Lo que nos diferencia de los monos

domingo 31 de marzo de 2024 | 6:00hs.
Lo que nos diferencia  de los monos
Lo que nos diferencia de los monos

Probablemente no quepa tanta verdad en una frase como en “la experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado”, pero experiencia no siempre es igual a sabiduría, ni de quien sufrió la metafórica alopecía ni de quienes contemplaron el proceso sin necesidad de perder el pelo. El recordado comentario de Ringo Bonavena no es muy críptico: cuando por fin entendemos de qué va la cosa, estamos cerca del tiempo de retiro. No quiere decir que la juventud no entienda nada (aunque, a la hora de elegir equipo de fútbol, el fallecido boxeador tomó una mala decisión) ni que todo lo que diga un mayor deba ser palabra santa, pero sí hay que tomarlo en cuenta, sobre todo para no cometer las mismas equivocaciones del pasado.

¿Por qué en las estaciones de servicio hay baldes de arena (o un producto similar) en vez de mangueras de bomberos? Porque alguien, en algún momento de la historia, quiso apagar con agua un incendio de líquidos inflamables y lo empeoró. ¿Por qué a un alérgico a la penicilina se le aplican otros antibióticos? ¿Por qué a un perro no se le dan huesos de pollo? ¿Por qué los juguetes con piezas pequeñas no son aptos para bebés? Esas y miles y miles de normas similares, escritas o implícitas, aplicamos día a día porque (venga otra frase popular) el que se quema con leche, ve una vaca y llora.

La ciencia sigue el mismo proceso. Se aprende de los errores. Se dejan asentados los errores. Se intenta no volver a cometerlos. Se prueba un remedio en determinada enfermedad, en dosis más bajas, más altas, se toman en cuenta todas las variantes, se miden los resultados y si no funciona, se descarta. Punto. Así es como se dejaron de utilizar sustancias que se creían útiles para ciertas afecciones cuando no se pudo demostrar su efectividad. Y hoy a ningún médico serio se le ocurriría dar un antiviral para una infección bacteriana.

Pero el conocimiento no sólo se acumula en medicina. En todos los ámbitos de la vida somos consecuencia, directa o indirecta, de aquello que durante los miles de años que habitamos en este planeta han experimentado otros seres humanos. Y está bien preguntar por qué, es muy bueno interesarse en cómo funcionan las cosas, qué sucede si se hace o deja de hacer algo, siempre y cuando eso no nos lleve a creernos especialistas en algo que acabamos de empezar a entender.

¿Qué nos separa de esos simios apenas erguidos de hace 300.000 años? ¿La biología? ¿Las costumbres? ¿El lenguaje? Algo más: la historia, los saberes que se transmitieron de generación en generación, desde no comer alguna fruta venenosa hasta no caer en estafas online. Hasta 1903 no se había hecho un vuelo con motor y menos de 60 años más tarde un ser humano llegó al espacio. Ambos hechos están conectados y sin el primero, el segundo no se hubiera alcanzado (o, al menos, hubiera tardado más). Los individuos, las comunidades, los países y hasta los continentes nos nutrimos, aprendemos y replicamos lo bueno que hacen otros, no necesitamos pasar exactamente por lo mismo para extraer conclusiones de lo que podemos imitar y de lo que debemos evitar. Cuando sos chico, primero impiden que metas los dedos en el enchufe, después te ordenan que no lo hagas y más tarde te explican detalladamente los peligros de la electrocución. No necesitás vivirlo (si ese sigue siendo el verbo adecuado después de hacerlo).

“Hacé tu propia investigación, buscalo en internet, googlealo”. Sí, ¿pero qué vas a hacer con lo que encuentres? Porque en internet conviven la Biblioteca de Alejandría con los manuscritos de cualquier autopercibido iluminado. Ni qué hablar de las cadenas de WhatsApp o los videos conspiranoicos. Dudar es una actitud positiva, pero descreer de los especialistas y aceptar como verdad lo que dice el charlatán de turno es, como mínimo, incoherente.

No podemos perder el tiempo en tener que volver a demostrar que la tierra es redonda, que son buenas las vacunas o que un hecho probado, contrastado, con varias fuentes que lo atestiguan, sucedió y no responde a un complot. Es un despropósito dejar a nuestros mayores -quizá menos preparados para los frecuentes cambios- o a nuestros niños y adolescentes en manos de negacionistas, militantes de la ignorancia o fanáticos de supuestas verdades alternativas.

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