El futuro de la independencia

domingo 10 de julio de 2016 | 6:00hs.

Resacado de tanta independencia, pensaba anoche que quizá sea el momento de mirar para adelante. Quiero decir que los argentinos estamos cansados de buscar nuestro destino en el espejo, como Narciso. Ahí sólo nos encontramos con el almanaque y el paso del tiempo que marca nuestra decadencia. En lugar de mirar por el parabrisas avanzamos según lo que vemos en el espejo retrovisor. Y así nos va. Resolvemos en dos minutos que todo fue mejor hace doscientos años, y también hace 150 y hace 100 y hace 50… Hoy ya son 200 años + un día y mañana será 200 + dos días y el tiempo sigue transcurriendo sin remedio mientras lo miramos pasar sentados en la vereda. Como decía, pensaba ayer, mientras me empachaba de imágenes de Independencia, que sería genial que de una vez por todas miremos hacia el futuro y agarremos al tiempo por sus crenchas, que por algo los griegos decían que a la ocasión la pintan calva.
Y hablando de griegos hay que decir que 200 años es mucho para una vida pero no es nada para un país. A nosotros -digo yo- todavía no nos alcanzó para salir de nuestra adolescencia, pero igual podemos celebrar porque hay algunos que todavía se debaten en la infancia. Mal de muchos consuelo de tontos, porque la Argentina merece hace rato ser un país adulto entre las naciones de la tierra. Lo somos individualmente y más que ninguno, pero colectivamente, como sociedad organizada, estamos todavía en el despertar de nuestra vida. En 200 años hicimos poco más que pelearnos unos con otros, eso sí, como hermanos, que los hermanos también se pelean. ¿Y qué más? espere que piense…
La patria es como la madre, nos dijo Francisco en un alarde de metonimia (madre es justo lo que quiere decir la palabra patria). Y el amor a la patria siempre se confundió con el amor a los padres. La patria, como la madre, no se vende. Claro, ni se los traiciona, ni se los contradice, ni se los critica. Son mal nacidos los que critican a sus padres cuando lo que hay que hacer es quererlos y tapar sus defectos, como hicieron los buenos hijos de Noé con su padre borracho y desnudo. La patria, en cambio, es la madre que creamos todos juntos: mejorarla o empeorarla es cosa de nosotros.
Se lo voy a recordar por las dudas. El 9 de julio de 1816, en una tarde soleada de martes en San Miguel del Tucumán, un grupo de 29 congresales que representaban a las ciudades más importantes del Virreinato del Río de la Plata (lo siento, pero no había nadie de por aquí) declararon la independencia de una cosa que llamaron Provincias-Unidas en Sud-América. Cinco congresales faltaron por distintas razones y esa cosa que crearon no tenía ni presidente ni rey ni nada. Uno de ellos, Juan Martín de Pueyrredón, se había rajado a Buenos Aires a tomar el poder como Director Supremo de las Provincias-Unidas. El Acta de la Independencia se perdió y sólo se conserva una copia que escribió de memoria José Mariano Serrano, diputado por Charcas, la ciudad que hoy se llama Sucre y de argentina no tiene ni un pelo y ni calle en Buenos Aires le queda.
Por todo esto y por muchas cosas más supongo que no nos queda otra que ir para adelante. Dejar de lamernos las heridas y volver a caminar, juntos, hacia el destino común de argentinos que parece bastante promisorio. Dejarnos de grietas y empezar a construir puentes. Cerrar el Club de la Pelea y abrir el del Diálogo, el de la convivencia entre los que piensan distinto, que es la mejor convivencia que existe: la de los que piensan igual es pura sobrecarga y aburrimiento.
Pero hay algo que también tenemos que respetar después de 200 años de fregarnos en ellas, o con ellas: las leyes. Ya es urgente que los argentinos respetemos la Constitución y las leyes de la república. El poder no excusa a nadie, el dinero -que es poder- tampoco. ¿Alguien duda de nuestro escaso apego a las leyes? No son ni mejores ni peores que las de el resto de los países del mundo, lo que pasa es que los países avanzados las cumplen y los retrasados, los adolescentes, se ríen de ellas.
Eso nada más: miremos para adelante y que los próximos 100 años sean los del reencuentro de los argentinos con su futuro y bajo el imperio de la ley.
Felicidades por los 200 años más un día de nuestra independencia. ¡Bienvenidos al futuro!

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar