La arquitecta de Mérida

lunes 09 de octubre de 2023 | 6:00hs.

Las relaciones humanas siempre han tenido en el transcurso del tiempo, distintos matices que han permitido el acercamiento o distanciamiento de las personas por un variado y frondoso esquema de comunicación.

No es ninguna novedad destacar que la tecnología e internet ha permitido un contacto cercano de personas a las cuales nunca hubiese conocido en forma personal. Alguien que vive lejos resulta que no está tan lejos.

Georgina González Hernández y Alessandro Bocha Rinaldi se conocieron de casualidad en Cancún en noviembre del 2022, nunca se habían cruzado en ninguna parte ni siquiera por las redes sociales.

El Bocha Rinaldi disfrutaba un viernes por la tarde del mar azul del Caribe mientras observaba a una chica que nadaba rompiendo las olas de un lado a otro. Le llamó la atención la actividad desarrollada ya que era la única persona que lo hacía en ese momento. Georgina detuvo su marcha cerca del lugar donde charlaban Bocha y sus amigos Alberto Cabeza Luque y Jonathan Fatiga Altamirano. Instantáneamente él le pregunta:

– ¿Eres nadadora profesional? –

– ¡No, simplemente lo hago por placer! –

Esa pregunta fue la disparadora de un diálogo ameno entre todos contando sus lugares de origen y otros datos personales. Además, una rápida empatía entre Georgina y el Bocha. La chica comentó que había nacido en el Distrito Federal mejicano, que era arquitecta, vivía en Mérida, donde residía y trabajaba en un estudio de arquitectura. Los amigos eran cordobeses, de la capital y pasaban unas breves vacaciones en la ciudad del turismo.

Se extendió, contando que Cancún era el lugar de su reunión familiar con sus padres que continuaban residiendo en el DF cuando ella permaneció en Mérida al concluir sus estudios en la Universidad de Anáhuac. Aprovechaban algunos fines de semana del año para encontrarse y compartir el afecto familiar.

Fueron precisamente los padres de la joven que comenzaron a llamarla desde la vera del mar; y ella les comentó que debía marcharse. Bocha con cortesía, esgrimió que le interesaba continuar con la conversación en el bar del décimo piso del Hotel que por casualidad también compartían.

Le brillaron los ojos cuando ella le dijo:

– ¿Te parece a las 21,30? –

– ¡Si claro! -le respondió con una sonrisa.

Georgina fue al encuentro con un vestido casual con dibujos propios de la cultura maya y Alessandro de bermudas y una camisa al estilo caribeño, mucho colorido al tono del lugar. La joven era una típica mujer mejicana, de contextura delgada y mediana estatura, de rasgos simples y mucha decisión. El Bocha era más alto, de cuerpo deportivo y gestos ampulosos con sentido del humor.

Ella escogió para beber “una piña colada con ron oscuro”, él pidió “un mojito con ron, limón y azúcar” y comenzaron a charlar olvidándose de las personas presentes en el lugar. Los dos tenían 31 años, pertenecían a la denominada “Generación Z” y estaban en la búsqueda del futuro de sus vidas.

Alessandro, lanzado, no esperó mucho tiempo para mirarla a los ojos y decirle que le agradaba su compañía; ella respondió con una pregunta:

– ¿Qué te gusta de mí? –

– ¡Esa frescura que expresa tu arrojo de nadar en el mar, tu rostro cálido y decisión para resolver! –

La arquitecta con honestidad dijo que estaba sola, que no sabría explicar bien por qué; el Bocha dijo estar en una relación con más bajas que altas y que estos momentos de distancia debían permitirle tomar una decisión serena pero firme.

Él la tomó de las manos y la noche se llenó de romanticismo, parecía que se conocían hacía rato, pidieron otro trago, y ese décimo piso al aire libre fue para los dos el descubrimiento de algo nuevo que quizás modificaría sus vidas.

Pasó el tiempo, Georgina debía marcharse a la habitación compartida con sus padres. Era la única hija y fue formada en una educación tradicional. Quedaron en encontrarse al día siguiente en el mar y ver después qué proyecto había.

Cabeza y Fatiga le reprocharon haberlos dejado solos y si había decidido quedarse en México.

– ¡Muchachos recién nos estamos conociendo! –

– ¿Y…qué onda? – Continuaron.

– ¡La mejor, me gusta! -Agregó.

El sábado convergieron nuevamente en la playa donde estaba ubicado el hotel y hablaron largamente de Mérida y de Córdoba.

Georgina sostuvo que existe un dicho “Si se acaba el mundo, me voy a Mérida”. Que Mérida es considerada una de las ciudades más seguras del mundo en el puesto 21. Segunda en el continente americano y primera en México.

En Mérida confluyen sitios arqueológicos, playas y cenotes. A 5 minutos de la Universidad se encuentra un asentamiento maya de gran extensión en la Península de Yucatán. Ésa mixtura de lo tradicional y vanguardista le convencieron para ejercer su profesión en la ciudad.

Alessandro le habló de Córdoba “La Docta”, del “fernet con cola”, del Cuarteto, la Mona Giménez, de Belgrano, Talleres e Instituto y del desarrollo industrial, de su Universidad inconclusa, del trabajo y los nuevos desafíos personales.

Decidieron encontrarse por la noche en el mismo lugar, pese a que el hotel disponía de música en otro sector, querían intimidad y aprovechar las pocas horas que compartirían; porque en la tarde del domingo ella retornaba en auto a Mérida y sus padres al DF.

Estaban los dos embriagados de pasión, bailaron solos abrazados con la música de fondo que arrullaba el lugar, comenzaron las caricias y luego los besos desprejuiciados de los jóvenes de su generación.

Se sentaron en unos sillones y fue ella la que arrojó la frase:

– ¡Te voy a extrañar, me siento bien, pero será bastante difícil vernos para continuar! –

– ¡Mis padres están muy apegados conmigo, me resultará muy difícil viajar a Argentina o que tu vengas frecuentemente! –

Bocha la entendió, sabía que tenía que resolver su situación personal, pero quería que eso que había comenzado entre ambos continuase y le contestó:

– ¡Demos tiempo al tiempo! –

Cuando era chico escuchaba con mis padres una canción de Doménico Modugño que decía:

“- ¡La distancia, sabes, es como el viento…

Apaga el fuego pequeño, ¡pero enciende aquellos grandes! “.

Por Ramón Claudio Chávez
Ex juez federal

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