La sobreviviente de la Amia que rescata la memoria de un pueblo

Hija de dos jóvenes que escaparon del Holocausto en Polonia, Anita Weinstein también vivió en carne propia el horror del odio. El 18 de julio de 1994 estaba en el edificio de la Amia y salvó su vida de milagro. La directora emérita del Centro de Documentación e Información sobre Judaísmo Argentino Marc Turkow -hoy a cargo de Elio Kapszuk- sigue manteniendo presente el recuerdo de las 85 víctimas.
domingo 18 de julio de 2021 | 9:20hs.
La sobreviviente de la Amia que rescata la memoria de un pueblo
La sobreviviente de la Amia que rescata la memoria de un pueblo

Por: Gabriel Esteban González (Télam)

Hacía un año y medio que Anita Weinstein no bajaba las escaleras hasta el subsuelo del edificio de la Amia, donde está el flamante Centro de Documentación e Información sobre Judaísmo Argentino Marc Turkow, del cual es directora emérita.

Es un gran archivo con la historia de la comunidad judía, repleto de libros, publicaciones periodísticas, árboles genealógicos y videos, y que, desde 1994, sumó un nuevo objetivo, el de no olvidar el criminal atentado que dejó 85 muertes.

Para Anita, este miércoles 14 de julio de 2021 tiene un valor especial además del regreso al lugar donde trabaja desde 1985. Por la mañana se descubrió una placa en el Centro de Documentación en memoria de Mirta Strier, su asistente personal y amiga, que falleció el 18 de julio de 1994, a las 9.53 de la mañana, cuando estalló la bomba.

Los ojos y la voz de Anita reflejan su emoción. Por su mente seguramente desfilan los recuerdos de Mirta -que al morir tenía 42 años-, de Gastón, Gabriel y Matías -los tres hijos que Mirta había criado sola porque su marido los había abandonado-, del momento en que aquel trágico día fue a buscar una computadora al área técnica de la Amia, hasta donde la onda explosiva no llegó con su máxima fuerza. Un hecho que salvó su vida.

Un viaje a la memoria
El Centro Marc Turkow iba a ser inaugurado el 13 de febrero de 2020 para que fuera visitado por investigadores y estudiantes pero la pandemia y el inminente aislamiento lo impidieron.
Ese lugar es un eslabón más de los recorridos en el reconstruido edificio de la Amia, que en la plaza seca de la entrada tiene cuatro hitos que Anita describe ante Télam.

Está el imponente “Muro de la Memoria” -una obra del prestigioso muralista Martín Ron, de 12 metros de ancho y 30 de alto-, sobre la medianera del edificio vecino.

Debajo está el listado con los nombres de las 85 víctimas del atentado. En orden alfabético, excepto el último, a quien se pudo identificar recién hace cinco años: un joven que tenía 20 años cuyos nombres eran Augusto Daniel y un apellido tan simbólico como Jesús.

También está la escultura abierta del israelí Yaacov Agam, que cuenta con nueve columnas de 3,70 metros de alto y que, según desde dónde se la mire, tiene siete diferentes interpretaciones, cada una con un concepto -Destrucción, Janukiá, Estrella de David, Arcoiris, Candelabro, Maguén David de Colores y el Símbolo de la Amia- y siete valores a destacar -Vida. Continuidad. Igualdad. Solidaridad. Respeto por la diversidad. Memoria y Justicia-.

Sobre la pared opuesta a la obra de Ron está el mural que inauguró en 2017 el exprimer ministro israelí Benjamin Netanyahu y que muestra imágenes, pasadas y actuales, de la ciudad de Jerusalén.

También hay una placa que recuerda las 29 víctimas del atentado a la embajada de Israel, en 1992, y un relieve en memoria de los desaparecidos judíos durante la última dictadura, realizado por Sara Brodsky.

La artista -madre de Fernando, un joven de 22 años detenido por fuerza militares y del que no se volvió a tener noticias- bautizó en 2004 a su creación “Ellos están”.

Aquel lunes de tanto dolor
Un problema informático le salvó la vida a Anita. Poco antes de las 9,53 del 18 de julio de 1994, salió de su oficina en el segundo piso del edificio de Pasteur 633 hacia el sector Técnica de la Amia, ubicado en la parte trasera del predio, para consultar sobre el funcionamiento de su nueva computadora.

De pronto, sintió que todo a su alrededor temblaba, se sacudía, el techo que parecía despedazarse, las paredes se abalanzaban sobre los cuerpos, y una cegadora y oscura nube de polvo los cubrió por completo; apenas si se percibían las voces de dolor. Anita recuerda que al gatear a tientas casi cae al vacío ya que el piso, de pronto, había desaparecido, dejando un abismo de unos diez metros.

Al ganar la calle y ver esa postal de destrucción, se preguntó quién podría querer matarlos, por qué tanto odio. De la explosión salió prácticamente ilesa, al punto de regresar a la semana siguiente a trabajar -"sentí no debía darle el gusto a los que me quisieron matar”- para continuar con su labor por mantener la memoria.

Sin embargo, la imagen de los gritos, de la atmósfera irrespirable, el edificio desmoronándose, del olor a muerte, todavía está presente. Cómo olvidarlo si muchos de sus compañeros de trabajo murieron ese lunes. Mirta Strier; Bernardo Mirochnik -Buby-, el mozo que llevaba el café cada mañana; Marisa, la recepcionista; los jóvenes de Seguridad; en fin, decenas de personas con los que compartía cada día.

Es por eso que durante mucho tiempo Anita requirió ayuda terapéutica ya que por las noches, en sus sueños se aparecía una enorme montaña que se desvanecía.

Su propia historia
Anita, buceadora de tantas historias de la colectividad judía en la Argentina, también tiene su propio y revelador pasado. Porque si bien ella es una sobreviviente de un atentado, medio siglo atrás su familia, en Polonia, escapó de la muerte del Holocausto.

Los padres de Anita vivían en WÅ‚odawa, un pueblo del este polaco, próximo a la frontera con la Unión Soviética, que fue invadido por los alemanes en 1939. Lograron salvarse escapándose hacia el campo. Pola y Salo, la madre y el tío de Anita, estuvieron meses escondidos en un granero, mientras que el papá, también de Wlodawa, se refugió en un bosque.

Terminada la guerra, decidieron buscar un futuro mejor en América, más precisamente en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, donde se había radicado un familiar. Allí se casaron y allí nació Anita, quien al terminar la secundaria cumplió con la promesa de visitar Israel con sus padres. Ellos volvieron para asentarse en la Argentina. Ella, en cambio, se quedó en Jerusalén para estudiar Sociología y Ciencias Políticas. Recién al recibirse viajó por primera vez a Buenos Aires, en principio, solo por unos meses.

“Pero aquí conocí a quien sería mi marido y la Argentina se convirtió en mi vida. El amor me hizo quedar, luego llegaron los hijos -muchos después los nietos-, en 1985 ingresé a la Amia como investigadora y…. aquí estoy”.

Reflexiones, 27 años después
“Cuando me reencontré con mi mamá por primera vez después del atentado, me dijo: ‘Nunca me imaginé que una hija mía sería sobreviviente de un ataque de odio, pensé que con el Holocausto se había aprendido la lección’”, cuenta con dolor hoy Anita que sigue sin poder entender cómo el fanatismo que provoca el odio puede llevar a matar, quitar una vida simplemente por una ideología.

Acostumbrada a no bajar nunca los brazos, Anita ve con preocupación la reaparición de la extrema derecha en Europa “con sus mensajes de odio hacia el que piensa diferente, al que se ve diferente, al que vive diferente”.

Con respecto a las nuevas generaciones -muchos de esos chicos que antes de la pandemia ella recibía en la Amia, para enseñarles el pasado reciente-, Anita sostiene que el peor mensaje que les puede dar es el de la falta de justicia. “Mis nietos me preguntan: ‘Bobe, ¿dónde estaba la policía cuando explotó la bomba?’ Por ellos tenemos que demostrar que la justicia existe“.

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