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Una excursión a las Cataratas del Iguazú (1935)

domingo 30 de octubre de 2022 | 6:00hs.
Una excursión a las Cataratas del Iguazú (1935)

Salimos de Buenos Aires con la hermosa motonave fluvial “Ciudad de Asunción” a las 17 de un sábado de otoño, cuando no se había iniciado aún la temporada clásica de las excursiones invernales a las cataratas: todos tienen miedo de sufrir mucho el calor, mientras que nosotros, si alguna pequeña molestia pasamos, fue por el fresco y no por el calor.

En Corrientes transbordamos el martes por la mañana a una embarcación menor, el “Iguazú”, que se puso al costado de su hermana mayor. Salimos juntos, pero en el ancho curso del Paraná las dos naves se separaron sus rutas desde los primeros metros: el “Ciudad” con rumbo a Asunción, tenía que tomar el río Paraguay y se acercó a la orilla derecha (o sea el lado izquierdo) mientras nosotros seguimos por nuestra diestra, para proseguir a lo largo del Paraná. Así la confluencia de los dos grandes ríos pasa inadvertida entre el dédalo de las islas mayores y menores.

La Escala en Posadas
En Posadas nos esperaba, profusamente iluminado, el “Guayrá”, motonave un poco más grande pero sobre todo más alegre y adecuada para los turistas que forman - y cada día lo serán más - la parte más notable del movimiento de pasajeros de primera clase en el Alto Paraná.

Sobre el puente superior hay un salón de baile, cerrado por tres lados por vidrieras, en que los turistas pueden pasar las largas veladas bailando al son de la radio, salvo cuando ésta se ha descompuesto, como fue nuestro caso. Se almuerza en el “Iguazú” y se trasborda al “Guayrá” y luego se desciende para una rápida visita nocturna a Posadas, capital del territorio de Misiones, centro importante, de una treintena de miles de habitantes. Nos encontramos con la acostumbrada gran plaza de todas las ciudades argentinas, rica de árboles, iluminada como si fuera siempre una noche de fiesta patria; un grandísimo Café Tokio, propiedad de tres hermanos japoneses, situado en el más bello edificio de Posadas, el de la Sociedad Italiana, extraña sociedad que alquila al café la planta baja y el resto al Club Social de Posadas, sin reservarse nada para sí misma!

El jueves se pone en movimiento el “Guayrá” a las 8.45, remontando el Alto Paraná que se va angostando progresivamente entre las orillas cada vez más densas de vegetación subtropical o siempre más deshabitadas. El río se hace por lo tanto cada vez más profundo, por lo cual no hay que temer pasos peligrosos, como el cruzado el día anterior en el Salto Apipé, donde el anchísimo río esconde la trampa de un pasaje bajo la superficie de 16 metros de ancho solamente, que hace necesario saber acertar, pues de lo contrario hay encalladuras y no pocos daños.

No tenemos ya la diversión del día anterior, de ver a los yacarés perezosamente tendidos disfrutando los últimos rayos del sol sobre la barranca, o sacando el hocico del agua fangosa a lo largo de las costas densamente cubiertas de bambúes de 10 a 12 metros de altura, de hermosas hojas análogas a las de los helechos arborescentes que forman junto con ellos el nuevo boscaje virgen que ha reemplazado al de grandes árboles -en su mayoría cedros - que cubrían el curso del Alto Paraná cuando lo recorrió Alvaro Núñez Cabeza de Vaca por primera vez.

Las colonias y Eldorado
Se siguen una tras otra las colonias que tomaron el lugar de las antiguas misiones jesuíticas, cuyas ruinas más notables se encuentran en San Ignacio, que ningún turista debería dejar de visitar, a una cincuentena de kilómetros después de Posadas.

Predomina en las colonias el elemento alemán, con infiltraciones suizas, mientras faltan totalmente los italianos y los españoles, los cuales, es curioso constatarlo, no se aclimatan a un ambiente subtropical, donde los alemanes se encuentran sin embargo muy bien. La mayor de las colonias germánicas es Eldorado, fundada en 1919 por Adolfo J. Schwelm, con 12 kilómetros de frente sobre el río y 50 kilómetros de fondo, de modo que en conjunto tiene 600 kilómetros cuadrados, en los cuales viven 6.000 alemanes y 2.000 trabajadores locales que son una mezcla de paraguayos y brasileños, y que hablan mucho guaraní y portugués, pero muy poco español, lengua que es la menos hablada en el territorio de Misiones. Aprovechamos una parada más larga del “Guayrá” para hacer una rápida visita al hermoso parque de la administración de la colonia Eldorado, donde las naranjas, las limas y los pomelos se alternan a los ananás, las guayabas y otras típicas frutas brasileñas, entre palmas y flores de tonos vivaces. La vasta colonia produce, como las demás, yerba mate, naranjas y tabaco.

Un inconveniente: la niebla
El viaje fluvial presenta sin embargo un grave inconveniente: el de la densa niebla que el violento desequilibrio de la temperatura hace surgir del río. Las primeras horas de la noche son de un esplendor incomparable: las estrellas brillan con todo su fulgor, y los dos “apuntadores” nos indican la Cruz del Sud que fulgura junto a la típica Mancha del Sud, mientras Venus y Sirio tienen tal luminosidad que hacen brillar las aguas con sus rayos substituyendo así a los de la luna, que no aparece en el cielo.

Parecería que la noche entera debiese transcurrir entre ese encanto de luces, cuando de golpe la cerrazón empieza a extender sus velos cada vez más densos. Muy pronto no se ve ya ni una estrella, no se distinguen más los árboles, ni siquiera las costas: todo queda sumergido en una espesa bruma que penetra en los huesos y da espasmos de frío. La moto-nave se ve obligada a detenerse, pues no hay boyas luminosas que por otra parte serían invisibles en una neblina semejante. Nos acercamos a la orilla paraguaya en la cual hay poquísimas poblaciones que la compañía Mihanovich no toca más, ya desde antes de la guerra del Chaco, algunos marineros descienden en una embarcación de abordo, atan dos cables de acero a dos árboles del monte, y he aquí el “Guayrá” ligado a tierra por toda la noche.

Hacia las ocho de la mañana se ha reanudado la marcha, mientras un curioso fenómeno atrae la atención general: bajo el calor de los rayos solares, la niebla cede, pero se desvanece en una forma nunca vista; parece que llueve a la inversa, de abajo a arriba. Desde la superficie del agua se elevan millares de hilos de niebla que a pocos metros de altura se esfuman en la atmósfera ya límpida y clara. Nada de nubes o bancos de niebla, sino solamente columnas e hilos.

Los puertos se aclaran. Pero ese nombre no debe llamar a engaño: no hay ni siquiera ese pontón flotante que en el curso del Paraná — en Lavalle, por ejemplo, y en Esquina — señala el sitio de desembarco a una ciudad que se levanta a diez o veinte kilómetros más adentro. De puerto no hay más rastro que un poco de arena echada sobre la barranca formando un pequeño espacio, o un sendero marcado sobre la misma escarpada barranca de unos cuarenta metros de altura.

De la moto-nave se destaca la embarcación que lleva a tierra pasajeros, mercaderías y correspondencia; otras veces nos acercamos a la orilla, hacia la cual se echa una pasarela de dos tablas, mientras dos cables nos atan para impedir que nos lleve la corriente. En pocos minutos concluyen las operaciones, y el “Guayrá” reanuda su marcha, que es lentísima, porque se emplea en vencer la corriente: unos 10 kilómetros por hora.

El inconveniente de la niebla impide la observancia de un horario exacto, de modo que los pasajeros no saben nunca a qué hora llegará el barco. A veces la espera se prolonga por 24 ó 48 horas, sin posibilidad de aviso, dado que el telégrafo no existe y no hay estaciones radiotelegráficas más que en El Dorado y en Puerto Aguirre. A veces sucede lo contrario: hay poca niebla y el “Guayrá” llega antes de lo previsto, y el silbato de su bocina hace saltar del lecho a muchos pasajeros que creían embarcarse a mediodía. Es un inconveniente desagradable, al que no se ve por ahora remedio.

A nosotros nos tocaron dos noches de niebla densísima, de modo que llegamos a Puerto Aguirre después de las 13 del sábado, o sea después de una semana de viaje menos cuatro horas. El “Guayrá” continuaba su viaje para Brasil, por Foz de Iguassú y Porto Mendes, el último puerto antes de las famosas cascadas Sete Quedas o Salto Guayrá. Nosotros desembarcamos en la acostumbrada barranca, donde nos esperaba el ómnibus del hotel Cataratas del Iguazú y el camioncito para los equipajes.

Puerto Aguirre se encuentra sobre la izquierda del Iguazú, a 800 metros arriba de su confluencia con el Paraná; la punta en forma de península formada por los dos ríos es brasileña (Estado de Paraná), y la orilla opuesta del Paraná es paraguaya, de modo que en ese punto se encuentran tres repúblicas. Las aguas de los dos ríos son muy distintas: límpidas las del Iguazú, fangosas y rojizas las del Paraná, de ese color que conserva en todo su curso y que transmite también al río de la Plata, y que debe a la tierra roja del Brasil, tan rica en óxido de hierro y que es ideal para el cultivo del café en las grandes “fazendas” paulistas.

El camino a las cataratas
Veinte kilómetros de óptimo camino con superficie de tierra roja que hace enrojecer los cabellos blancos, han sido abiertos en la nueva foresta de helechos, bambúes y otra vegetación semejante, atada por una red inextricable de lianas, a su vez dominada por policromas floraciones de orquídeas que crecen orgullosamente sobre los troncos más altos, lejos del contacto con la baja tierra.

El ruido del motor nos impide oír desde lejos el de las cascadas que debe haber golpeado el oído de los primeros descubridores: en 1541, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y varios siglos después los jesuitas y el padre Patimo, que las redescubrió en 1863, y el teniente J. Barros, que hizo su primer relevamiento topográfico en 1892.

El turismo tardó en orientarse hacia las cascadas, y en 1902 el armador Nicolás Mihanovich con el “Salto Paraná” llevó a Posadas y al Iguazú el primer grupo de turistas argentinos, entre los cuales la señorita Victoria Aguirre, quien donó 3.000 pesos para contribuir a ensanchar la picada entre el desembarcadero y las cascadas. Hay gente que regala o gasta millones en beneficencia o en obras públicas y no tienen ni siquiera el consuelo de ver su nombre perpetuado en los mapas, mientras la señorita Aguirre con solamente 3.000 escasos pesos tuvo la satisfacción de dar a los siglos su propio nombre para el puerto de acceso.

Hace veinte años había tantos tropiezos y hoy los turistas se quejan con grandes lamentos si en el hotel se ha agotado el agua del depósito, y ¡aquélla corre en los baños tibia en vez de caliente!

El hotel es excelente, aunque en condiciones no muy buenas de conservación. Construido enteramente de madera en 1921 con el propósito que durase 15 años, ya a los tres años hizo producir fuertes gastos, para reemplazar todos los leños del basamento, al gobierno argentino que es su propietario, así como de toda la zona de las cascadas — 75.000 hectáreas compradas a los herederos Ayarragaray en $3.199.017.60 o sea a $ 42.65 la hectárea — destinada a formar el Parque Nacional del Norte y una futura zona de colonización. Por ahora, la Comisión de Parques Nacionales no ha asumido todavía su administración, que sigue confiada al ministerio de Guerra, el cual la dirías por medio del comandante del destacamento de Puerto Aguirre.

El gentil teniente primero Víctor Brown, que con un sargento, un cabo y unos pocos soldados — 17 hombres en total — está encargado de la defensa de la frontera, tiene también que controlar cuántas bolsas de yerba mate virgen son embarcadas en Puerto Aguirre, para hacer pagar el derecho de 15 pesos por tonelada; encargos poco guerreros, que por el mismo interés del turismo deberían pasar cuanto antes a la administración civil.

Mucho trabajo tendrá que desarrollar la Comisión en el Parque Nacional del Norte: muchos escalones de madera de las graderías que descienden a los diversos miradores están podridos y se deshacen bajo los pies de los turistas, y hasta un banco crujió bajo nuestro peso, aunque debo añadir en honor a la verdad que entre nosotros había varios “pesos máximos”. Las canoas que transportan a los turistas sobre la cascada principal y a la costa brasileña hacen agua, de modo que los guías deben perder un tiempo precioso en desagotarlas con latas de aceite vacías, provocando muy legítimas preocupaciones en las personas impresionables, y así todo.

Los inconvenientes de la permanencia en las cascadas son muy exagerados por personas sin mucho criterio o amigas de vanagloriarse de haber cumplido empresas grandes y heroicas. La mayor molestia la proporcionan los fastidiosos mosquitos, los hambrientos “mbariguies”, pequeños dípteros (Similium pertínax,) que presentan la particularidad de preferir el sol a la sombra y que desaparecen de noche. Es por eso que la bella playa arenosa, que se encuentra en la extremidad de la isla San Martín, entre los dos grupos de cascadas, tiene pocas probabilidades de llegar a ser la playa de baños de los turistas: expuesta al sol, es el punto de cita de infinitos enjambres de “mbariguies”, mientras hay poquísimos del lado de la sombra y así pude sin molestias nadar en las heladas aguas del profundo lago que se forma bajo la cascada Dos Hermanas.

Fastidiosas son también las hormigas, que a veces invaden en impresionantes ejércitos uno u otro punto del hotel. Pero es fácil echarlas.

El Iguazú y la literatura
Y he aquí llegado el momento de describir las famosas cascadas. Nadie esperará encontrar en una revista geográfica una descripción lírica de ellas. Aunque tuviera el deseo de hacer una, me lo habría quitado la lectura del gran Libro de Huéspedes del hotel.

Jamás en mi vida, en ningún hotel del mundo, me ha sido dado encontrar reunidas un mayor número de “macanas”. Con toda razón escribió un literato en el libro que las cascadas resultan “nefastas para la inspiración literaria de los turistas”.

Parece que la paz del descanso en las grandes salas de estilo noruego, junto al fragor de las cascadas vecinas induzca a los turistas a las más extrañas expansiones líricas. Es notable que en muchos susciten las cataratas el pensamiento de Dios. Hay quien agradece a Dios por haberlas creado y quien confiesa haber comenzado a creer en él recién al haberlas visto. Un fenómeno tan simple como el de una cascada, que surge de un desnivel del terreno, se convierte para alguien en la primera y única demostración de la existencia de Dios, lo que es realmente infantil.

Y nada digamos de tantos esposos en viaje de bodas que mezclan sus propios corazones “inundados de amor” con el fragor de las cataratas. Ni del inglés que escribe melancólicamente: “¡Tanta agua para tan poco whiskey! Ni de la mentalidad comercial que se siente inspirada a la comprobación de que para visitar tal maravilla basta gastar muy poco dinero. Y hay quien siente desaparecer todo sentimiento de admiración a causa de cuatro picaduras de mosquito que habría podido evitar con un poco de citronela — y se lamenta con palabras desgarradoras.

Pero, ¿qué decir aun de personalidades ilustres como la célebre exploradora Rosita Forbes, quien escribe que después de haber visto el Iguazú ha destronado en su propia clasificación a las cascadas Victoria del Zambese del primer puesto entre las siete maravillas del mundo y cree oportuno enumerarlas: 1° Iguazú; 2°, Kilauea (volcán de las islas Hawaii); 2°, el Gran Cañón del Arizona; 4°, el Fujiyama (Japón); 5º, la Gran Muralla de la China; 6°, el templo de Bangkok, en Siam; y 7°, Angkor, ciudad sumergida en la selva del Cambodge. Está muy bien. Pero, querida señorita Forbes, ¿y las pirámides de Egipto? ¿Roma? ¿La bahía de Río de Janeiro? Y cada uno podría añadir maravillas y maravillas.

Por lo tanto, no haré ninguna descripción ni comparación alguna. No es posible en realidad comparar las cataratas del Iguazú, que son un conjunto de saltos que se extienden por muchos kilómetros, irregularmente, ya aguas arriba, ya aguas abajo, con cascadas individuales en que se precipitan masas enormes de agua en un solo salto. No se puede comparar la región del Niágara, fría, a menudo cubierta de nieve y de hielo en fantásticos bordados, con la vegetación tropical y las negras rocas volcánicas del Iguazú. Cada una de esas cataratas — incluso la de Kaieteur, en el río Potaro, en la Guayana británica, que es la mayor del mundo pero la más inaccesible - tiene una belleza particular y propia.

Los principales saltos
Las cascadas son teóricamente 37, pero en realidad son muchas más o muchas menos, según que haya más o menos agua. Con las violentas lluvias subtropicales del interior de los dos estados brasileños, el volumen de las aguas del Iguazú aumenta mucho, hasta en una sola noche, y muchas cascadas aisladas se unen en otra de mayor extensión, mientras que en tiempos de poca agua sucede lo contrario y las diversas cascadas se fraccionan en muchas otras menores y aun filiformes.

De todos modos, las principales, comenzando por la costa argentina, son: Dos Hermanas, aislada a pocos pasos del hotel, muy adecuada para baños, tanto arriba como debajo del salto y de la cual extrae el hotel el agua pura y cristalina que allí se bebe. Sigue una isla sobre la cual se pasa por varios puentecitos escondidos entre la verdura del bosque, y he aquí un hermoso grupo de saltos, escalonados en un amplio talud de forma semi-circular: Ramírez, Bejarano, el grandioso Bosetti, el tenue Adán y Eva, y por fin el majestuoso San Martín, dividido entre dos planos de imponente efecto. Sigue luego el segundo grupo que — escondido por la isla San Martín es invisible desde el lado argentino y que solamente puede ser admirado desde el hotel brasileño, que ahora ha sido puesto nuevamente en condiciones: Tres Mosqueteros (en realidad son a menudo treinta), y después de un largo intervalo. Coronel López, Rivadavia, Pueyrredón, Belgrano, Mitre. Y por fin la gran maravilla, la masa de agua formidable de la Garganta del Diablo o Salto Unión, dividida en dos por la frontera con el Brasil, la cual sigue el “thalweg” del Iguazú inferior.

Con una excursión en canoa, que todos hacen, se llega a un mirador situado sobre un peñón frente al grupo Mitre-San Martín, que se une al grupo de saltos brasileños: Benjamín Constant, Teodoro, Gimenes, Floriano Peixoto, bellísimo y grandioso este último.

Desde el peñón se disfruta de un golpe de vista imponente entre el ruido ensordecedor de la masa de agua que se precipita en el abismo que no se ve porque está oculta por la nube de agua pulverizada, de que arrojan las ráfagas de viento una fina lluvia sobre los curiosos que quieren violar la virginidad de la naturaleza, que desde miles de siglos ofrece un espectáculo disfrutado antaño sólo por papagayos y onzas, tapires y ciervos, y las miríadas de mariposas de todos colores, que forman una de las más curiosas particularidades del Iguazú.

No se han hecho todavía mensuras exactas de cada salto, de modo que las cifras varían según cada cálculo: de 25 a 80 ó 90 metros, según los diversos saltos, y es por tanto más prudente abstenerse de dar cifras que mediciones precisas suministrarán un día u otro. Será esa otra de las tareas que la Comisión del Parque Nacional del Norte deberá cumplir cuanto antes.

Para concluir, diremos que un viaje fluvial de una semana, reconfortante, agradable y variado en buenos barcos argentinos, y una permanencia de dos o tres días en la calma del excelente hotel de las cataratas, hacen la visita al Iguazú accesible a cualquier turista, como lo prueban los numerosos norteamericanos de más de 70 y 80 años, de ambos sexos, que cada año se dirigen allí.

Es por lo tanto de lamentar que la enorme mayoría de los argentinos y de los turistas extranjeros hablen de grandes dificultades, cuando la única es la del tiempo que se necesita, y con poco dinero se puede hacer ese hermoso viaje.

Los visitantes de las cataratas son relativamente muy pocos, y eso que el hotel está abierto todo el año y que ahora son también accesibles del lado brasileño, aunque con menos comodidades. Se puede en realidad llegar desde San Pablo con el ferrocarril Sorocabana y luego con el vapor fluvial y el corto ferrocarril del Guayrá para reanudar la navegación del Alto Paraná en Puerto Mendes. También se puede llegar a Foz de Iguassú con cuatro días de viaje en automóvil, a través del estado de Paraná.

A todos los lectores y lectoras de esta revista les doy un consejo y les formulo un deseo que no dejen de visitar esas cataratas, que Rosita Forbes clasifica como la primer maravilla del mundo, tanto más cuanto que pocos de entre ustedes serán tan vagamundos como para poder admirar las otras seis que ella menciona...

Gino De Passera

Este artículo apareció en la “Revista Geográfica Americana” Nº 22 de Julio de 1935. Fue reproducida en el sitio Historia y Arqueología Marítima. De Passera fue un fotógrafo viajero italiano.

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