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“Conocí el olor a miedo”

sábado 24 de marzo de 2018 | 6:00hs.
Liliana Andrés fue secuestrada y estuvo exiliada durante la última dictadura militar.
“Me considero una sobreviviente”, dice Liliana Andrés y recuerda detalles de su experiencia como secuestrada, detenida y exiliada durante la última dictadura cívico-militar. A 42 años del golpe de Estado, la voz de los sobrevivientes toma mayor valor a la hora de conocer la historia reciente. Y Liliana es uno de esos testimonios que conmueven y recuperan fragmentos del horror.
Abogada de profesión, nació en Buenos Aires, pero hace 25 años vive en Misiones con su familia. A principios de los 70, decidió estudiar la carrera y así conoció a Daniel Antokoletz, su primer marido, quien era su profesor en la universidad.
Desde 1972, Antokoletz se dedicaba a la defensa de presos políticos y a la lucha por el respeto de los derechos humanos, y era reconocido dentro del círculo de abogados a nivel internacional. En ningún momento ocultó dichas actividades ni su domicilio.
En 1975 Liliana se recibió y también comenzó a colaborar en los casos junto a Antokoletz. “Estas actividades eran consideradas por el gobierno militar argentino como ‘pecados capitales’”, describe.
El 10 de noviembre de 1976 a las 8.30, con 25 años, fue secuestrada por las fuerzas de seguridad junto a su marido Daniel en su casa de Buenos Aires y luego ambos fueron detenidos ilegalmente en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma). “Tenían vía libre para actuar. Estaban de civil, a plena luz del día. Tuve que desvestirme y vestirme mientras ellos me apuntaban, fue muy fuerte, muy intimidante. Desde el primer momento del secuestro tienden a anularte como persona. Cuando te das cuenta que no es una detención legal, es tremendo, porque sabés que te vas a la tortura y después a la muerte”, describe Liliana.

Secuestro y desaparición
Durante su detención, Liliana recuerda que constantemente escuchaba los gritos de dolor y horror de otros detenidos a los que estaban torturando.“Allí conocí el olor del miedo, una mezcla de acetona y sudor que provenía de nuestros cuerpos y lo impregnaba todo. Es un tremendo choque emocional”.
Y luego describe: “El secuestro es un hecho altamente perturbador, sorpresivo, feroz y totalmente traumático que deja para siempre grandes secuelas. La sensación es de absoluta indefensión y el temor a lo desconocido que tiene el secuestrado cuando se da cuenta de que no se trata de una detención legal, provocan un pánico total”.
Incesantemente, Liliana pidió para ver a su marido: “Un guardia nos hizo juntar en un baño. Nos permitieron sacarnos las capuchas y vendas que teníamos y nos vimos durante dos minutos. Daniel estaba seriamente torturado. Caminaba con dificultad y le habían aplicado picana en los testículos y encías. Luego me volvieron a mi lugar y desde ese momento no he vuelto a saber nada de él”.
Una semana después fue liberada y Liliana hoy cuenta su suerte: “Por la Esma pasaron alrededor de 5.000 personas, de las cuales sobrevivimos 500 o un poco menos”.
En el periplo de denunciar, junto a la madre de Daniel, llegó a la iglesia Stella Maris y allí conoció a Azucena Villaflor de De Vicenti, que a fines de ese año, junto con otras madres y dos monjas francesas, fueron secuestradas y torturadas en la Esma y luego “trasladadas” en los “vuelos de la muerte”. María Adela Gard Pérez de Antokoletz, madre de Daniel,​ fue una de las catorce mujeres que fundaron Madres de Plaza de Mayo. “Estuve en el momento preciso cuando se conformó Madres”, cuenta Liliana.
De manera incansable, al igual que otros familiares de desaparecidos, Liliana presentó hábeas corpus en la Justicia y realizó denuncias ante Fuerzas Armadas y policiales de Argentina, también en Amnistía Internacional, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, la Comisión de Derechos Humanos de la OEA y Naciones Unidas, gobiernos alemanes, holandeses, españoles.
Brindó testimonio ante medios extranjeros, declaró ante la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes de EE.UU., y en el megajuicio de los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Esma. Su testimonio se publicó en el informe Nunca más de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). A pesar de todo esto, nunca volvió a ver a Daniel.

El exilio
Al año siguiente de su detención,  ante el temor, su familia decidió que la mejor opción para resguardar la vida de Liliana era el exilio. “Era muy joven y corría mucho riesgo. Yo no paraba de denunciar donde podía. El exilio era la única solución, si caía otra vez me mataban. No me quería ir porque era como abandonar todo. No me pude despedir porque nadie tenía que saber que me iba. Fue el desgarro más grande de mi vida, yo dejaba todo, parte de mi quedó en Argentina, mi vida cambió en un segundo, perdí mi casa, mi marido, mis libros, perdí todo”, cuenta Liliana.
Y recuerda: “Al principio la pasé mal, después vino mi cuñada, y enseguida nos conectamos con otros argentinos. Se creó una organización con exiliados. Seguí denunciando por todo el mundo, desde Madrid por carta, estaban muy pendientes los alemanes, holandeses, españoles y franceses. Y cuando llegó el Mundial se hizo una gran movida”.
En Madrid conoció a su segundo marido, Osvaldo Dei Castelli, defensor de derechos humanos y de los presos de las Ligas Agrarias y que en ese momento era refugiado de Naciones Unidas. Así pudo reconstruir su historia. Volvieron a Argentina y se instalaron en Misiones, donde viven actualmente.
 “El dolor y la incertidumbre en los casos de desaparecidos es tremenda. Pero lo peor la pasó la gente que se quedó acá, nosotros, los que pudimos irnos, fuimos unos privilegiados. Pudimos seguir luchando, encontrarnos y reírnos dentro de todo el horror, y seguir denunciando”, expresa Liliana.

Memoria y teatro
En el Día de la Memoria, para Liliana es necesario contar qué pasó en esta etapa oscura: “Las Fuerzas Armadas establecieron un verdadero Estado terrorista para establecer su proyecto político y socioeconómico que sentó las bases para el desarrollo del neoliberalismo en favor de los grupos concentrados locales y extranjeros, devastando la industria nacional y los pequeños y medianos emprendimientos y el comercio local. Fuerte caída del salario, despidos masivos, empobrecimiento del pueblo y una millonaria deuda externa”.
Y añade que “para lograr sus objetivos el terrorismo de Estado destruyó toda forma de participación y reacción popular. No quería voces disidentes. El instrumento de este sistema represivo consistió en la detención, desaparición, tortura y asesinato clandestino de millares de argentinos y extranjeros”.
Para Liliana, es esencial que exista reparación y concientización en todos los ámbitos. Hace seis años, forma parte de la Murga de la Estación, un espacio donde puede compartir su experiencia de vida con otros jóvenes y mantener la viva la memoria a través del teatro en comunidad.

Por Ana Espinoza
sociedad@elterritorio.com.ar
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