Historia de un antecedente solidario en Posadas

CHITO, es sólo una cuestión de actitud, todos los días un poco

Juan de la Cruz Rivarola, repujador, fabricante de zapatos, artista, artesano, inmigrante paraguayo, solidario compatriota, vive en el recuerdo de su hijo y sucesor, Miguel Rivarola, quien supo potenciar el legado emprendedor
martes 24 de octubre de 2023 | 6:00hs.
CHITO, es sólo una cuestión de actitud, todos los días un poco
CHITO, es sólo una cuestión de actitud, todos los días un poco

La de siempre, la de todos los días, la conocida, invita sin embargo a recorrerla y reconocerla. Recorrerla sin un motivo, sin objetivos preestablecidos, simplemente porque a uno le dan ganas de perderse, quizás, para encontrarse. La ciudad llama así. Hay veces en la que la transito, entonces camino sin un plan, camino abierto al descubrimiento, a la sorpresa que el devenir pueda traer. Camino una calle, una bifurcación, un detalle. Camino, paso por una esquina deteniéndome frente a una fachada que a pesar del tiempo se mantiene en pie. Tomo imágenes del frente, bajo por una escalera de peldaños coloridos y en algún momento sobreviene el recuerdo de un umbral, de un adentro con piso de madera, olor a cuero, ambiente de trabajo, un zapatero, un espacio con zapatos, hormas, herramientas. Imagen fugaz y poderosa. Recorro la vereda pero no logro hacer coincidir la evocación con el presente. Una puerta abierta invita. La atravieso, saludo en voz alta y responden desde el fondo. Consulto si acaso en el pasado trabajaba por la zona un zapatero y la respuesta es: “sí, era mi padre y éstas eran sus herramientas”.

La vida y la libertad

Juan de la Cruz Rivarola, más conocido como Chito, había llegado desde Coronel Bogado, junto a Deolinda Bogado y dos hijos, en la década del 50. Como uno más de los emigrados a causa de la feroz dictadura que expulsó y separó a tantas familias, ese oficinista, empleado administrativo de una empresa constructora, llegó promediando los 30 años. Decidió privilegiar la seguridad y la vida de su familia y cruzó el ancho Paraná.

“Papá nunca fue zapatero, abrazó el oficio por necesidad”, cuenta el anfitrión, Miguel Rivarola.

Miguel Ángel recuerda a su padre y cómo se inició en el oficio de zapatero. Fotos: marcelo rodríguez

Y detalla que “era una persona leída, curiosa, informada”. 

Así, leyendo, curioseando, informándose, fue que se interiorizó acerca de los secretos del cuero. Y supo qué hacer cuando llegó el momento e hizo falta ese saber, por ejemplo cómo curtir las pieles que adquiría del matadero que se encontraba detrás de la iglesia ubicada al final de la avenida Mitre, donde hoy se ingresa al puente internacional.

 Dedicaba también su tiempo al repujado en cuero, una técnica consistente en dibujar con relieve. Dicho de otra forma, a realizar grabado.

Además, por esos años trabajó en marroquinería en ‘Las dos J’, que estaba por la zona de Saenz Peña y Mitre según rememora el hijo menor del artesano.

Dar es dar

Alrededor de 1965 la familia de Chito se trasladó a la avenida Madariaga, casi Saenz Peña.  Ahí entre la panadería Las Ceres y la estación de tren fue que el artesano montó su taller independiente.

En los 70 llegó a la ciudad la popular tienda Galver para la que Deolinda confeccionaba -con retazos de telas- colchas especiales. Esa también fue una oportunidad para Chito, inquieto inmigrante: había que reparar los maniquíes de yeso. Juan de la Cruz ni corto ni perezoso dijo “yo lo arreglo” y eso dio pie a una nueva actividad.

Miguel Ángel resguarda las herramientas y elementos de su padre.

Imágenes en relieve y también esculturas brotaron de sus manos laboriosas. Según cuenta el hijo que aun lo sobrevive, realizó un mural en relieve dedicado a ‘la novia de Posadas’, la cantante María Elena que habría estado en el anfiteatro (pero que El territorio no halló), un busto de José Hernandez en Corrientes y Rioja además de la maqueta del monumento a Andresito que posteriormente fuera erigido en la rotonda de Garupá.

“El tren de las 16”

La de Chito Rivarola es una historia de sacrificio, de emprendimientos pero también de amistad y solidaridad. A su casa de Madariaga iban cayendo los perseguidos de la otra orilla, algunos que ya contaban con una bala con su nombre, solo que no lo sabían. Escapados con lo mínimo a veces, corriendo por su vida. Desconfiados e inseguros porque los pyrague -como se conocía a los delatores de la dictadura estronista-  siempre estaban atentos al paso de los exiliados.

En la casa taller del devenido zapatero la hospitalidad se practicaba como un credo.

Chito, reconocido emprendedor y solidario con compatriotas

“Trabajo había y no faltaba dinero por eso mi padre podía, además de brindar un plato de comida, poner plata en el bolsillo de aquellos que partían rumbo a  Buenos Aires en el tren. Uno de esos paraguayos, de oficio zapatero tuvo éxito en su destino y estando en un evento en la Rural, fue abordado por un empresario norteamericano que luego de admirar la calidad de su producto, lo convenció de emigrar al país del norte para trabajar.

“Mi padre recibió una carta en la que el compatriota le agradecía por la ayuda en el momento más crítico de su vida y le anunciaba que todo lo que le iba a llegar, por tren, era para él en retribución del solidario gesto porque ‘cuando tuve hambre me diste de comer’, le decía”, cuenta entre lágrimas de emoción quien ahora se ha transformado en el sucesor del zapatero.

 Fue así que el taller de Chito se llenó de herramientas y máquinas con las cuales continuó su labor.

Pero por favor no pises mis zapatos, zapatos…

Por la puerta de la fábrica salieron esos mismos calzados que los jóvenes posadeños usaban para ir al bowling de la calle San Lorenzo entre Córdoba y Bolívar.

Se los calzaban con entusiasmo antes de demostrar sus habilidades con los bolos.

“Eran totalmente de cuero y había de todos los talles. Uno dejaba su calzado y debía ponerse esos que eran confeccionados especialmente para el local”, recuerda un testigo partícipe de las jornadas de derribo de los pinos de madera al final de la pista de 20 metros. También se confeccionaban unos de “cuero peludo”   que iban al frío sur. 

Te veo en el sol

Salgo a la calle, parece que ha llovido, en la estación ya no retumba el Gran Capitán.

Donde estaba el local de madera en el que se fabricaban y reparaban zapatos hoy existe un negocio emparentado al rubro. Miguel continuó la tradición fabricando calzados ortopédicos artesanales, es decir únicos, especiales y a medida para el pie deforme o de un tamaño inusual que no consigue ejemplar en el mercado ni puede, además, usar uno común.

“Mi padre me enseñó el arte y yo le puse el plus estudiando y formándome en ortopedia”, grafica.

En la vereda una vieja máquina recuerda un pasado de esfuerzo y dedicación, a la vez que es testigo de manos que soñaron con un futuro mejor en la tierra de las promesas y la libertad, abierta a todo aquel que la quisiera habitar. 

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