Tortuguitas

domingo 23 de septiembre de 2018 | 5:00hs.
Gonzalo Peltzer

Por Gonzalo Peltzer gpeltzer@elterritorio.com.ar

El título principal del diario El Ancasti de Catamarca del viernes anunciaba que el Concejo Deliberante de la capital de la provincia había prohibido las tortuguitas en las calles de la ciudad. Curioso, me adentré en la noticia a ver qué era eso de prohibir unos animalitos inocentes, inofensivos y simpáticos en la vía pública de todo San Fernando del Valle de Catamarca. Ahí me enteré de que los catamarqueños llaman tortuguitas a las tachas que pone la municipalidad en el pavimento para reducir la velocidad de los vehículos. Me dieron ganas de felicitar a los catamarqueños por el progreso intelectual colectivo inmenso que significa darse cuenta de que las tortuguitas, los lomos de burro, vigilantes acostados, lomadas o como se llamen, son una regresión a la época de las cavernas.
Curiosa manía tenemos los humanos de llamar con nombres de animales a las cosas que hacemos, o llamarnos a nosotros mismos gansos, cerdos, gorilas, burros o yeguas... Y supongo que la idea de llamar tortuguitas a las tachas que evitan que andemos rápido por las avenidas debe ser porque parecen tortugas en fila, o quizá también porque los que las ponen son funcionarios lentos... No sé si son mejores o peores que los lomos de burro, pero me alcanza con que no me rompan la paciencia, además del auto, el día que me olvido de que están ahí; es que hay lomos de burro imposibles de pasar con autos normales (y eso que no ando en un Lamborghini Veneno).
Pero lo que me atormenta de los lomos de burro o las tortuguitas no es el auto roto: eso tiene arreglo. Lo terrible –tenebroso diría– es que se trata de la confirmación más palmaria de nuestra incapacidad por hacer cumplir las leyes. Las tortuguitas son la materialización de un razonamiento que podría enunciarse así:
–la ley dice que hay que transitar a 30 kilómetros por hora.
–no tengo recursos legales para hacerte bajar la velocidad.
–así que si venís a más de 10 km/h te rompo el tren delantero.
Sería como si en lugar de controlar la velocidad con un radar direccional te tiraran con un misil antitanques cuando venís del lado de Fachinal más rápido de lo permitido; es la lógica de la época en que no había leyes y mandaba el más fuerte. De paso cañazo: los genios que nos gobiernan hicieron autovías para acceder más rápido a Posadas y después las llenaron de semáforos, radares y restricciones de tránsito para que vayamos más despacio... y para colmo resulta que mandan a practicar control de tránsito a los cadetes de la Escuela de Policía. Terminarán convenciéndonos de que para ellos gobernar es jorobar al ciudadano...
Imagínese por un rato los lomos de burro o las tortuguitas como lo que realmente son: baches, obstáculos que también nos hacen reducir la velocidad. Hacemos un pavimento perfecto para que los autos circulen cómodamente y después lo malogramos con un lomo de burro para romper el tren delantero de un Hummer en Afganistán, del mismo modo que lo rompería un bache profundo de bordes bien filosos, producto del descuido de la autoridad. No se entiende para qué pavimentan las calles si después las destrozan con estas pavadas rompe-coches. Mejor y mucho más barato sería dejar las calles hechas pelota, que así vamos a ir todos despacito y Posadas va a recuperar el encanto vintage de la época de Gómez Portinho en la Trinchera de San José.
Además de ser la materialización de nuestra incapacidad para hacer cumplir las leyes, las tortuguitas y sus parientes rompe-autos y agota-paciencia son otra consecuencia de uno de nuestros deportes preferidos: igualar para abajo. Si no podemos mejorar las cosas para arriba, volvemos para abajo y echamos a la basura años de progreso. Dado que no podemos progresar, retrocedemos. Así nos va en la política también: a los ponchazos y sorteando tortuguitas, retrocedemos el lugar de avanzar.