El realismo mágico de Macondo
Muchos lectores hemos creído en mucho tiempo que la corriente literaria conocida como “realismo mágico” era originaria de Latinoamérica y que Gabriel José de la Concordia García Márquez era su creador. Ese estilo o esa forma de narrar existía hace mucho tiempo. Los escritores lo adoptaron en muchas ocasiones y fue, sin duda, Gabo su máximo exponente.
Ese idealismo sin tiempo, con tantas contradicciones y pleno de comentarios fantásticos que quizás nunca se producirían fue plasmado en la obra de García Márquez, haciéndose acreedor del Nobel de Literatura en 1982.
Gabriel García Márquez desde pequeño se destacó por sus dotes literarias, en los primeros tiempos de su educación escolar ya escribía historias.
Quisimos conocer algo más de la vida del famoso escritor, estar en el terreno donde vivió su niñez.
Arrancamos en Santa Marta, que como sabemos tiene tren, pero no tiene tranvía; y enfrentamos un viaje con sabor al pasado. En la ruta a Barranquilla, nos desviamos en el camino que va a Bogotá, por la Ciénaga, en plena Guajira colombiana. Imaginamos viejos carretones tirados por caballos llevando de un lado a otro cosechas de bananas o plátanos como ellos las denominan, para llegar a los buques de las compañías americanas; o en los viejos trenes a caldera que atravesaban la selva amazónica con el mismo propósito.
Nuestro destino final era Aracataca -Macondo para Gabo- y no teníamos certeza si había menguado los cuatro años, once meses y dos días de lluvia. El camino era serpenteante con un verde intenso de las plantaciones de plátano, como de árboles que perduraron en el tiempo. Creíamos escuchar voces de personas y ruidos de carruajes, aunque no los divisábamos.
Nos embargaba la emoción el hecho de acercarnos al lugar donde el autor obtuvo tanta inspiración para su exitosa trayectoria en las letras. Al trasponer Tucurinca sabíamos que Macondo estaba a la vuelta del camino.
Quizás Macondo fue arrasado y sepultado por un huracán, pero la casa de la niñez de Gabo estaba entera, erguida como para no olvidar el pasado, ni la historia.
Aracataca nos hizo recordar esos pequeños pueblos de casas bajas, con las calles mejoradas, pero con ese andar cansino del hombre sentado en la vereda con la única intención que el tiempo pase.
El paso del tiempo hizo que la vivienda convertida en museo sea restaurada respetando su estructura original. La presencia en el acceso de un guardia utilizando el uniforme de antaño nos retrotrajo a ese inevitable recuerdo de nostalgia de tantos años transcurridos.
La casa era propiedad del abuelo materno de Gabo; el coronel Nicolás Márquez Mejía; el autor de “Memoria de mis putas tristes”, vivió allí hasta los 9 años, mientras sus padres se trasladaron a Barranquilla. Cuentan que el nacimiento del escritor fue un motivo de unión en la familia, ya que el coronel tenía una muy mala relación con el padre de García Márquez.
El dolor de la ausencia de sus padres era compensado con la libertad que le brindaba su abuelo que sentía debilidad por él y lo llamaba cariñosamente “Napoleoncito”. Por entonces estaba vedado en los hogares el acceso a las conversaciones de los hombres por parte de las mujeres, y viceversa, esto no regía para el protegido del coronel, que circulaba libremente por toda la casa. Esto le permitió escuchar historias fantásticas plena de surrealismo o inventadas por la sabiduría popular.
Su abuela Tranquilina era la jefa de la cocina, dueña de ciertas recetas de ciertas comidas que no les enseñaba nadie. De su abuela, Gabo escuchaba historias tan inverosímiles como irreales, que fueron luego fuente de inspiración en gran parte de su obra. Él era un niño destacado en la escuela, ávido por la lectura, si no conocía el significado de una palabra su abuelo le decía que busque en el diccionario. No sabemos si es el mismo, pero sobre un escritorio se encuentra un viejo y voluminoso ejemplar.
Cuando García Márquez cumplió 9 años su abuelo Nicolás fallece; debe convivir con sus padres en Barranquilla, y luego es becado para seguir sus estudios en la capital del país. Ante la difícil situación económica se ven obligados a vender la casa donde pasó sus primeros años de vida. Era tal el desamparo existente en Aracataca y la pobreza que parecía una tierra arrasada; allí nació la inspiración de denominar Macondo al pueblo de su obra “Cien años de Soledad”.
Recorrimos la finca, donde se conserva la cocina de Doña Tranquilina, un antiguo acordeón con el que se animaban las fiestas y reuniones con música de vallenatos. Un mural del rostro del escritor en el patio junto a una enorme higuera nos trae a su vida más cercana, aunque como bien se sabe, mucho tiempo se dedicó al periodismo y era un viajero incansable.
Hablamos con algunos vecinos de Macondo, preguntamos cuántos habitantes tenía y nos respondieron:
– ¡Cuarenta mil!
Nos pareció demasiado, pero entendimos que, si el escritor se tomaba libertades para la fantasía, por qué no podrían hacerlo ellos?
Al dejar el pueblo nos saludaron con cordialidad. Quizás sean los descendientes del coronel Aureliano Buendía, de Remedios Moscote, de Amaranta; o del mismo José Arcadio Buendía, o algunos de esos personajes inmersos en la obra de García Márquez.
Al abandonar el poblado, en el acceso, apreciamos un cartel que dice Aracataca. Pero para nosotros…
“Ese lugar…era Macondo”.
Por Ramón Claudio Chávez
Exjuez federal