La tragedia del Titán y los pobres migrantes en el mar

Por Jorge Dávila Miguel Para CNN en Español
El casco implosionó a una velocidad de 2.400 km por hora, 671 metros por segundo. La contracción del total del metal tomó una milésima de segundo. Un ser humano tarda en notar el peligro 25 milisegundos. Y estará listo para reaccionar cuando transcurran 150. (...). Debemos lamentar la muerte de cinco individuos en el lance del Titán, compadecer a su familia, pero darnos cuenta también de que el suceso, ampliamente difundido por la prensa, no se equipara con otras tragedias que suceden casi cada día. Más de 300 migrantes paquistaníes murieron ahogados en el mar Mediterráneo pocos días antes de la trágica aventura del Titán. Alrededor de otros 25.000 migrantes han muerto ahogados en el Mediterráneo desde 2014 con la intención de contemplar no el decrépito cadáver de un naufragio, sino una vida mejor. Ellos tuvieron más tiempo para ver como morían a su alrededor hijos, padres, esposas, compañeros de viaje. Más tiempo para sufrir al despedirse de este mundo, al ver como terminaba su vida entre las frías aguas del mar. Seguramente muchos se preguntaron por qué, mientras se ahogaban. Y no fue un milisegundo lo que les llevó el más largo y misterioso viaje de la vida. Y sólo en eso aventajaron a los turistas y tripulantes del Titán, porque tal vez supieron, entre el sufrimiento, las olas y el ahogo, hacia dónde se dirigían.
¿Qué aprender de estos sucesos? Todo y nada. Los deseos de los consumidores animan este mundo, y los seguirán animando. Deseos de poder, de riquezas, de guerra. Deseos de diferentes objetos, nimios o no y al alcance de quien pueda adquirirlos. Hay para todos los gustos y capacidades, también en el consumo informativo. Dentro de esto vivimos. La vida sigue su propio impulso, generosa e implacable, hermosa y terrible, convulsa y serena. Siempre a la espera de una avidez que llenar, en un milisegundo o con los últimos manotazos en el mar. Y no tenemos las respuestas.