Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

¿Mensú igual a tarefero?

viernes 30 de abril de 2021 | 6:00hs.

Los yerbales silvestres misioneros fueron un imán desde que el blanco conquistador llegó a estas tierras; con el tiempo, el consumo de yerba mate, después de ser combatido por considerarlo hasta satánico, se transformó en el “té de los jesuitas” y una mercancía valiosa. Obviamente, necesitó mano de obra para ser tarefeada”.

Este proceso de cultivo, producción y consumo generó al mensú, palabra derivada del término mensual -en referencia a la frecuencia del  salario o remuneración,- que desde el siglo XVII son una constante de esta industria… hoy se los llama tareferos.

“Beneficiar yerba mate” como se conoció a la industria yerbatera se sustentó durante dos largos siglos sobre un régimen de trabajo esclavo, disfrazado desde finales del siglo XIX con un contrato o conchavo, que rápidamente impulsaba el endeudamiento del trabajador, obligado a comprar alimentos y herramientas en las proveedurías de los establecimientos, a precios exorbitantes fijados por el patrón, que sin excepción superaban ampliamente el importe del salario.

El apelativo también se aplicó a los trabajadores “del monte”, los que durante décadas apearon “madera de ley” - árboles centenarios de la selva misionera– que se enviaban a las grandes urbes del país.

Los “kapangas” –capataces– y administradores eran los encargados de vigilar el trabajo de los mensúes, en representación de dueños absentistas, señores de la vida y la muerte de los mensúes; cientos fueron asesinados al intentar escapar del sistema, crónicas de época dan cuenta de cuerpos enganchados en los alambres que sujetaban las jangadas que bajaban por el Paraná hasta la laguna San José.

Invisibilizados por la sociedad de entonces, pocas voces se levantaron en denuncia y defensa, el juez Floricel Pérez –olvidado por la historia regional– fue uno de esos valientes; en el año 1943, el libro Río Oscuro de Alfredo Varela denunció públicamente esta realidad, inspiró la película ‘Las aguas bajan turbias’ y ‘El infierno verde’, estrenada en 1952.

El tiempo pasó y pasa, si bien el formato laboral pareció cambiar, de vez en cuando toma estado público alguna noticia que –irremediablemente– nos hace pensar en aquel ayer…

A estos trabajadores se los ha inmortalizado, en Posadas, en el corazón del barrio Bajada Vieja, donde actualmente se aprecia la segunda versión del monumento.

En el año 1986, por iniciativa de la comisión vecinal del barrio, entonces presidida por Ramón Morínigo, surgió la inquietud de homenajear a esos obreros del monte misionero; se convocó al artista plástico Hugo Viera y todos emprendieron la tarea de conseguir los materiales necesarios para la obra y acondicionar el lugar donde se erigiría.

Los vecinos donaron lo necesario, el ingeniero Kuki Coll aportó varias cargas de piedra mora para dejar en condiciones la intersección de las calles donde se levantaría el pedestal para la escultura, ya que el sitio tenía una importante depresión; una parte de ella se aprovechó para construir un pequeño anfiteatro.

Fue muy apreciado el aporte de otra vecina -Lucrecia Jeanneret, escritora y poetisa–, quien gestionó ante la Entidad Binacional Yacyretá la donación del cemento necesario para el emprendimiento.

Finalmente, con un gran acto y festival popular denominado Primer Festival del Mensú, se inauguró el monumento en el año 1987. Aquella versión, montada en el pedestal que se conserva hasta hoy, tenía 1,70 metros de altura, realizada totalmente en cemento -la manufactura se efectuó en el salón de la escuela San Basilio Magno, que por entonces tenía su sede en el barrio, y fue trasladada al sitio oportunamente -.

El escultor Hugo Viera contó con la colaboración del colega Sergio Ortiz, la fuente de inspiración fue el artista misionero Ramón Ayala, pionero en la difusión a través de la música del derrotero de estos trabajadores, y el cuento ‘Los mensú’, de Horacio Quiroga, publicado en el libro ‘Cuentos de amor, de locura y de muerte’, en el año 1917.

La grilla de actuación de aquella noche fue interminable, ningún exponente regional faltó a la cita… Los más memoriosos recuerdan a Teodoro Cuenca, Cambá Gaúna, el propio Ramón Ayala, Los Hermanitos Arrúa, Daniel Larrea, Salvador Chaloy Jara y muchos otros musiqueros… La “estrella” de la velada fue Chopi.

Chopi era un changarín que trabajaba acarreando mercaderías desde el almacén de doña Pomposa hasta el puerto o hasta el sitio que las paseras le indicaban; hasta esa noche, la voz de este parco personaje casi no se conocía, tanto así que muchos creían que no podía hablar.

Cuando los primeros compases se escucharon en el barrio, Chopi estacionó la carretilla y acompañado por significativos sapucays, salió a bailar… solo… cuanto chamamé se interpretó, para deleite de los presentes.

El tiempo pasó y el monumento pasó a ser ícono del barrio; en el año 2003 estaba cobijado por frondosos chivatos, pero una feroz tormenta –de esas que suelen azotar la ciudad cada tanto– afectó una rama de grandes dimensiones que cayó exactamente sobre la escultura, destruyéndola totalmente.

Repuestos los vecinos de la pérdida, emprendieron la tarea de reconstrucción de la obra, contactaron al escultor Viera y en 2009 se reinauguró la versión de más de 3 metros de altura, que se puede visitar actualmente. Para entonces, uno de Los Hermanitos Arrúa, que había actuado en el primer evento de 1987, era el secretario de Cultura y Turismo de la Municipalidad capitalina.

Hugo Viera supo ocupar cargos públicos, es recordado por su postura feminista con las compañeras; en tiempos en los cuales el acoso laboral era moneda corriente, supo defenderlas a pesar del costo.

Nunca más se realizó el Festival del Mensú; a Chopi se lo llevó la noche del olvido urbano. Parte de los bajorrelieves de la primera versión del monumento se pueden apreciar en el frente de una de las viviendas linderas a la obra y en el pedestal se aprecia una placa con la letra del tema ‘El mensú’, de Ramón Ayala.

¡Hasta el próximo viernes!

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