Me lo contó un policía (Basado en hechos reales)
Cena accidentada

Concepción de la Sierra (mi pueblo) ha sido una de las primeras localidades del interior de la provincia en contar con red de agua potable; recuerdo perfectamente cuando todas, absolutamente todas sus calles eran de tierra, incluso la ruta con asfalto llegaba hasta Apóstoles solamente y allí estaban los hombres con sus picos y palas (aún no se utilizaban retroexcavadoras) realizando las excavaciones lineales con una prolijidad y precisión admirable.
En lo que hace a la Policía, el único móvil, un Jeep color crema modelo 1958, con una dotación de diecinueve hombres incluido el comisario, dos oficiales, personal de secretaría y dos grupos para guardias; en aquella época no existían servicio adicional, horas extras, franco compensatorios (licencia de invierno), adicional por cargo o zona como hay en la actualidad; el policía vivía únicamente de su sueldo, las guardias eran veinticuatro horas de servicio por veinticuatro horas de franco, aunque estas últimas nunca eran respetadas, dado que aquel que estaba franco servicio debía presentarse correctamente uniformado a las 20 hasta las 24 para realizar las “recorridas” de prevención.
Ni les cuento si había algún fugado o evadido de Posadas, Apóstoles u otras localidades aledañas; se organizaban comisiones de búsqueda hacia el Paraje Las Sierras, de donde regresaban a veces a los cinco días, con la barba crecida, sucios y cansados. Por suerte, cada efectivo tenía su medio de movilidad propio; un caballo, una bicicleta y los más pudientes, una moto.
También, a diferencia de la actualidad, los policías no tenían autorización para salir o ir a sus domicilios a almorzar y/o cenar; los que somos hijos de policías conocimos desde muy chicos lo que era cargar a diario la vieja vianda, con tres platos enlozados que se encimaban unos sobre otros, y acercarla a la comisaría.
Si era almuerzo no había problema, pero todo se complicaba si se trataba de la cena, pues les recuerdo que la iluminación de las calles estaba conformada por un foco en cada esquina, energía provista por una vieja usina con potentes motores diésel que se encendían a las seis de la mañana y se llamaban a silencio puntualmente a las 22.
Precisamente, una de aquellas noches, cargaba la vianda con la cena hacia la dependencia, lo hacía presuroso y con algo de miedo, ya que había escuchado alguna historia reciente del lobizón. Ante ello, olvidé que estaban abiertas las excavaciones para el agua corriente y en cuestión de segundos me vi en el fondo de una de ellas y con los platos de la vianda desparramados.
Asustado y en la oscuridad, traté de juntar la comida que había caído, confundiendo algún terrón con un puchero, luego caminé hasta el final de la zanja donde un señor oportuno y caritativo escuchó mis gritos de auxilio y me ayudó a salir a la superficie.
Aún hoy recuerdo a mi querido padre destapar los platos de la vianda, acariciarme la cabeza y decirme: “Bueno, hijito, volvé a casa nomás y andá con cuidado”.
Luego de muchos años, recién me enteré que esa noche el pobre viejo tuvo que recurrir al bar-pensión Doña Sara para poder cenar; hoy esa construcción frente a la plaza principal se transformó en la Casa de la Cultura de Concepción de la Sierra.
También descubrí que los cuentos del lobizón eran eso, puros cuentos nomas; que la usina generadora de energía tampoco existe más, en su reemplazo funciona una cooperativa de servicios públicos…., ¡Ah!, tampoco está más el Jeep como móvil policial, hoy cuentan con modernas camionetas y patrulleros y tanto la ruta de acceso como las calles de mi pueblo están todas asfaltadas y/o empedradas. En buena hora, pues todo redunda en beneficios de la sociedad.
La anécdota de la cena accidentada sólo forma parte de recuerdos nostálgicos de la Policía de antaño y de una niñez llena de inocencia…
Por Luis Eduardo Benítez
Comisario general (RE), Abogado