Golpes de Estado y barrabravas son de vieja data

miércoles 02 de junio de 2021 | 6:00hs.

E
n 1812, desde Inglaterra, zarpó la fragata de la Armada de Su Majestad George Canning, trayendo a bordo una veintena de pasajeros, entre ellos a los militares José de San Martín, Carlos de Alvear, estos nacidos en Yapeyú de las Misiones, Matías Zapiola, Francisco Chilavert, el capitán Francisco Vera y el oficial del Imperio Austríaco al servicio de la corona española Eduardo Kaunitz, ostentando el título de barón de Holmberg.

Todos ellos asociados a la Legión Americana o Sociedad Lautaro o Caballeros Racionales, organización creada por Francisco Miranda, precursor de la emancipación americana.

Llegaron a esta parte del mundo con el propósito de independizar Sudamérica bajo el yugo español de los absolutistas reyes de España, cuyo reino se encontraba invadido y arrinconado en Cádiz por las tropas de Napoleón. Estos viajeros, sustentando la noble intención libertadora, quedaron anonadados al comprender que la situación política en Buenos Aires era mucho más tensa de lo que habían imaginado, debido al durísimo enfrentamiento que mantenían los partidarios del Presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, y el Secretario Mariano Moreno, contrapuestos por disímiles conceptos de cómo debía encararse la revolución y el sistema de gobierno que debía instalarse. Saavedra contaba con apoyo militar para maniobrar según su estilo de rico estanciero devenido en guerrero. Y como conservador que era, consideraba que la lucha debía encararse de manera serena de acuerdo a cómo se iban presentando los acontecimientos, por carecer, tal vez, del sublime ardor y la pujanza necesarios para enfrentar al monarca español. Por el contrario, Moreno, acompañados por algunos partidarios, Castelli, French, Berutti entre otros, pretendía la ruptura definitiva con España y la inmediata declaración de la independencia, pero obligado por las circunstancias debió renunciar como Secretario de la Junta cuando en hábil maniobra los saavedristas integraron a los diputados del interior a ese organismo colegiado, dejándolo en minoría y sin respaldo.

Mariano opinaba con total claridad, que los representantes provincianos debían constituir un congreso para legislar, pero no integrar el ejecutivo como Junta Grande, pues la masiva presencia le restaba agilidad al cuerpo y lo volvía burocrático. Por tal motivo se vio obligado a renunciar y, enviado a Londres como plenipotenciario, moriría en alta mar en extrañas circunstancias. Sus partidarios, sin embargo, impregnados de su idealismo se reunieron en una sociedad patriótica con el fin de continuar con su proyecto y prevalecer en la lucha política, pero Saavedra, en otro golpe de audacia, conminó al jefe de los quinteros, Tomás Grigera, que reuniera el 6 de abril de 1811 a toda la gente de las orillas en la plaza de la Victoria. Ya frente al Cabildo, la mayoría vestida humildemente permanecía silenciosa sin saber el por qué la habían convocado, en cambio los avispados punteros de Grigera pedían a viva voz la cabeza de todos los diputados y funcionarios adictos a Moreno. A raíz de ello hubo una tremenda purga de cuanto morenistas había en los alrededores, entre ellos los que formaron el grupo de choque del 25 de mayo de 1810: Domingo French, Antonio Berutti y sus amigos. Muchachones todos ellos que formaron las primeras barras bravas de nuestra historia; ya que en aquella mañana lluviosa del 25 se encargaron de enganchar cintas en las solapas de los criollos asistentes, cosa que los partidarios del rey rehusaban. Pues entonces los sacaban de la plaza a sopapos y empujones como verdaderos patoteros.

Resultado de este primigenio putsch palaciego saavedrista, se disolvió la Junta Grande y se constituyó en septiembre de 1811 el Primer Triunvirato. Suceso parecido al ocurrido en el año 1973, cuando Raúl Lastiri, el yerno de López Rega, en parecida maniobra reemplazó al tío Cámpora en la presidencia de la Nación.

Después, en el devenir de la historia, el adjetivo barrabrava sería usados por políticos actuales como manera de “agrietar” más la grieta que los desune, en lugar de buscar el diálogo de la comprensión en pos de políticas consensuadas.

Asimismo, la forma de movilización colectiva puesto en práctica por Grijera, dejaría inaugurado un método de presión tumultuosa a favor o en contra del gobierno de turno, generando la consabida alegría o consternación del gobernante, según sea la orientación del que maneja el bastón movilizador. El ejemplo fue Grijera, después de su movida tumultuosa sería nombrado Alcalde de segundo voto por Saavedra.

Clara similitud de que cualquier reproducción con movidas vociferantes en Plaza de Mayo y calles en nuestra Argentina de hoy, no es causalidad.

Tampoco fue casualidad que el Primer Triunvirato durara un suspiro en sus funciones, pues la postura titubeante y la reticencia a cortar los lazos coloniales, chocaron con las intenciones de los integrantes de la logia Lautaro y la Sociedad Patriótica dispuestos a actuar sin rodeos y por medio de las armas, revindicando de esta forma la postura que ejerciera Mariano Moreno. Así, el 8 de octubre de 1812, con la gente en la plaza convocado por la Sociedad Patriótica, se produjo el golpe de Estado tan temido encabezado por los militares San Martín, Carlos de Alvear y Francisco Ortiz de Ocampo, destituyendo al Primer Triunvirato acusado de extrema debilidad frente a la peligrosa reacción española. Al secretario de Gobierno y Guerra, Bernardino Rivadavia, detenido, lo mandaron a la gayola.

En 1983 los golpes militares se acabaron en Argentina, no así los enfrentamientos políticos sin razón. Y símil al tango Por la Vuelta de Cadícamo y Tinelli que reza: “La historia vuelve a repetirse”, se repite sin solución de continuidad con hombres del quehacer político Nacional. Todo un despropósito irracional.

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