¿Qué haremos cuando se agote el petróleo?

jueves 23 de febrero de 2023 | 6:00hs.

Mucha gente piensa que el petróleo (o el gas natural) existe en cantidades infinitas. Algo similar a lo que pasa con la forestación o la producción de soja o trigo, que año tras año se renueva la producción... y así eternamente…

En realidad, tanto el petróleo, el gas (o el uranio) existen en cantidades limitadas. Hasta la llegada de la pandemia –año 2020– la humanidad consumía unos cien millones de barriles de petróleo por día según los cálculos más conservadores de la Agencia Internacional de Energía, y que llegaría a un consumo de 113 millones de barriles diarios hacia 2030.

Por otro lado, y atendiendo a los datos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 2021 –publicado por Datos Macro y el Quiosco Digital de Unidad Editorial española– en el mundo había, entre unos 98 países, 1.726 billones de barriles de reserva de petróleo que, divididos por cien millones de consumo diario, da una cifra de 50 años restantes de petróleo hasta su agotamiento.

Puede ser que algunos países sub-informen de sus reservas por razones estratégicas y, por otro lado, que aparezcan nuevas formas de extraer petróleo (como el ya conocido fracking o “fracturación hidráulica”). De todos modos esta cifra de 50 años podría elevarse casi hasta el doble, o sea que en vez de enfrentarnos con el agotamiento hacia 2070, seria hasta el año 2120.

En un libro que estoy escribiendo hace seis años, he podido detallar los múltiples usos que la humanidad hace de derivados de petróleo y de la petroquímica:  combustibles para generadores térmicos de electricidad y para automotores, barcos, aviones, ferrocarriles a locomotora; los lubricantes, indispensables en todas las maquinas mecánicas del mundo, desde las gigantescas turbinas hidroeléctricas de Yacyretá hasta los pequeños ventiladores de nuestras computadoras; los miles de artículos de plásticos (vajillas, juguetes, envases, cajas de computadoras, manteles, armazones varios, muebles, artículos deportivos y sanitarios, preservativos, mamaderas,  etc.); el asfalto para arreglar calles y rutas, las fibras sintéticas tipo rayón, nylon, poliamidas y otras; poliuretano para colchones; los nuevos paragolpes plásticos de autos y camiones; el componente fundamental de todos los neumáticos del mundo (de autos, camiones, motos, tractores, aviones, bicicletas, juguetes, ómnibus), que antes era el proveniente del caucho y su vulcanización, ahora son los derivados petroquímicos butadieno e isopreno; etc., etc.

Esto significa que toda nuestra vida; desde que nacemos hasta la vejez, estamos rodeados de miles de artículos vinculados al petróleo o sus infinitos derivados, que día a día siguen aumentando en cantidad y variedad.

En este punto me viene a la memoria una metáfora del conocido escritor francés Marcel Proust, y que refleja cierta manera de pensar de mucha gente: “A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas”.

Por eso, los nietos de nuestros nietos posiblemente dirán, en 50 o más años “no me habían avisado que pasaría esto de la desaparición del petróleo… ¿sería que no lo sabían?, ¿lo habrán cuidado o lo derrocharon?

A largo plazo el futuro tecnológico humano no es feliz; racionalmente la amplísima gama de estos productos presentes en nuestra vida cotidiana y que ninguna nueva fuente de energía renovable o alternativa, ni tampoco el gas natural o el carbón mineral –los otros combustibles fósiles– podrán reemplazarlos entre 50 y 100 años..

En mi libro, aun sin terminar, sostengo que “…el ritmo y las modalidades de crecimiento conjunto de las acciones humanas y naturales es casi imposible de cuantificar, tanto en magnitud como en su ritmo de desarrollo, por lo que su tratamiento científico es muy complejo. Las variables que determinan el cambio climático, la contaminación de las aguas, el agotamiento del petróleo, la fusión de los glaciares o el efecto de los gases invernadero son innumerables, muchas de ellas intangibles (otras mantenidas en secreto) y de difícil estimación cuali y cuantitativa.

La determinación de “dejar pasar el tiempo” parece ser la opción que muchos gobiernos, instituciones o personas han elegido –aparentemente la más económica y factible– pero análoga al caso de un gran depósito de combustibles en el que no se han tomado medidas de prevención contra incendio, y se decide “dejar pasar el tiempo”: las consecuencias de tal decisión pueden ser funestas.

En cuanto a las futuras conductas humanas, podemos agregar cuestiones culturales, religiosas o ideológicas de las personas y las comunidades, que han generado conductas contradictorias de la actual sociedad, entre las que podemos mencionar: a) Algunos medios de comunicación manifiestan que lo que está sucediendo, se trata de una suerte de “predestinación” evitable, o que ya anteriormente nuestro planeta pasó por glaciaciones y otros fenómenos similares; b) Si el agotamiento del petróleo y gas pone en juego la sobrevivencia de la especie humana es –a ojos de muchas personas– una afirmación sumamente “finalista”, considerándosela dramática o simplemente teatral; c) Creencias compartidas por varios cultos religiosos de que, al haber sido el hombre creado por una decisión sobrenatural, no es fácil aceptar que cuestiones “naturalistas” o “terrenales” (como la capa de ozono, el destino de los hielos polares, la cantidad de petróleo restante o los “tsunami”) sean determinantes del destino de la Humanidad, o bien que la misma divinidad que nos creó muy probablemente tomará –oportunamente– medidas “salvadoras”; d) La dificultad de muchas personas, al apreciar y asumir que en el “largo plazo” quizás ellos no vivan, pero que sí lo harán sus hijos, sus nietos y otros familiares descendientes; e) Sectores “super optimistas”, que consideran que, dada la creciente aceleración de los descubrimientos e innovaciones científicas y tecnológicas, con seguridad, antes del colapso petrolífero, descubrirán “algo o alguien” que nos salvaguardará del futuro panorama que expongo.

Finalmente, cabría una pregunta muy audaz al lector, que iluminaría las varias modalidades de analizar nuestra relación con el planeta en el que vivimos: ‘¿Piensa Usted que podrá existir el globo terráqueo sin los seres humanos?”. Las dos respuestas posibles, son “no” o “si”, y encierran posturas filosóficas extremas: la primera, que somos los reyes de la creación y por ello absolutamente imprescindibles en el planeta, o la segunda, que somos simples emergentes de un proceso evolutivo, que en esta etapa integramos la especie Homo sapiens, la de mayor desarrollo cerebral, pero que no somos “dueños” del planeta, ni sus amos; hemos llegado a ser, evolutivamente, otros de sus simples habitantes.

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