pasa que vine corriendo!

Con el correr de los años, le conté la anécdota a la vieja, creía que ella tenía que saber mi mentira. Me miró con esa aura protectora que tienen las madres y me dijo:

–Ahora te comprendo.

A fin de cuentas, ‘Yo quería ser mayor, quería ser mayor’, y era sólo ‘un niño necesitado’.



Publicado en ideasdelnorte.com.ar

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