El pintor más sagaz

martes 18 de mayo de 2021 | 6:05hs.

Emilio Marchi era una de esas personas que quería hacer el bien por el bien mismo. Sin quejarse de las falencias del Estado, sin estar señalando los errores a los demás, por el contrario, siempre buscaba sumar, aportar, corregir y solucionas los problemas.

Trabajó toda su vida con optimismo y sobre todo con la paciencia de quien está ocupándose -como un tutor- de velar por el adecuado crecimiento de un maravilloso árbol. Nacido en 1942, este artista plástico oriundo de Buenos Aires eligió la Tierra Colorada para su vida, cuando -ya en democracia- volvió de su exilio.

Ese árbol que él plantó en aquel entonces y que -muchas décadas después- hoy se presenta inmenso y robusto ante nosotros es la Asociación Jardín de los Niños, fundada en 1987. Instalada estratégicamente en el lugar donde iba a ser más útil, dónde había mayor tierra fértil y donde hacía más falta, la asociación siguió el consejo del entonces obispo Carmelo Giaquinta y se estableció cruzando el arroyo Zaimán, en el barrio San Jorge.

Empezó aquella labor organizando y coordinando la autoconstrucción de 35 casas para gente en emergencia habitacional, valiéndose en buena parte de fondos que logró que le donaran viejos contactos del exilio en Italia. Más tarde, el Estado prestó atención a lo que don Emilio estaba generando y decidió acompañar la iniciativa de autogestión y esfuerzo que los propios beneficiarios de la asociación promulgaban, haciendo posible así, urbanizar el barrio y construyendo finalmente más de 500 casas a lo largo de veinte años.

El pintor porteño tuvo la sagacidad de lograr integrar inversiones públicas y privadas sin fines de lucro, en busca del bien común.

Pero claro: un barrio no son sólo casas. Allí mismo y en el barrio Sesquicentenario, la asociación impulsaría lo que hoy son tres jardines maternales, un hogar para madres adolescentes, un centro de la tercera edad, una escuela secundaria técnica, un instituto terciario y la escuela de formación profesional, todos destinados a personas que tienen poco y nada.

El establecimiento educativo creció ladrillo a ladrillo, con la generosidad y esfuerzo de la comunidad donde estaba inmerso. Los vecinos se iban entusiasmando al ver que el esfuerzo que invertían rápidamente daba resultados evidentes y visibles por todos. Esa fue la transparencia y honestidad con la que Marchi trabajó toda su vida.

Al cabo de los años, el instituto empezó a ofrecer cursos que tuvieran una salida laboral, porque esa era la vara con la que don Emilio medía las cosas: cuánto iba a servirle esto a su comunidad. En el Centro Educativo San Jorge los vecinos empezaron a contagiarse la pasión por muchos nuevos oficios, como la peluquería o la carpintería. Y no pasó mucho tiempo para que esos muebles empezaran a tener renombre en la ciudad, ya en aquel entonces eran económicos y de muy buena manufactura, así fue que valiéndose del prestigio que empezaban a consolidar, se animaron a más y don Emilio -marcado por sus años en Italia- creó San Giorgio Amoblamientos.

Afortunadamente, la asociación ya no sólo ofrecía capacitaciones con salida laboral, sino que con inteligencia ahora ellos generaban su propio empleo.

Por supuesto que no hay nada que ponga más feliz a un desarrollador inmobiliario que equipar sus departamentos para la venta con placares y alacenas baratos pero de gran calidad, por lo que esa buena nueva recorrió todas las obras y hoy sin dudas ofrecen los mejores productos de la ciudad. Son carpinteros de Posadas, formados en Posadas, en un noble taller de la esquina donde el Zaimán se junta con el Paraná.

El árbol que Emilio plantó creció mucho, él pudo terminar su vida habiendo visto con sus propios ojos esos frutos, y bajo la bendición del Santo Papa Francisco en su labor. Lamentablemente no hubo tiempo para despedidas, pero esta también es la manera que más nos va a ayudar a todos a seguir teniéndolo presente, como si siguiera estando entre nosotros, con su mate, imaginando nuevos proyectos.

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