Peabirú

domingo 28 de abril de 2024 | 6:00hs.

Existe una teoría muy usada que indica que para todas las cosas hay un atajo, ya sea para llegar de un punto a otro, o para descifrar una fórmula matemática compleja.

El viaje a través del universo, por ejemplo, se haría en la mitad del tiempo si se demostrara la existencia de los puentes de Rosen-Einstein, popularmente conocidos como “agujeros de gusano”. Son una especie de atajo entre dos puntos del espacio tiempo. Se habló durante muchos años en el mundo científico de los agujeros negros como la vía posible y parte de este puente, pero hasta ahora la ciencia nada ha podido demostrar.

El que maduró durante años una idea similar pero más terrenal, y finalmente lo pudo demostrar, fue el abogado argentino Alfredo Barragán. Intrigado por las colosales cabezas olmecas, unas esculturas de 20 toneladas y de casi 3 metros de altura hechas por esa cultura en México, Barragán se propuso demostrar la posibilidad de que navegantes africanos pudieron haber llegado a América mucho antes que Cristóbal Colón. Sostenía que había un camino, una corriente marítima que conectaba los continentes.

Faltaba la embarcación. Estudiando y recorriendo el mundo notó que nativos de Australia, de la costa occidental de América y de África tenían algo en común, usaban un mismo tipo de balsa construida con troncos de madera muy liviana, unidos con ysipós y otros elementos naturales.

Así fue como con un grupo de amigos construyeron una balsa similar, con los mismos elementos. La teoría de Barragán era que en algún lugar del océano entre África y América existía una corriente marítima que los comunicaba. Que si soltaba la embarcación en esa corriente o casualmente caía en ella -imaginemos unos distraídos pescadores africanos unos 10 mil años atrás- la corriente naturalmente después de varios días traería la embarcación a la costa americana. Y tenía razón. El 22 de mayo de 1984, la expedición Atlantis, compuesta por Barragán y tres amigos más, se hizo a la mar. La balsa de troncos atados no tenía timón, sólo una vela, por lo tanto, no podía virar, ni detenerse. Partió de las Islas Canarias, África, y llegó a La Guaira, Venezuela, 52 días después, el 12 de julio de 1984, sin ningún inconveniente. (Ver documental en la web, Expedición Atlantis).

¿De qué va todo esto? Desde que los españoles llegaron a América se gastaron años, barcos y vidas en encontrar un paso que uniera el Atlántico y el Pacífico, hasta que lo hizo Magallanes. Y después la búsqueda derivó en un río navegable, o un camino, para llegar desde el Atlántico hasta el Perú. Claro, ya para este entonces sólo interesaba el oro, sobre todo a los portugueses que se quedaron en Brasil sobre el Atlántico. Se probó navegando los ríos Amazonas aguas arriba, el Paraná, el Paraguay, sin resultados.

Ahora se sabe, hay equipos de estudiosos trabajando en ello, que existía un sistema de carreteras que unía el Pacífico con el océano Atlántico desarrollado por los pueblos amerindios 2.000 años antes de la era cristiana. El sistema de rutas tenía ramificaciones desde Perú hacia los actuales países de Paraguay, Bolivia y Brasil. Los antiguos lugareños lo conocían como “Peabirú”. Tenía 1,40 metros de ancho por unos 30/40 centímetros de profundidad. Lo transitaban tanto los incas como los guaraníes, tupíes y otros pueblos originarios de la región.

La parte brasileña del camino fue descubierta en 1971 por el arqueólogo Igor Chmyz de Paraná.

El año pasado, el periodista, investigador y profesor de la Universidad Federal de Pelotas Carlos Domínguez, presentó el libro ‘Peabirú -Del Atlántico al Pacífico, por el mítico camino sagrado’, que recopila toda la información existente.

Según Domínguez, una de las ramificaciones del sistema de carreteras terminaba en Santa Catarina, cerca de la región de Barra Velha. Otra rama importante llegaba a San Pablo. Estas dos ramas se encontraban en el estado de Paraná e ingresaba a Paraguay. De ahí se dirigía hacia Perú hasta el lago Titicaca. Y conectaba con el Camino Inca.

Durante la conquista muchos exploradores buscaron ese camino del cual tenían noticias. Álvar Núñez Cabeza de Vaca fue uno de ellos, en esa búsqueda descubrió las Cataratas del Iguazú.

Al contrario de lo que pensaban los europeos, que describían al nuevo mundo como un lugar inhóspito, el continente estaba conectado de norte a sur y de este a oeste por caminos. En las montañas todavía están visibles; en la zona de selva, la misma naturaleza cubre rápido aquello que se queda sin uso.

Cuenta Dominguez que Peabirú probablemente signifique Camino al Perú. Y que gran parte del recorrido entre Paraguay y Brasil estaba cubierto por una especie de alfombra verde de una maleza rastrera que tiene una frutita que se pega a los pies de los que pasan y se reproduce muy fácilmente.

Ese yuyo todavía es muy común en nuestra zona. En la zona del río Uruguay se le conoce como “pega pega” y en la costa del Paraná y en Paraguay como Tapé cué, una palabra de origen guaraní que significa camino viejo.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?