Compañero de aventuras

lunes 19 de octubre de 2020 | 5:00hs.
Compañero de aventuras
Compañero de aventuras

El 12 de junio del 2010 la selección nacional debutaba frente a Nigeria en la Copa del Mundo. Las calles de Posadas estaban vacías, pero no debido a la cuarentena.

A Aguara ‘le llegó el dato’ de que en el Hotel Savoy hubo un principio de incendio y los bomberos dejaron una entrada ligeramente habilitada. “Probemos”, me dijo, y cámara en mano, nos dispusimos a explorar la vereda de Colón y Sarmiento. La entrada no era elegante como lo fue en su momento el hotel. Para adentrarse había que pasar entre vallas de publicidad y el piso estaba lleno de escombros, material orgánico, humano y otros de origen incierto (Javier era defensor absoluto de las alpargatas y ese día se llevó puesta unas negras). Encontramos un hueco al final, de más o menos medio metro. Era ‘la entrada’. Iluminados sólo con mi flash tanteamos la planta baja. Entre palotes y postes que sostienen al primer piso, vislumbramos la famosa escalera de mármol que en 1913 fue furor. “Subamos”, dijo Aguara y el flash nos ayudó a subir las escalinatas. Mientras tanto, me iba contando la historia del lugar y sentíamos que ese relato se fusionaba con el olor a nostalgia que había. Asombrados por la belleza del patrimonio y con algunas marquesinas que todavía se conservaban, el recorrido iba avanzando hasta el segundo piso. “Mirá, la naturaleza se abrió camino”, señaló un ambay que tocaba el techo del patio interno. Luces y sombras, oscuridad que se vestía con vestigios del pasado. “Estamos caminando sobre la propia historia de Posadas”, fueron sus palabras cuando entramos a la habitación principal.

Afuera no había nadie, el partido mantenía entretenidos a los que nos podían delatar. Yo no paré de retratar cada rinconcito que veía. “Un momento mágico”, le dije sobre lo que vivíamos y me pidió que le sacase una foto, estaba parado en una de las habitaciones donde ya no existía pared, sino solamente huecos. Su sonrisa pícara demostraba que estaba feliz de que finalmente pudo entrar en esa historia que siempre persiguió. El recorrido duró los 90 minutos del partido, ninguno de los dos tenía celular y -como buenos traviesos- no le avisamos a nadie de nuestra hazaña. De repente escuchamos algo. “Es la señal”, me dijo y nos dispusimos  a salir. El corazón a mil por hora, un encuentro de emociones, entre la adrenalina de estar en el corazón de la ciudad y la tristeza de verlo tan olvidado. Al salir nos fuimos a tomar un café, en el bar Español que tanto le gustaba, Argentina había ganado. Nosotros también. 

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