Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

Pioneros, fundaciones y otras yerbas

viernes 22 de enero de 2021 | 6:00hs.

L
eyendo la versión digital del texto ‘Alba Posse, avanzada colonizadora del Alto Uruguay’, de Julio Boher, que gentilmente me enviara su nieto Sebastián Dutra -ambos de Oberá -, recordé lo poco difundido del proceso de poblamiento de la zona misionera del río Uruguay y la fuerte pervivencia del relato romántico y aséptico de la inmigración, en general, en nuestra provincia.

Según Raimundo Fernández Ramos, hasta el año 1916 se habían fundado oficialmente los pueblos de San Ignacio (viejo), Concepción, Corpus y San José, y las colonias agrícolas correspondientes -todos en 1877, etapa de administración correntina-; en 1883, Candelaria y Santa Ana, con sus correspondientes colonias agrícolas más la Colonia Bonpland y Colonia Cerro Corá; en 1894 el pueblo de Bonpland, cuatro años más tarde Apóstoles y su colonia, al año siguiente San Pedro pueblo, en 1900 la Colonia Azara, en 1903 las colonias agrícolas de Profundidad y Sierra San José, en el año 1906 la colonia  Yerbal Viejo; en 1907 el “nuevo” pueblo San Ignacio, al año siguiente la Colonia San Pedro y en 1912 la Colonia Pie Cerró Corá.

Todas fundaciones comprendidas en la llamada “colonización oficial”, es decir un proyecto político del Estado Nacional Argentino con la premisa alberdiana de “gobernar es poblar”. A partir del año 1897, cuando ingresó a Misiones el primer contingente de 12 familias inmigrantes del Este de Europa, el relato sólo hizo referencia a los “recién llegados” -casi hasta la actualidad- y silenció, invisibilizándolos, a otros actores imprescindibles del proceso: las personas que vivían en esas áreas -conocidas como nativos, criollos y/o paisanos-, al Estado Nacional - en general incumplidor y ausente - y al proceso de socialización de los diferentes grupos humanos, por citar algunos ejemplos.

La promesa oficial de entregar tierra, herramientas y una yunta de bueyes a los extranjeros casi se cumplió con el primero, menos con el segundo y algo - tal vez - con el tercer contingente; después… se fue demorando. Si bien se les adjudicó parcelas para labranza, conseguir el título de propiedad fue una lucha burocrática de décadas para los “colonos” –todavía hay casos en pugna–, y los bueyes aprendieron a trabajar con varias familias por turno.

Si alguna persona que lee estas palabras llegó a Misiones proveniente de otra provincia argentina, por más cercana que sea, sabe que las diferencias culturales que se encuentran dificultan -al principio- la comunicación, la alimentación, en fin, el aquerenciamiento propiamente dicho; apliquemos esa experiencia a extranjeros europeos. Idioma desconocido, clima desconocido, geografía desconocida… todo distinto, muy distinto; si entraban legalmente por el puerto de Buenos Aires, lograr el registro y alojamiento en el Hotel de los Inmigrantes era casi milagroso, después el viaje al lugar de destino; llegados a Posadas eran “cargados” con sus enseres en una carreta y trasladados hasta el pueblo o colonia asignada, un viaje de tres días mínimo, con buen tiempo y plaza cercana. Al arribar al lugar se descargaba, la carreta y el conductor regresaban y los “nuevos vecinos” quedaban allí, bajo el sol misionero, en un rozado dudoso y antiguo o en un claro de la selva a la que familiarmente llamamos monte; generalmente eran familias con criaturas de diferentes edades y alguna por nacer; en plena sequía o en la temporada de lluvias era lo mismo, si tenían suerte contaban con “vecinos” –criollos poseedores de las mismas tierras, ahora desplazados por la autoridad y/o grupos familiares de nativos. ¿Y entonces?... entonces el “paraíso” prometido se había vuelto realidad.

En general, en medio de la nada, con un trillo o una picada, la vida arrancó de nuevo para todos, posiblemente con más frustración que algarabía los primeros tiempos para los que estaban y para los “polacos” (sin tinte peyorativo y/o nacionalista, esta denominación se usó y usa en el lenguaje coloquial corriente para englobar a la mayoría de los inmigrantes rubios, de piel blanca y de ojos claros), nada fue maná caído del cielo.

Día tras día la re-construcción de una “nueva vida” sumó años, generó conflictos, instaló prejuicios, superó vicisitudes; como todo proceso humano, requirió tiempo, mestizaje en el significado amplio de la palabra, no respondió a un plan preestablecido… pasó nomás y como se pudo.

La mayoría de esos inmigrantes murieron pobres, incontables mujeres de diferentes edades sostuvieron casa de tolerancia, como se denominaba a los prostíbulos de época, en manos de proxenetas que vestían levitas y jamás faltaban a la misa del domingo. Unos pocos descollaron como yerbateros, tealeros o madereros.

Hubo otra forma de colonización llamada “privada”, que mediante inmigrantes “seleccionados”, pobló la zona del Alto Paraná, a partir de la segunda década del siglo XX. Sobre ella también hay un relato prolijo y uniforme, recién hace un par de décadas los investigadores lo trabajan bajo rigor científico; también se dieron movimientos poblacionales desde Paraguay y Brasil, en varias oleadas que asentaron miles de personas en esta Misiones. Posiciones historiográficas arcaicas todavía presionan para impedir que se los considere “inmigrantes” también.

Y otros miles de argentinos de otras provincias que llegaron y se quedaron. Y los paisanos y criollos fueron en todo el proceso los rezagados, los que quedaron atrás o se “blanquearon” o no sé.

Este gran proceso llevó unas ocho décadas; entonces, surgió una frase para definirlo discursivamente: “crisol de razas”. Nefasta y discriminatoria, de crisol no tuvo nada; no fue bélico, pero tampoco pacífico. Dan cuenta de ello expedientes en el Archivo del Poder Judicial de la provincia y tumbas en cementerios, y del concepto raza aplicado a las personas mejor ni dedicarle tiempo, desde los juicios de Núremberg quedó claro eso, o al menos eso parecía…

Ustedes dirán si seguimos hablando de esto o pasamos a otra cosa.

¡Hasta el próximo viernes!

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