Pinceladas de historia

Sacerdotes guaraníes en tiempos coloniales

domingo 08 de noviembre de 2020 | 5:00hs.

La Iglesia Católica prohibió durante casi todo el período colonial el ejercicio del sacerdocio a los amerindios. Fundamentaban esta decisión en el hecho de que su nivel intelectual era muy bajo y les resultaba muy difícil la práctica del voto de castidad, que, lógicamente no existía en los tiempos ancestrales de esta etnia. Es por ello que, durante todo el período jesuítico, no existieron casos de sacerdotes guaraníes en la Provincia Jesuítica del Paraguay.

No obstante, en la experiencia evangelizadora en el Japón, los jesuitas aceptaron formar sacerdotes en aquellas culturas asiáticas. Llegaron a existir 70 sacerdotes Jesuitas de origen nipón. Consideraban desde el gobierno de la Orden de la Compañía en España que entre los japoneses era más factible la adaptación a las reglas del sacerdocio católico.

Pero la realidad en la época posterior a la expulsión de los Jesuitas en tierras rioplatenses fue diferente en relación a esta prohibición. Así, en 1803, medio siglo después de expulsados los jesuitas, un joven guaraní del pueblo de Santiago, Francisco Javier Tubichapotá, fue ordenado sacerdote por el Obispo de Asunción y destinado a una doctrina cercana a Asunción “para trabajar entre los neófitos”.

Fue Tubichapotá el primer sacerdote entre los guaraníes habiendo realizado sus estudios religiosos en el Real Colegio Seminario de San Carlos en Asunción, beneficiado con una beca de la Corona española. Había nacido en Santiago el 3 de diciembre de 1775 y bautizado en la Nochebuena de ese año. Era hijo de un corregidor de ese pueblo, don Estanislao Tubichapotá quien ofreció pagar el hospedaje en el seminario con fondos del pueblo. Evidentemente la beca real no cubría todas las expensas.

Francisco Javier Tubichapotá fue aceptado en el Seminario por el Obispo de Asunción quien declaró que “podría servir como un ejemplo para los otros guaraníes”.

Esta experiencia fue repetida, aunque no de manera frecuente, en otros seminarios. Así, Juan Ventura Cuyurí y Francisco Chuchí de la misión de Yaguarón estudiaron en el mismo seminario de Tubichapotá unos años después. Domingo Yabacú, del pueblo de Santo Tomé entró en el Real Convictorio de San Carlos, en Buenos Aires, en 1801. Fue considerado por Gregorio José Gómez, un doctor en Teología de la Universidad de Buenos Aires como “su distinguido pupilo”. Pascual Areguatí, Corregidor de San Miguel envió sus dos hijos al Colegio de San Carlos en Buenos Aires buscando que ambos sean futuros sacerdotes. Pero uno de ellos, Pablo abandonó esos estudios y fue un destacado Capitán de Milicias en Mandisoví, hoy Federación, en Entre Ríos. Unos años después, en tiempos de Rivadavia, Pablo Areguatí fue nombrado Comandante Militar de las Islas Malvinas.

La aceptación de sacerdotes nativos se originó en decisiones del Papa Clemente XIII quien oficializó decretos de décadas anteriores de la Corona española que autorizaba a “los hijos de los caciques” a ser admitidos en órdenes religiosas.

Para los jefes guaraníes la posibilidad de religiosos surgidos de sus comunidades representaba un importante símbolo de autonomía. A lo largo de la experiencia misional de los Jesuitas con los guaraníes se había ido gestando una nueva cultura, la guaraní-jesuítica, que aparece con enorme fuerza una vez que los jesuitas son expulsados. Un sincretismo cultural entre los elementos propios de la cultura guaraní mezclados con aquellos del catolicismo aparecieron con fuerza en los campos litoraleños. Esta mezcla de tradiciones religiosas guaraníes con elementos católicos no necesariamente debe ser visto como un signo de deterioro de alguna de ambas culturas, sino la aparición de una nueva. Muchos autores, incluso, consideran que las Misiones de guaraníes crearon una propia versión del catolicismo donde ambas culturas utilizaron como estrategias de supervivencia el conocimiento del otro a partir de sus elementos más importantes. El aprendizaje de la lengua guaraní permitió a los Jesuitas conocer el mundo guaranítico, su forma de pensar, su modo de ser. Aprendiendo el catolicismo el guaraní aprendió cómo pensaba el español. Esto permitió la supervivencia del guaraní en nuestras tierras, a diferencia de otras experiencias fallidas en el resto de Hispanoamérica.

 La presencia de jóvenes guaraníes formándose para el ejercicio del rito católico entre sus propios hermanos de sangre es otra demostración cabal de la fuerza de esa nueva cultura surgida en los tiempos de los Jesuitas y que continuó a lo largo de muchas décadas posteriores a su expulsión en 1768.

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