Elogio de la renuncia

martes 17 de marzo de 2009 | 2:00hs.
¿Qué significa renunciar? ¿Son iguales todas la renuncias? ¿Fue igual la renuncia de Evita a los honores, que la de De La Rúa a la Casa Rosada? ¿La de Chacho Álvarez a la vicepresidencia del país, que la de Sofovich a la presidencia del jurado de Bailando por un sueño?¿Significan lo mismo? No responderé estas preguntas pero, permítanme señores -y señoras- considerar algunas cuestiones ligadas al hecho de renunciar.
En muchas culturas del mundo existe la figura del renunciante; aquél que con fines a veces religiosos, se retira del mundo en la búsqueda de la perfección espiritual. Salirse, extraerse de la vida profana para sumergirse en la vida sagrada. El que renuncia, como bien escribe el antropólogo Roberto Da Matta, abre la puerta de otro mundo, rechazando las reglas de aquel al cual se pertenece, instaurando nuevos códigos y estableciendo marcos interpretativos para la exégesis de lo que se resiste. La renuncia -como el suicidio- interpela a quienes fue dirigido, mostrando lo que se impugna. Es un mensaje que contiene a su vez un lenguaje que permite entrar en el mundo del cual el renunciante dice retirarse.
Hablemos -brevemente- de la renuncia.
En primer lugar quiero tratar de establecer la relación entre renuncia y ausencia. Quien renuncia - paradójicamente- queda presente ante aquellos a los cuales dirige su acción. Nadie se olvida de quien renuncia. Para bien o para mal, según se juzgue. Renunciar no es ausentarse, es ponerse en otro lugar, como un fantasma que no se ve pero todos saben que está. Nunca nos olvidaremos de aquellas mujeres que nos dijeron adiós, aquellas que supieron renunciar para quedarse instaladas en nuestra memoria. Doble táctica que hace que aquello que no está, no deje de estar. Una eficaz estrategia contra el olvido.
Otro punto: ¿existe un tiempo para la renuncia? ¿En qué momento la renuncia es irse porque uno quiere y en qué momento es la única opción? Acá hay algo, uno renuncia cuando tiene otra posibilidad, cuando elige, cuando decide. Por eso es importante el tempo en que se decide la renuncia. Ese momento, ese compás, en donde tanto el que se va, como el que se queda coinciden en que se ha producido una ruptura, un hiato, inevitable e insoslayable.
Un tercer elemento a considerar es el carácter políticamente incorrecto de la renuncia (que suele ser las más de las veces, una virtud). Más de una vez, escuchamos decir: “los espacios hay que ocuparlos”. Queda en silencio, la reflexión que responde: ¿a costa de qué? ¿Puede alguien quedarse en un lugar donde otro le dice que sea lo que no es? Algunos se quedan, otros no. Esos son los que renuncian, muchas veces sin pensarlo mucho, por intuición o sabiduría. Y ese hecho, el de renunciar, el de poner en evidencia el rechazo, hace que una serie de frases hechas caigan, condenando a quien tomó esa decisión.
Una amiga me sugirió un párrafo dedicado a la elegancia, el don del que renuncia. Dicen que el guerrero, aún en los instantes finales no debe perder el glamour. El renunciante queda envuelto en un aura que expresa desinterés respecto de las cosas mezquinas de la vida. Es Gatti corriendo detrás de la pelota y diciendo que no con el dedo a la hinchada de River  que ya está gritando el gol. Es dar la media vuelta, e irse con el sol cuando muere la tarde (ya sabés, si encontrás un amor que te comprenda).
Debo decir que prefiero a quienes renuncian a lo establecido, a lo que tiene ser, a lo que - suelen decir - “hace todo el mundo”. A los que renuncian a la normalidad de las rutinas, las familias y las carreras profesionales. Aquellos que no renuncian a su sueños y a sus placeres.
En tiempos donde aferrarse a un cargo es más importante que hacer lo que uno piensa, en momentos donde es más fácil encerrarse en el plan que la rutina eligió para la vida, en situaciones en donde el deseo y la voluntad se encuentran devaluados, una renuncia abre una nueva posibilidad. Un tiempo diferente, de códigos francos, de salir a jugar. Sé que nada es definitivo, somos humanos después de todo, pero mientras tanto…

Dedicado a Juan Román Riquelme,  y a la próxima mujer que no olvidaré…

Por Café Azar
antropólogo