Opinión

Recordándola

martes 26 de enero de 2021 | 6:00hs.

P ara todos era Olga Zamboni, la reconocida poeta, escritora, apreciada docente. Para nosotros, desde chicos, simplemente “la tía O”. La tía moderna, colorida, feminista, generosa. La que siempre viajaba a lugares lejanos, exóticos y volvía feliz, repleta de vivencias y regalos. Para “la sobrinada” sus regresos eran siempre toda una fiesta. Buscarla en el aeropuerto… y ya en su casa verla abrir bolsos y valijas, donde brotaban telas coloridas, pareos, postales, hasta una bata turca y un kimono japonés supo regalarme!. Recuerdo una vez que regresó de África, yo era muy chica, y ella había revelado las fotos en formato de diapositivas (¡toda una novedad en esos años!). Llegó a casa cargando el proyector y cajas… ¡nuestra sorpresa y asombro al ver leones, jirafas y atardeceres gigantes en las paredes!

La tía “O” vivía en una casa mágica, quien la visitó lo sabe, llena de recuerdos traídos de diferentes latitudes, alfombras, almohadones, fotografías que retrataban amigos y momentos… pero el centro de atención era una gran pared repleta de libros, que requería de una escalera para alcanzar a los más altos. Bastaba hablar un rato de poesía o de autores… para que ella la mirara concentrada y recordara el lugar exacto donde podría estar el libro mencionado. Algunos estantes tenían hasta tres hileras de libros, desde el frente hasta la pared. La recuerdo subida a esa escalera, en lo alto, tratando de llegar al fondo para llegar a algún alejado escrito, y su desconcierto si no lo encontraba… “se lo habré prestado a alguien, seguro”, afirmaba.

Toda su casa era ella, puro arte, paredes repletas de cuadros de artistas regionales, recuerdos de viajes, lámparas colgantes de la India, flores y por supuesto, buena música siempre. Su gran anhelo, repetía, hubiera sido algún día tener su propia galería, donde poner en valor la variada producción de nóveles y reconocidos artistas plásticos argentinos.

Otra fiesta compartida era la presentación de cada nuevo libro que publicaba, donde la creatividad explotaba, los que asistieron recordarán los grandes muñecos de tela (tamaño real) que mandó fabricar con una modista para la presentación de El eterno masculino, o cuando presentó 20 cuentos en busca de un paraguas y la sala estaba repleta de paraguas que tenían impresos los nombres de los cuentos. También supo llegar en bicicleta, recitando algún poema entre la gente.

Generosa siempre, no dudó en incluir en ellos ilustraciones de artistas amigos, fotografías, dibujos y escritos de sus afectos. Todo era válido porque así era ella, moderna, transgresora, auténtica… y con la humildad de los grandes.

En su casa había también una oficina, atrás, donde además de la computadora que hasta hoy resguarda su último libro sin publicar, había una mesa donde se amontonaban todos los reconocimientos recibidos en su larga y prolífica vida de escritora. Muchísimas placas, premios, esculturas, diplomas y galardones de todo el mundo… pero eso no estaba a la vista de todos, porque así era ella.

Me vienen imágenes suyas paseando en bicicleta por las calles de Posadas, o contándonos anécdotas de cuando era una joven maestra, recién recibida, y daba clases en recónditos lugares donde sus alumnitos caminaban kilómetros para llegar y muchas veces ni español hablaban.

La escucho mencionar orgullosa a Santa Ana, su pueblo natal. También la veo haciendo dulces caseros para repartirlos entre amigos y familia, bordando con cintas, o preparando magistrales clases, discursos, disertaciones. También corrigiendo trabajos de alumnos y tantos libros próximos a publicar (propios y ajenos). No hay concurso del que no aceptara ser jurado, siempre ad honorem, como casi todo en la vida de los grandes artistas.

Olga fue una gran amiga de sus amigos, una romántica incondicional, una gran hija, hermana e inolvidable tía, que de chicos nos llevaba, con su Citroën, a conocer arroyos del interior y a elegir nuestros regalos de cumpleaños a las jugueterías.

Mujer moderna, de avanzada, estudiosa, culta y siempre humilde. Sincera y punzante en sus certezas, profunda en sus análisis, siempre generosa. Sus ropas coloridas, collares y lentes se convirtieron en su marca registrada. La tía “O” era y sigue siendo de esas personas que vamos a extrañar siempre. Eterna como el I-Ching que nos tiraba cada primero de año. Una alegría haberla disfrutado tanto, un gran orgullo que haya sido mi tía.

 

Eximia escritora, excéntrica tía

Mercedes (Meme) Maffini. Licenciada y sobrina de Olga

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