2022-10-29

Me lo contó un policía (Basado en hechos reales)

Bota, jeringa y tiza

Por Luis Eduardo Benítez Comisario general (RE), Abogado

En los parajes más alejados de nuestra querida Misiones, con caminos polvorientos de color rojizo, donde aún no llega el agua potable, y a veces tampoco la luz eléctrica; allá donde la señal para celulares es mala y se la capta “a veces”, allá donde, cuando llueven dos o tres días seguidos, es imposible salir hacia la ciudad; allá donde no hay grandes supermercados ni cajeros automáticos, ni tránsito ensordecedor ni bulliciosos ministerios; donde no se escuchan el ulular de patrulleros o ambulancias; allá, sin lugar a dudas, encontrarán siempre, un destacamento policial, una sala de primeros auxilios (Centro de Atención Primaria de la Salud), y por supuesto, una escuela.

Es que desde siempre, el Estado, nacional o provincial, posee y ejerce las denominadas funciones indelegables; es así que allá donde vemos dos mástiles con sus despintadas banderas nacional y provincial, siempre vamos a encontrar al policía, presto a evacuar y solucionar los problemas del colono, preparado para mediar en los conflictos familiares, apaciguar los ánimos caldeados en el bar o la cancha de fútbol un sábado a la tarde. En forma paralela y silenciosa, está el enfermero o enfermera, siempre atento, amable, dispuestos a “curar” las dolencias de los pobladores, que pueden ir desde una mordedura de alguna víbora hasta un molesto dolor de muela, no importa, él o ella, harán lo imposible para aliviar los dolores y sufrimientos de quienes acudan a la salita de primeros auxilios. También, una mención especial al maestro, maestra, director de la escuela; ellos hacen las veces de portero, pues aún hoy, muchos tienen la campana que suena dando el aviso de entrada, recreos y salida. Ellos son los que organizan el desayudo que sirven con tanto esmero y cariño a esos inocentes niños; son los que enseñan respeto, valores y solidaridad a alumnos, que graban en sus mentes esos principios que los acompañarán el resto de sus vidas; en fin, debe ser un gran orgullo ser policía, enfermero o docente, pues no conozco ningún país del mundo que pueda vivir sin ellos. ¡Dios bendiga siempre tan nobles profesiones!

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