‘El compromiso’, un cuento en tiempo de Cuaresma

miércoles 03 de abril de 2024 | 6:00hs.

E
l color de cuaresma es el morado, significa en la liturgia católica duelo y penitencia. Es el color que estaba usando el cura párroco en la misa de este miércoles de cenizas en la capilla Santa Catalina, que textual dijera en su homilía:

“Cuaresma es la purificación para las pascuas, es tiempo de reflexión, meditación, serenidad”. Y enfocando su mirada en la Biblia leyó el salmo 58 de Isaías:

“Ustedes ayunan entre peleas y contiendas. No ayunen como hoy para hacer oír su voz en las alturas. ¿No será más bien otro el ayuno que yo quiero? Desatar los lazos de la maldad, deshacer las amarras de la esclavitud, dar la libertad a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que veas desnudo y no apartarte de tu semejante. Entonces tu herida se curará rápidamente, la gloria del Señor te seguirá porque clamarás y te responderá. Y pedirás socorro y te responderá aquí estoy”.

Luego, el sacerdote continuó diciendo:

“Cuaresma, si bien es tiempo de meditación y arrepentimiento, es también de regocijo. Regocijo porque Jesús se retiró por cuarenta días al desierto y venció las tentaciones de satanás. Y es de recordación, pues se recuerda los cuarenta días que Noé permaneció en el arca sobre las aguas, los cuarenta años en que el pueblo de Israel deambuló por el desierto durante el éxodo y los cuatrocientos años que habitó en Egipto. Y las cenizas de este miércoles son residuos de la quema de todos los pecados, eso significa purificación. Y en la purificación se reconcilia el espíritu del hombre con el espíritu de Dios”. Al decir esto último el sacerdote se acercó a la pareja de novios, Francisco y Lucila, que permanecían arrodillados frente al altar y les marcó una cruz con ceniza en la frente de cada uno diciéndoles:

Recuerden: “De polvo somos y en polvo nos convertiremos”.

Luego el párroco terminó el santo oficio de la misa con el ancestral ‘ite missa est’, al tiempo que bendecía a los presentes haciendo la señal de la cruz con las manos extendidas.

Felices la pareja de novios abandonó la capilla tomados de la mano. Afuera los parientes y amigos más cercanos los esperaban para congratularles y desearles felicidades futuras. Luego los invitados caminarían las seis cuadras que separaban la capilla hasta la casa de los padres de la novia, lugar donde las mesas estaban servidas de sabrosos copetines y torta incluida, elaborada por las expertas manos de los dueños de la confitería La Palma. En cambio, los novios no caminarían, serían transportados en el impecable auto de alquiler del pelado Améndola, que lucía más brillante que de costumbre. Y en verdad jamás vehículo alguno en la ciudad se mostraba tan irreprochable y lustroso que causaba admiración para quien observara e, inclusive, su colega el gordo Bachiller de la parada de Buenos Aires y Bolívar en la esquina de la Casa de la Goma de los Larzábal, decía jocosamente que la chapa del automóvil tenía diez milímetros menos de espesor por las continuas fregadas recibidas.

Admiración causó el regalo de su primo Danielito. Se trataba de una caja convenientemente envuelta en papel brillante y atado con un grácil moñito, conteniendo jabones de tocador exquisitamente formateados con figuras de flores y colores variados, productos elaborados artesanalmente por él mismo y que empezara a ser exhibido en la perfumería Riol y otros negocios afines.

Como no podía ser de otra manera la reunión festiva llegó a su punto culmen cuando el padrino de los novios hizo entrega de los anillos previamente bendecidos por el cura párroco. Al unísono los invitados levantaron las copas brindando por la felicidad de Francisco y Lucila, y éstos sellaron su compromiso matrimonial con un dulce beso.

La reunión llegó a su fin poco más de las once de la noche, pues el día siguiente era jornada laborable y había que levantarse temprano. En tal sentido el primero en retirarse fue el hermano del novio llevando consigo a su madre, acompañados del resto de los invitados, no así el Polaco y Eudoro, los amigotes del novio, que se quedaron un rato más a beber los últimos sorbos de cervezas. Luego los cuatro salieron a la vereda donde estos dos se despidieron, en tanto los novios platicaron por breve tiempo para despedirse con un prolongado beso.

No bien el Paco dio dos pasos, Lucila le dijo sorprendida:

-Oye, Francisco, me pareció ver cruzar a alguien disfrazado de diablo por la esquina-

-Puede ser- contestó Paco-todavía hay bailecitos de disfraces en los piringundines, y los muchachos querrán seguir la jarana en tiempo Pascual-, y continuó su camino sin dar importancia al asunto ni al misterioso personaje.

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