Un dólar marcado

lunes 16 de mayo de 2022 | 6:00hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

El esparcimiento del domingo en los pueblos siempre fue grato. Las personas se encontraban en las fiestas populares o en los pocos espectáculos que existían. Uno de ellos era el matiné en el Cine Rex de Apóstoles, encuentro obligado para los chicos y para los grandes. En un tiempo, que muchos recordarán, y, por segunda semana consecutiva, estaba en cartelera la película ‘Un dólar marcado’, precedida de muy buena crítica.

Le encaré a la vieja por la entrada. Tuve suerte, me dio la plata. A veces me decía “no tengo” y me bancaba la negativa. Me llamé a silencio, por temor a que me cobren impuesto por eso de la “ganancia inesperada”.

Concurrimos con Nene Sotelo y nos ubicamos en la mitad del salón para observar, desde un buen lugar, el filme. Había que comerse el garrón de la primera película, que por lo general era mala, y ese día también.

El Cine Rex estaba colmado, lleno de voces, de alegrías, de encuentros con amigos. En el intervalo, algunas personas, concurrían a comprar golosinas al bar. Nosotros nos quedamos en el hall y desde allí pude observar a Lidia, una chica bella que me gustaba y estudiaba en la Escuela 22. A pesar de la distancia que nos separaba me regalo una sonrisa y un saludo con la mano. Quedé callado nuevamente, por eso de la “ganancia inesperada”. Aunque no sabía si una sonrisa también tributaba.

Después del noticiero de Costumbres Argentinas, que a nosotros no nos interesaba, venía el plato fuerte de la película principal. Una clásica de los westerns americanos. Aunque el primer actor no era John Wayne, Clint Eastwood o Burt Lancaster, sino un italiano desconocido llamado Giuliano Gemma. Sería un subgénero de spaghetti westerns. La música de fondo era buena y prometía acción, que era en definitiva lo que fuimos a ver.

El protagonista se llamaba Gary O’Hara, un pistolero que luchó en la Guerra Civil norteamericana del lado de los confederados. De regreso a su casa en Yellowstone quiere dedicarle tiempo a su familia, pero el asesinato de un hermano, en una emboscada, lo empuja nuevamente a la violencia, con el único objetivo de vengarse.

La trama se desarrolló en una taberna donde el protagonista y su hermano se vieron envueltos en una pelea que concluyó a balazos por parte de la banda del mandamás del pueblo, con el resultado de la muerte de ambos.

Los malvivientes, que debían enterrar los cadáveres, detuvieron una diligencia que pasaba por el lugar, alzaron los restos y le ordenaron que los llevaran a sepultarlos. Es innecesario aclarar que esto fue solicitado de un modo imperativo.

La pareja que conducía el carromato, advierte que uno de los hombres no había muerto. Gary se salvó porque llevaba una moneda, en el bolsillo de la camisa, que amortiguó el golpe del disparo; el dólar marcado.

Mientras tanto, el mandamás o malandra del poblado, pretendía quedarse con la tierra de los agricultores a quienes apretaba con su banda de forajidos.

La reaparición en escena de Giuliano Gemma, generó murmullos, voces de aliento y esperanza de “que el tipo algo iba a hacer”.

Comenzó la venganza y los tiros por doquier. Las gurisadas del público, y aquí me incluyo, comenzamos a golpear con los pies el piso de madera del cine, simulando el galope de los caballos.

Lupín, a pedido del dueño, nos solicitaba:

-¡Silencio, por favor! -parábamos un rato y luego continuábamos; si él no estuviera trabajando, seguro haría lo mismo.

La trama argumental no difería de las tradicionales películas de cowboys, los malos imponiendo ejemplos inadecuados, soberbia absoluta con la gente indefensa, con la connivencia del sheriff envuelto en la corrupción.

Nuestro héroe se enfrentó a todos con su valentía y destreza en el uso de las armas y los golpes de puño, empujado por todos nosotros que anhelábamos festejar el triunfo.

La película destilaba tensión, riesgos importantes y la idea subyacente, que un solo hombre no podía lograr todo.

La ficción nos permitía apreciar que un revólver de seis tiros, tiraba cien, las balas nunca se acababan y al final el bien terminaba derrotando al mal.

El sheriff terminó acribillado por los mismos forajidos, y el mandamás del pueblo ajusticiado por los buenos vecinos de Yellowstone.

Los chicos que fuimos al cine nunca habíamos visto un billete de dólar. La moneda de un dólar, que termina siendo el nombre de la película, tampoco. Por ese motivo nos llamaba la atención las escenas donde se apreciaba la moneda con un impacto en su borde. Ni siquiera nos dimos cuenta que con una moneda de esa podíamos pagar la entrada al cine. En realidad nos interesaba la película no el valor del dinero.

Cuando el atardecer del domingo comenzaba a desaparecer, los gurises, con la inocencia propia de la edad, regresábamos a nuestros hogares contentos con el cine y ‘El dólar marcado’.

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