Día del Almacenero: "El almacén era un lugar de fiesta, lleno de clientes"

domingo 27 de septiembre de 2020 | 21:23hs.
Sociedad
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La colonia creció sobre el entramado de picadas y caminos de tierra que serpentean, suben y bajan atravesando la ruta nacional 14. En los años 60-70 los concejales resolvieron poner nombres a esos pasajes que transportaban hacia la civilización gigantescos rollizos, yerba, tabaco y demás sembradíos.

En puntos distantes de los nacientes poblados se encontraban los almacenes “de ramos generales”. La mayoría de esos comercios quedaron enterrados por el tiempo o se encogieron hasta quedar simples kioscos. “Los chicos reirán de lo que hablamos y los abuelos como yo, se emocionarán al recordar lo que de chicos veíamos nosotros a diario”, como dijo Hulda Schonwald, germana joven y elegante al momento de tentarla a la entrevista. Con su único hijo –Daniel Wojtaszyn- son herederos de Alejandrino, un colono bonachón descendiente de ucranianos autor del “Almacén, Pool y Bar Don Bato”, en la Picada Propaganda, a 5 kilómetros de ruta 14. El comercio data de –por lo menos seis décadas atrás- época de mucho movimiento, de intenso trabajo. Despojadores de naranjas, tareferos, carpidores, carreros, gente de oficio rudo y tostada de sol. Que tenían en ese almacén –mezcla de boliche, salón de baile, romería- su meca de compras, diversiones, fogones de cosecha, después de los ayutorios.

El paso de los años y de las vidas arrasó con las construcciones originales –totalmente de madera- y hoy lo que resta del almacén y del bar es de mampostería. Eso sí, de la amabilidad, la guapeza y el agrado en el mostrador, sólo “queda el caracú” como dicen los parroquianos.

“El almacén era un lugar de fiesta, lleno de clientes y curiosos los sábados, se amontonaban los despojadores y quedaban desiertos los enormes naranjales de don Carlos Soboboy. Los rurales que vivían demasiado lejos, directamente ya se quedaban hasta la noche. Al fondo se amontonaban las escaleras, las ponchadas para raídos, los bolsos del despoje". Y entonces a medida que se acostaba el sol hacia el poniente, el enorme galpón se transformaba en salón de baile. Es cuando Miguel Antonio Gauna –profesional del Ejército que cumplió destino en Uspallata, Mendoza capital-, pasó a retiro y regresó 3 años atrás a sus pagos originales. Aquí “yo me crié, en este lugar viví las alegrías de aquellos tiempos, venía a buscar para mamá arroz, harina, todo era suelto. Había también un estante donde se exhibían rollos de telas por metro, algunas prendas femeninas, y los primeros pantalones de grafa. Se hacía el acopio de té en grandes bolsas; esos mismos sábados de tarde recorría la picada una camioneta enclenque parlanteando la función de cine en el pueblo. Era todo un acontecimiento, esa misma camioneta alzaba a los jóvenes que iban al cine del viejito Fontana”.

Hulda contó cómo “la música de los pequeños grupos que animaban los bailes retumbaba lejos, se escuchaba distante y eso alegraba la vida de toda la colonia”.

Y sorteando las bromas de sus nietos describía la rutina del almacén de campaña “Había de todo, herramientas, palas, machetes. Cómo olvidar a la abuela Luciana atenciosa y servicial. Era difícil separar dónde comenzaba la atención de los almaceneros y dónde el hecho social. Los días de lluvia no eran pocos quienes quedaban para compartir el copeo, hablar de la salud de sus familias, intercambiar historias. Y, al caer en la cuenta de sus largas veladas de mostrador, los padres de familia tomaban urgentes sus bolsas de pedidos y salían trotando hacia el rancho”.