Fue docente universitaria en Exactas por más de 40 años y preside la Fundación Tupá Rendá

Neni Valdez: “Nací para servir y el servicio me da plenitud”

“El secreto de la felicidad es encontrar para qué viniste al mundo”, reconoció Neni Valdez. Su infancia en la Bajada Vieja, a la que llegó de pequeña desde Paraguay, la Posadas de antaño y la vida al servicio de los demás
miércoles 10 de enero de 2024 | 11:45hs.
Neni Valdez: “Nací para servir y el servicio me da plenitud”
Neni Valdez: “Nací para servir y el servicio me da plenitud”

La Bajada Vieja, el punto de partida de la ciudad. Desde allí se erigió lo que hoy conocemos como Posadas. Artistas la inmortalizaron en canciones y en la literatura, pero hay otros que todavía son testigos vivos de aquella Posadas de antaño, de calles de tierra y de personajes inolvidables. Fue el lugar que vio llegar y crecer a los Valdez-Amarilla, hace casi 70 años, cuando huyeron de Encarnación (Paraguay) en busca de un mejor porvenir. Entre aquellos estaba una pequeña Eusebia Concepción Valdez, de casi 2 años. Los suyos y los no tan propios la conocen como Neni; hija de doña Pomposa Amarilla y Enrique Valdez (personas que marcaron a fuego a los posadeños), pero ella escribe su propia historia: ingeniera química, jubilada, fue docente universitaria por más de 40 años y actualmente preside la Fundación Tupá Rendá, que en sus hogares sostiene a 18 niñas y niños vulnerables. “Del tiempo pasado puedo decir que tuve una infancia feliz, humilde pero feliz”, compartió Neni. “Vivimos un presente bastante tranquilo y podemos incluso tener energías como para mirar al necesitado y tratar de hacer algo. Es un privilegio porque hay personas que no tienen esa misma suerte, entonces la idea es tratar de construir un mundo mejor para todos, equilibrar la balanza de la justicia”.

La familia Valdez-Amarilla en Paraguay, antes de partir hacia Posadas.

En su hogar repleto de fotos antiguas, algunos dibujos de Mandové Pedrozo y recuerdos de sus alumnos, Neni recibió a El Territorio. Sigue habitando en la Bajada Vieja y su departamento está casi en frente de la despensa Virgen de Itapé de doña Pomposa.

Te criaste en la Bajada Vieja, ¿verdad?

Así es. Nosotros somos oriundos de Paraguay, de Encarnación. Tenía dos años y ocho meses cuando tuvieron que venir mis viejos por cuestiones políticas y laborales. Mi papá vino primero, le trajeron de noche a escondidas y al día siguiente vino mamá con dos bebés: uno de dos años y ocho meses (yo) y mi hermanito -que ahora tiene 64 años- de 8 meses en ese entonces. Desde ese momento ya vivimos en la Bajada Vieja.

¿Cómo era vivir acá, cerca del río y con todo lo que ello significaba para la ciudad?

Tenía muchos amigos de la ribera del Paraná, era un barrio muy populoso. En la Escuela Normal (Mixta) hice desde el jardín hasta quinto año y ahí me decían ‘Bajada Vieja, cinco pesos la puñalada’, porque era un lugar de mucha frecuencia de marinos, de jangaderos, de gente que trabajaba en el puerto y había muchas casas de citas.

Cuando vino la modernidad -entre comillas- toda esa gente se fue y el barrio cambió de perfil: de tener la vecindad como la vecindad del Chavo, que a la tarde se sentaban todos, los chicos correteábamos por las calles, todos cuidaban a todos, en los carnavales se disfrazaba todo el mundo, hacíamos desfile; en las fiestas de Navidad y Semana Santa se compartía entre todos. Después pasó a ser un barrio puertas adentro, las casas empezaron a venderse y los propietarios nuevos hicieron casas nuevas de muros altos que ya no integraban tanto con sus vecinos.

El trabajo comunitario que hacés lo mamaste desde siempre de tus padres…

Mi papá, Enrique Valdez, no vivió en la época de Instagram, entonces su historia no se conoce mucho. Mi papá fundó el Círculo de Diabéticos y ese es un ejemplo que marca a fuego lento, porque a él muy joven se le declaró la diabetes. Tenía cerca de 40 años y otro en su lugar va a ponerse a llorar porque tiene una enfermedad, pero él se compró un glucómetro, se sentó en la vereda de la capilla y le empezó a medir la glucosa a la gente y ahí descubrió a los primeros diabéticos.

Festejando el carnaval en el histórico barrio, Pomposa y Neni. Fotos: gentileza Neni valdez

Mi papá era auténtico, pero a su vez tenía una visión transformadora. Siempre fomentó la promoción humana, nunca sometía al que ayudaba, siempre le enseñaba. La heladera de mi casa estaba llena de frasquitos de insulina que papá con un cuadernito distribuía a los afiliados del Pami.

¿Y doña Pomposa?

Mamá también tiene su mérito, pero ya es más de la época de la tecnología, entonces la van a encontrar en Facebook, en todos los medios, en Instagram (Neni sonríe al hablar de la perspicacia de su madre). Ella tampoco se quedó nunca quieta y fue su complemento.

En una casa de dos pisos que teníamos, que estaba torcida y recostada por un poste, empezó la despensa. Se vendía carbón, querosene, mamá se levantaba a las 4 de la mañana y hacía empanadas, sándwiches de milanesa y vendía en la fábrica de cigarrillos, después venían, ahí empezaba a cocinar y organizar otras ventas. Siempre muy laburadora, era como que el descanso era una mala palabra.

Tu carrera universitaria también es algo para destacar en tu vida…

Siempre digo que soy una ingeniera química trucha porque en realidad yo quería seguir medicina y gerontología. Viste que en la sociedad, al menos en esa época, para que la hija mujer salga sola era todo un tema y mamá directamente no quería que me vaya y papá decía que se iba a morir de dolor.

Acá la única carrera que existía era ingeniería y siempre me gustó estudiar.  Me recibí y seguí, hice la carrera docente ahí en la Unam y 44 años trabajé. Fui docente investigador, llegué a ser secretaria académica, fui consejera superior, consejera directiva.

Tuve mi trayectoria académica, me encanta así como el trato con los alumnos, mi casa siempre fue un aguantadero de alumnos. Me acuerdo que en las clases les decía que el fin de semana me iba al barrio La Ripiera para hacer un chocolate, llevar guardapolvos y pan dulce y que el que se anotaba tenía una crucecita positiva en concepto. Venían acá en la capilla y salíamos para el barrio.

Les fuiste metiendo a tus alumnos la semillita de la ayuda al prójimo…

Siempre les decía a ellos que somos privilegiados, estar sentado en una universidad pública, libre y gratuita es un privilegio, nadie puede medir la envergadura de tal sacrificio porque es todo un pueblo el que se sacrifica para sostener el sistema. Les decía a los chicos que el que está sentado acá sepa que tiene que poner su mejor esfuerzo porque se prepara para algo, el peluquero necesita una cabeza con pelo, el cocinero necesita alguien con apetito, nosotros acá nos preparamos para ver los problemas que tiene la sociedad y dentro de nuestras posibilidades de tratar de solucionar.

Estás al frente de Tupá Rendá, ¿cómo fue iniciar este trabajo con los chicos en esa situación?

Tengo mi fe y mi creencia, el que no lo comparte que me disculpe, pero yo creo que es cierto lo que dice la Biblia que el fuego lento te va amoldeando. Yo nunca pude trabajar con chicos que sufren.

En la capilla (Nuestra Señora de Fátima) teníamos un grupo que se llamaba Pastoral del Amor cuando el padre Alberto Barros era párroco de la Catedral y abrió los hogares de noche para la gente que duerme en la calle. Cuando se cierra el hogar El Refugio y 30 chicos quedan sin hogar, nos llama el entonces ministro de Desarrollo Social para ver si podíamos hacernos cargo de 15 de los chicos, que ellos me van a ayudar por tres meses. En ese momento el compromiso era que ellos iban a pagar el alquiler de una de las casas y el servicio de los profesionales, esos tres meses ya se hicieron 12 años.

Cumplidos los 18 años deben egresar del hogar si no son adoptados o revinculados...

Si llegan hasta la mayoría de edad tienen la posibilidad, ojalá Dios quiera que no se corte, de una beca de egreso asistido, que mientras están estudiando les pagan. La otra posibilidad es que se revinculen con la familia o la familia ampliada, que tenemos casos; a veces no estamos de acuerdo, a veces sí, a veces nos equivocamos nosotros y veces se equivoca el Poder Judicial. Y no son pocas veces las que nos equivocamos, lo triste es que el inocente es el que más sufre.

Pasan los años y la criatura cuando más grande es va perdiendo la probabilidad de ser adoptada porque todos quieren bebés rubios y de ojos celestes.

¿Cómo ves la sociedad hoy en día?

Soy una convencida de que un mundo mejor es posible y no hay que hacer grandes milagros, cada uno tiene que hacer por lo menos algo. Un ejemplo de ello es que hace poco una de nuestras nenas cumplió 15 años, tuvo una pachanga, vestido, souvenirs. Hice una tabla con las actividades que hay que cubrir y el responsable de la actividad. Alguien hizo el centro de mesa, otros las flores del ingreso, otros colaboraron con la torta, el DJ, las gaseosas, la comida. Cada uno sumó para un evento feliz para todos esos chicos y esa es la filosofía de que un mundo mejor es posible.

También creo que no es que uno haga las cosas porque es buenito, en realidad uno tiene que reconocer los dones que recibió y todos recibimos dones, nadie es inútil 100%, todos servimos para algo. Y reconocer eso implica una responsabilidad porque si se me dio gratuitamente eso yo tengo que ofrecerlo gratuitamente.

Yo nací para servir y el servicio es lo que a mí me da plenitud y creo que el secreto de la felicidad es eso, encontrar para qué viniste al mundo, cuál es el don que tenés.

¿Cuál es tu mayor frustración?

No es frustración, no es esa la palabra, yo tengo mucha esperanza, creo que somos nosotros los que vamos a cambiar la sociedad. Por ejemplo, no sé cómo existimos en la Fundación, es la providencia porque del dinero que se necesita para mantener todo el proyecto, un tercio se recibe en efectivo del Estado, el resto es la sociedad la que se preocupa por la leche, por el arroz, por el azúcar, por la ropa, por los útiles, por todo. Para que esto continúe estamos afrontando una crisis económica seria porque el subsidio que tenemos lo estamos cobrando con un año de atraso y con la inflación que hay eso se devalúa muchísimo. En lo cotidiano, para la compra del gas, el pago de los servicios estamos afrontando con la venta de usados que hacemos cada tanto, ahora estamos programando una feria para febrero.

¿Qué enseñanza te dejan los chicos?

Lo que tengo que destacar es la capacidad de resiliencia que tienen estos chicos. Llegaron de una localidad del interior seis hermanitos, prácticamente sin saber leer ni escribir. A la nena más grande, por la edad y el tamaño se le puso en tercer grado  y ahora dijo la mae que puede empezar cuarto. Al hermanito de ella le pusieron en primero y ahora le mandan a tercero.

Tenemos una nena que egresa ahora con 18 años y quiere seguir la Licenciatura en Enfermería, tiene capacidad y una polenta increíble. Tienen capacidad de reinventarse y cómo no los vas a acompañar. Las personas que estamos mejor y tenemos la posibilidad de autogestionar nuestra vida, somos las que nos tenemos que fijar y ayudar en ese aspecto.

Perfil

Neni Valdez
Fundación Tupá Rendá Ingeniera química egresada de la Facultad de Ciencias Exactas de la Unam. Docente jubilada que trabajó en esa casa de estudios por más de 40 años. Presidenta de la Fundación Tupá Rendá, que contiene a 18 chicos vulnerados. Tiene dos hijos.

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