El mal sino

miércoles 04 de diciembre de 2019 | 6:00hs.
Rubén Emilio Tito García

Por Rubén Emilio Tito Garcíarubengarcia1976@live.com.ar

Ya llegaba la medianoche y pareciera que los perros se hubieran puesto de acuerdo para entrecruzar aullidos en forma lastimera. Y la creencia popular ha determinado que la luna los hechiza como a los lunáticos y magnetizados sienten la necesidad de emitir sonidos guturales y ladridos, pero no es así, porque haya o no haya luna brillando en el firmamento, lo mismo ladran, y a ciencia cierta se sabe que esa es la manera de comunicación a distancia entre ellos. Condición natural que poseen las especies irracionales para mandarse mensajes de bienestar o de peligro. Pero en la opinión de doña Eulalia, la curandera del barrio del regimiento, la cosa realmente no era tan así, porque a su entender hay aullidos y aullidos, y este era de mal sino.
- No me gusta para nada, me está erizando la piel- decía mientras echaba agua bendita que le había dado el cura párroco de la Santa Catalina, en un frasco, por los rincones de la casa utilizando para el salpicado ramitas de hojas de palma del Domingo de Ramos del año anterior.
- Dios me perdone, pero esta perrada cuando ladra así es que está viendo pasar a la muerte, o están oliendo olores de ultratumba.
Fue el razonamiento de la anciana curandera que urgente prendió velas a la Virgen de Itatí y otra a San Jorge, el santo que domina a la bestia. Y luego de orar ante las veneradas imágenes, corrió la cortina que separaba el lugar donde dormían sus nietos y tres de sus hijas, las otras andaban en sus lunas de mieles, y les hizo la señal de la cruz a cada uno y seguidamente como acto de fe y humildad se hincó a rezar el santo rosario apoyada a uno de los catres.
Continuaba con el Santo Rosario y la Biblia en la mano porque los perros no cesaban de aullar y la piel se le erizaba todavía más, acentuando su mal presagio. En ese momento el Paco, el carrerito más famoso del barrio, se entretuvo conversando con el cabo primero Juan Martínez, que venía de cumplir la guardia de veinticuatro horas corridas en el regimiento. Institución castrense donde ocuparon relevantes cargos insignes militares misioneros: los hermanos Recio, Benjamín Camblong, Anselmo Marini, Miguel Baccigalupi, el Negro Rodolfo Prado, famoso por formar por años con Paulino Martín el dueto defensivo de los seleccionados misioneros de básquet, de cuando la camiseta que usaban era de color verde intenso.
El encuentro lo alegró porque fueron compañeros en la escuela primaria y desde hacía varios años no se veían.
- Estoy fundido- dijo Martínez al despedirse en la esquina de la Santa Catalina y Centenario convertida en boca de lobo, porque los muchachitos incorregibles rompieron a hondazos el foco de la esquina, intensificando la oscuridad. Años antes el terreno fue el basural donde depositaban los desperdicios de la ciudad. Lo tuvieron que levantar por fuerza de la circunstancia y ante la protesta airada de los vecinos, ya que cierta mañana encontraron dentro de una vieja valija de cartón el cadáver de un niño recién nacido. Al reclamo vecinal se le unieron las protestas de políticos contrarios al gobierno municipal que obligó al intendente a cambiar el sitio de las inmundicias, dejando a la vista el tramo rocoso del lugar.
Un trueno inesperado hizo que Paco apurara el paso hasta llegar a la puerta de doble hoja del galpón de los caballos, con la intención de observar a los animales antes de irse a dormir. Asió el picaporte y a punto de entrar estaba cuando sorpresivamente salió la figura enmascarada de un hombre en la cerrada noche, emitiendo un gruñido que sonaba mefistofélico. Se dio la vuelta y se sorprendió al contemplar la figura borrosa de algún chiflado disfrazado de diablo, resabio del carnaval que terminara hacía unos días, que sin decir palabra alguna le asestó feroz puñalada en el abdomen que lo dejó pasmado y obligándolo a lanzar un grito doloroso. Al mismo tiempo abrazaba al agresor trabándose en feroz lucha de vida o muerte y debido al ímpetu del forcejeo ambos contendientes rodaron por el suelo y el Paco que gritaba ¡asesino! ¡asesino!
Los gritos atrajeron a don Paniagua, el vecino que linterna en mano emprendió corriendo al lugar cuando ya el Paco, sin fuerza alguna por la pérdida de sangre, no pudo retener al agresor, que liberándose del abrazo huyó perdiéndose en la oscuridad.
Al rato llegó la madre del Paco sin entender nada y al ver tirado a su hijo semidesvanecido atronó el cielo con un lamento desgarrador, que hizo temblar las paredes de maderas del galpón. Pero como toda madre que no desfallece ante la adversidad cualquiera sea ésta, se dirigió al galpón, encendió la lámpara a kerosén sobre la mesa, dispuso un lugar para acomodar a su hijo e hizo preparar la jardinera a don Paniagua, que sintió alivio por la ayuda de otros vecinos que acudieron al lugar. Antes de trasladarlo al sanatorio, la madre taponó las heridas con unas toallas para evitar más pérdida de sangre y guardó para sí un pedazo de tela roja con un cuernito adherido que aferraba Paco en una de sus manos, que al parecer le había arrancado al atacante. Nadie hace unas horas hubiera dicho que actualmente su vida dependía de los médicos, o de la voluntad de Dios.
El Paco fue llevado lo más pronto posible al sanatorio Posadas. Profundas heridas lesionaban su cavidad abdominal en forma desesperadamente mortal. Dos médicos prestigiosos, Miguel Gerónimo Soto y Jorge Alejandro Milcoveanu, el cirujano mayor de la provincia, solícitos lo atendieron prestamente.
Asimismo, la novia y la madre, sus amadas mujeres, agotadas por el dolor y la constante vigilia, no cesaban de verter lágrimas mojando pañuelos uno tras otro. Y en la dimensión del alma humana, estoicas esperanzadas esperaban algún atisbo vital, algún resquicio de recuperación que no se daba y obligó a decir a su madre: -Oh Dios mío, que se haga tu voluntad.
Doña Eulalia, al enterarse del criminal atentado, se hincó a rezar con el Rosario en la mano, mientras la perrada del barrio arreciaba con sus aullidos.