Una foto de la joven Posadas
domingo 26 de mayo de 2019 | 2:00hs.
Una foto de la joven Posadas
Por Federico García sociedad@elterritorio.com.ar
Eduardo Holmberg se suma a una larga lista de aventureros
estudiosos que arribaron a estas tierras en busca de objetos de
investigación. Viajes que muchos de ellos luego volcaron al papel y del
que se desprenden incluso algunos escritos de índole literaria o que, al
menos, recurren a ciertas metáforas e imágenes que podrían tomarse como
mecanismos de la ficción.
El médico, naturalista y escritor Eduardo Holmberg, nacido en
Buenos Aires en 1852, salió desde ese puerto en marzo de 1884 en una
expedición al Chaco, Corrientes y Misiones que culminaría en 1886,
experiencia de la que resultaría Viaje a Misiones, publicado recién en
1889.
En este relato, el hilo del discurso se tensa hábilmente, dada
también la capacidad literaria del autor, quien además de su pasión por
describir las especies de la naturaleza, escribió obras de ficción. La
lectura acompaña las andanzas del grupo de científicos y las
dificultades que les presenta el paisaje del Territorio Nacional de
Misiones, el cual había sido recientemente creado, en 1881.
En febrero de 1885 y tras un viaje de cuatro días por el Paraná
proveniente de Ituzaingó, Corrientes, Holmberg desembarcó en Posadas,
que un año antes había sido cedida por Corrientes y convertida en
capital del Territorio, por lo que sus impresiones sobre la vida de la
capital misionera arrojan un testimonio cercano a los primeros pasos de
la ciudad.
El problema poblacional
El problema poblacional
“A las 9 de la mañana del 2 de febrero bajábamos en el Gran Hotel
San Martín”, comienza relatando el naturalista. El hotel, cabe agregar,
era propiedad de Salvatore Curzio, italiano que también supo recalar en
la tierra colorada y quien además dejó como legado una serie de crónicas
que presentan gran maestría en su escritura.
“Como situación actual, pocos pueblos argentinos tienen una peor
que Posadas”, dice Holmberg en una de sus primeras apreciaciones. Según
el escritor, el pueblo había sido habitado por los yerbateros “que
hacían de él su centro de operaciones…para los meses de suspensión de la
faena”, por lo cual “aumentó poco a poco su población”.
No obstante, “todos los habitantes con quienes he tenido
oportunidad de conversar me han afirmado que la despoblación comienza
gracias a la nueva reglamentación establecida para explotar los yerbales
y al monopolio que beneficia a un particular”, dice en referencia a la
venta que había realizado Corrientes de las tierras misioneras previo a
la territorialización.
Así, relata que “desde el comienzo ribereño de Misiones, en la boca
del Itaembé, hasta su fin, en la boca del Iguazú, toda la costa les
pertenece a cuatro o seis propietarios”. Esta situación es precisamente
la que dificulta el poblamiento de la capital, puesto que “los cultivos,
hechos por peones, exigen demasiado la atención incesante para que
ellos puedan considerarse como pobladores seguros y ulteriores de la
capital del Territorio”, ya que además, “la exigüidad de los sueldos
sólo les permite vivir y nada más”.
La mesa de los posadeños
La mesa de los posadeños
Según Holmberg, por aquel entonces, “las exigencias de la vida en
Misiones no son muy grandes”, pues “casi toda la población anda
descalza”, y esa “vida primitiva exige poco al refinamiento europeo”. En
ese sentido, se presenta una paradoja: “La carne de vaca es delicada,
sabrosa, suculenta y constituye, por decirlo así, la base de la
alimentación de lo que podríamos llamar la gente pudiente”. A la inversa
de lo que pasa en Buenos Aires, “donde la carne es el alimento del
pobre, en Misiones este alimento se halla sustituido por el maíz y la
mandioca”.
En Posadas, como en todas partes, el mercado señala los gustos, los
apetitos, las necesidades, los refinamientos. El naturalista visitó el
mercado, que por aquel entonces se ubicaba frente a un costado del
Palacio de Gobierno, haciendo esquina con la plaza 9 de Julio.
En los puestos, “se vende carne, maíz, mandioca, zapallo, a veces
queso y algo con el aspecto de chicharrones o tiras de gorduras atadas y
fritas, por lo cual deben ser muy golosos algunos de los pobladores,
mas no sé lo que ello sea, porque no lo he averiguado y mi estómago es
demasiado rebelde a tales curiosidades”.
Además, el mercado es fiel reflejo de la diversidad cultural y el
entramado étnico que habita desde siempre en la tierra colorada: “Los
puesteros son gente tan vocinglera y alborotadora y los clasifico así
porque como hablan todos a un tiempo y todos en guaraní, sus coloquios
se enriquecen para el forastero que no sabe su idioma con todas las
resonancias de un tumulto y las tonalidades d’une ménagérie”, una casa
de fieras.
La influencia masónica
La influencia masónica
En su paso por la tierra colorada, Holmberg visitó a su amigo
Francisco Fernández, quien se desempeñaba como secretario de la
Gobernación y por esos días ejercía la gobernación, ante la ausencia por
un viaje del coronel Rudecindo Roca.
La conversación de los amigos derivó enseguida en la influencia que
ejercía en la población de Posadas la Logia Roque Pérez -de la cual fue
miembro y Gran Maestre el gobernador Roca-, fundada en 1879 y que por
entonces era presidida por Fernández.
Sobre los posadeños, dice Fernández: “Estaban separados y los hemos
unido; y los que antes eran perro y gato, hoy son amigos, son hermanos.
Hemos trabajado sin tregua; hemos levantado nuestro templo”, en
referencia al edificio que todavía vigila el centro capitalino, en la
calle Córdoba, entre Colón y Félix de Azara.
Si bien en su crónica Holmberg asegura: “No soy masón”, es bien
sabido que fue miembro activo de la Gran Logia Argentina de Libres y
Aceptados Masones, Gran Orador de la Gran Logia, Gran Secretario, Pro
Gran Maestre, Lugarteniente Gran Comendador, entre otros, además de ser
nieto, hijo y padre de masones y cofundador de la Logia Lumen.
Según sus biógrafos, Holmberg se inició en la masonería en 1884, el
año anterior a su visita a Misiones, por lo que se puede pensar que
estaba en una etapa de transición. Así, en su crónica cuenta que “una
vez cayó en mis manos cierto libro secreto, en el que hallé consagrados,
como dogmas masónicos, todos los principios por los cuales viene
luchando el buen sentido; todas las verdades que el último espíritu
conquista a lo desconocido; todos los elementos de una religión futura”.
Además de Posadas, el naturalista recorrió otras localidades
misioneras, como Bonpland, Santa Ana o Loreto, viaje en el que describió
con precisión científica y virtud narrativa la naturaleza de la región,
es decir, su flora y fauna, así como el devenir cotidiano de su gente.
Sus crónicas son testimonio vivo que congela en el tiempo una foto fiel
de la incipiente Misiones como parte de una idea de Estado Nacional.