Es el momento de empezar a valorar el tiempo

martes 17 de noviembre de 2020 | 6:00hs.

Hasta fines del siglo XX, el poder estuvo asociado al dinero. Una regla de tres simple, más dinero significaba más poder. Ya a mediados de los años noventa, los expertos empezaban a anunciar que en los próximos años, la información iba a ser el nuevo bastión del poder. Iba a ser más valioso tener información, que tener dinero.

Y no se equivocaron, los volúmenes de información que se mueven hoy son tan monumentales que eran inimaginables hace pocas décadas. Cualquier celular actual pone en nuestro bolsillo una computadora más potente que la usada por los astronautas de la Nasa para navegar hasta la luna en 1969.

Hoy en día, las empresas más poderosas son aquellas que tienen más información sobre nuestras vidas, y cualquiera de nosotros puede verificar el valor de la información en su día a día cuando se nos rompe un disco rígido, perdemos un pendrive o alguno le roban la notebook. La información que podemos llegar a perder, no tiene comparación con lo que pueda costar económicamente el objeto perdido.

Pero todo esto, veinte años después, está siendo cuestionado. La crisis del Covid-19 ha puesto en revisión nuestros valores.

El tiempo se ha vuelto una nueva prioridad, poder dedicarnos a vivir plenamente. Queremos tener más tiempo para desarrollarnos holísticamente.

En Uruguay, por todo esto, se estudió la posibilidad de reducir las jornadas laborales a 6 horas, para que las personas pudieran tener tiempo de hacer actividades deportivas, de pasar más tiempo en sus casas dedicados a los afectos, a la familia. Pero, en lugar de aprovecharlo para eso, se vio que muchas personas, por estar inmersos en los hábitos de una sociedad de consumo, veían en este cambio la posibilidad de tener dos trabajos, y así poder comprar más cosas. En lugar de trabajar ocho horas, la mayoría iba a terminar trabajando doce.

Pero esto que puede parecer muy en contra del capitalismo, curiosamente no lo es, ya que la industria del entretenimiento es tan grande, y genera tantas ganancias, la industria de los videojuegos, o las plataformas para ver películas y series -asociadas a los estudios de cine- apoyan y animan la reducción de las jornadas laborales, para que los usuarios puedan dedicarle más tiempo a sus productos. Las corporaciones quieren quedarse con el tiempo de la gente.

También el urbanismo reconoce que es el momento de empezar a valorar el tiempo.

Impulsado por nuevas corrientes de pensamiento, se busca reducir los tiempos de traslado y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, descentralizando los servicios. Aplicando isotropía territorial, Barcelona y París rediseñaron todas sus redes, de manera que nadie necesite trasladarse a más de quince o veinte minutos de donde vive para hacer un trámite, ir a trabajar, a estudiar, hacer las compras o ir al médico. El tiempo vale mucho como para pasarnos nuestra vida navegando por horas en embotellamientos.

En este sentido, el verdadero teletrabajo llegó para quedarse. Las reuniones pueden empezar y terminar con un clic y ser igual de productivas. Este año, muchos pudieron comprobar que no es necesario trasladarse al centro cinco o seis veces a la semana para hacer bien su trabajo, y ese cambio llego para quedarse.

Pero la realidad de lo urgente, le agrega su propio termino a la ecuación.

La necesidad de fitofilia, de contar con más contacto con la naturaleza en nuestros hogares, en nuestras ciudades, para poder vivir plenamente, tener plantas, recrearnos y hacer actividades deportivas, han transformado nuestra escala de valores. Para quien tuvo que pasar las fases más duras de la cuarentena en un departamento o para los que tienen a los niños dependiendo de las pantallas, más que el dinero, más que la información, más que el tiempo, lo más valioso es el acceso a los espacios verdes, poder sentarnos bajo un árbol con fresco aire puro.

Tal es así, que la contaminación ambiental está llevando a que los gobiernos empiecen a pensar en hacer nuevas monedas, pero no ya con el respaldo del oro, o el respaldo de un barril de petróleo, sino con el respaldo de áreas de bosques.

En conclusión, el futuro tal vez sea del tiempo, o de la naturaleza. Probablemente sean ambos cuando el afortunado -aunque no tenga dinero- pase a ser aquel que pueda pasar mucho tiempo de calidad, viviendo en lugares con fuerte presencia de la naturaleza. Pero lo más importante es que de nosotros dependerá garantizar el acceso de todos a estos beneficios y no permitir nunca que se convierta en un privilegio solo para unos pocos.

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