Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

Capangas y conchabadores

viernes 14 de octubre de 2022 | 6:00hs.

La explotación de la yerba mate es tan antigua como la conquista misma; en el momento que el español descubrió el potencial económico de la planta, atrás quedó la arista “diabólica” de su uso; cuando se produjo la expulsión de los jesuitas de los dominios americanos, el negocio verde quedó a la deriva, casi un siglo después volvió al centro de la economía regional con la vieja estructura de producción aggiornada, en lugar de indios reducidos o encomendados se fue imponiendo la figura del mensú y con ella, dos oficios estrechamente relacionados y necesarios, el conchabador y el kapanga -o capanga- tiñeron la historia regional desde la mitad del siglo XIX hasta… ¡Bue!, durante un siglo, ponele.

De acuerdo con el diccionario RAE, conchabador deriva del verbo conchabar, del latín conclavāre, significa unir, juntar, asociar; también “mezclar la clase inferior de la lana con la superior o mediana, después de esquilada”; en lenguaje coloquial se utiliza como “dicho de dos o más personas, ponerse de acuerdo para un fin, con frecuencia ilícito”; otras acepciones son “romperse, frustrarse, quebrarse”; en Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela hace referencia a “contratar a alguien para un servicio de orden inferior, generalmente doméstico.”

Por su parte, kapanga es un término de origen portugués; escrito con c significa “bolsa pequeña, tejida, de cuero o de plástico, la basura tirada por los viajeros, bolsita usada por los comerciantes de piedras preciosas”; en cambio con la letra k “es un concepto relacionado con aspectos negativos de la personalidad de las personas relacionadas con la esquila, el que corta el vellón, el esquilador, el capeador, es la forma tradicional de decirlo en Paso de los Toros, Tacuarembó, Uruguay”; en Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay define a la “persona que cumple las funciones de capataz, conduciéndose, a veces, con violencia; obrero jefe de obreros que responde a la patronal, eran (o son) los capataces de las plantaciones de yerba mate y de la tala de quebracho colorado en el Noreste argentino.”

El primero de los mencionados fue una especie de contratista que conseguía peones, su función era convencer y negociar con estos jornaleros -mensúes- las condiciones y valores para la cosecha de yerba mate o el apeo de arboles en la selva virgen del Alto Paraná. Más temidos que respetados, fueron “señores de la vida y de la muerte”, en nombre de propietarios que casi nunca pisaron la Tierra Colorada y la representación del “exceso de autoridad” bajo la mirada indiferente de funcionarios estatales y la sociedad en su conjunto.

Algunos nombres trascendieron las fronteras del tiempo: Antonio Julián, Nicolás Chemes, Jorge Simón, Ramón Haddad, Paí-mí, el Turco Burak y José Omar; todos fueron “independientes”. Los grandes comercios locales tenían los suyos, por cada trabajador conseguido ganaban entre tres y cinco pesos y si el contrato se cumplía en su totalidad la cifra se repetía; según un informe oficial, en 1914 se registraron conchabadores de diecinueve nacionalidades, los contratos mayormente eran verbales; Posadas fue el principal centro de conchabo, seguida por Candelaria, Santa Ana y San Ignacio.

Una vez apalabrado el trabajador, se le entregaba una suma de dinero en concepto de anticipo, bajo la mirada “paternal” del conchabador que los vigilaba hasta el momento del embarque en algún vapor designado. Sin tener en claro ningún aspecto del duro trabajo a realizar, los mensúes se encaminaban hacia el puerto y, en ese momento, la realidad se transformaba; sobre cubierta, hacinados, en ocasiones familias completas, sin agua ni comida, remontaban el río hasta el establecimiento en cuestión donde eran recibidos por el o los kapangas, se los organizaba y trasladaba hasta los lugares de trabajo, casi siempre a pie, en ocasiones hasta inmediaciones del río Uruguay -Campo Eré o Pepirí-; ya en los campamentos, eran sometidos a condiciones infrahumanas de trabajo, de vida, siempre bajo el estricto control de los kapangas y administradores.

Al poco tiempo, la idea de huir de los establecimientos era potente, urgente; los primeros intentos se castigaban con latigazos, dos o tres días de cepo con ataduras de tiento fresco o cuerpos enterrados en el monte dejando solamente la cabeza a ras de tierra; si el mensú no “entraba en razón”, una bala y el cuerpo arrojado al río era “la solución final” y el escarmiento para el resto… por un tiempo.

En marzo de 1907 se creó el Departamento Nacional del Trabajo, seis años después se comisionó a José Elías Niklinson -o Niklison- para inspeccionar las condiciones de explotación, elaboración, transporte y trabajo en los yerbales misioneros. El informe resultante fue publicado en el Boletín Nº 26 del organismo, en 1914; por acá visitó alrededor de 70 establecimientos -26 argentinos, 34 paraguayos y 10 brasileños-, el cincuenta por ciento eran obrajes, el resto, explotaciones yerbateras o mixtas, albergaban unos quince mil trabajadores rurales; solamente 7 reunían las condiciones mínimas exigidas.

Alguna vez, en este espacio, recordamos al único juez que se ocupó de estos delitos -Floricel Pérez-, y también es oportuno rescatar a Doroteo “Yaguareté” Ramírez, un mensú que sobrevivió a la selva, se convirtió en delincuente, pagó sus deudas con la justicia y falleció a los setenta años en la zona de San Vicente.

Como de costumbre, queda mucho por contar sobre el tema; en agosto de este año, Ramón Delgado Cano publicó el libro ‘Los conchabadores del Alto Paraná’; abundan historias, relatos y anécdotas de esa etapa misionera.

¡Hasta el próximo viernes!

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