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El barco

domingo 28 de enero de 2024 | 3:50hs.
El barco
El barco

Carlitos estaba exultante. No eran frecuentes los paseos que compartía con su padre y, por la costanera, nunca. El hecho de pasar un par de horas juntos, más los juegos en la hamaca, más el helado y la gaseosa que compartieron, convertían a esa tarde en una maravilla a la cual no pensaba darle fin.

La insistencia de sus siete años lo llevó a correr por las anchas veredas del camino que llevaba hacia el puerto, pese a las quejas de Walter que trataba, vanamente, de sujetar tanta alegría.

Al llegar a la altura del barco abandonado comenzó a rogar.

-¡Dale Papi! Bajemos hasta el barco. Ahora se puede. Y dicen en el cole que está buenísimo.

El barco, una imponente mole de ocho pisos, hacía mucho tiempo ya que juntaba óxido en sus abandonas cubiertas.

Había ido a parar a ese fondeadero, muy cerca del puerto, llevado por los locos sueños de unos cuántos funcionarios en los cuales el aguijón de la codicia no tenía otro fin que sacarle, a cada piedra, a cada árbol, un rédito económico valiéndose del entusiasmo de los turistas por probar siempre algo nuevo.

En polvorientas maquetas olvidadas aparecía una lujosa y remodelada embarcación convertida en un casino flotante que hasta en su piso superior engalanaba una pileta rodeada de exótica vegetación. Justo en ése lugar, en donde el monte misionero mostraba todas sus galas.

A ése museo de sueños desvariados sólo quedaba un signo de vida en los cuidadores que, de noche y día, mantenían una relajada guardia contra los robos y probables desmanes.

La cara de Walter adoptó la máscara más severa. El hechizo de un paseo hermoso desapareció. La persistencia de Carlitos no percibía la mudanza de lo festivo a lo trágico en el espíritu de su padre. En Walter, el pasado entró como un tornado en un rancho desvalido. Las imágenes, poderosas y vívidas, lo metieron en un pozo de sombras. Sus manos se aferraron a la baranda que protege a los caminantes de caer en el río como si viese a un fantasma surgir de las entrañas del barco.

Se vio a sí mismo en aquella noche que arremolina hojas anunciando la inminente tormenta tomando de la cintura a Julia que, entre coqueteos y miradas ansiosas, lo empujaban con la fuerza del destino a subirla a bordo, tanteando en la semipenumbra de la embarcación.

Luego, vino el jugueteo de besos y caricias inflamados de pasión que interrumpió Marcelo, al aparecer en escena.

Sobresaltados, pero rescatando una normalidad que no tenían en esa situación tan incómoda, se saludaron los hombres con una breve inclinación de cabezas, midiendo las distancias.

Después de un corto silencio Walter alcanzo a decir.

-Pensé que no estabas.

-Cambié de idea -trabajosamente articulo Marcelo, con la voz pastosa de quien le ha dado al trago mucho más de lo que un cuerpo puede aguantar- Creo que no estaría mal participar de la velada.

-No era eso lo que acordamos.

-Bueno, uno puede cambiar de idea. ¿No?

-Yo, no he cambiado de nada.

-Yo sí. Y no te olvidés que acá -acentuó Marcelo empujado por el alcohol taconeando sobre las maderas de la cubierta- el que manda soy yo.

-Lo que debería mandar siempre es la palabra que uno da.

-Mirá, Walter, vamos a hacerla corta. La fiesta es de los tres o no hay fiesta. Así de sencilla es la cosa.

-Entonces, no habrá fiesta.

-¡He! ¡Pará, pará! ¿Y Ella? ¿Qué dice, Ella?

Los ojos de Julia habían empezado a cambiar. Del estupor inicial al aparecerse Marcelo a una juguetona sonrisa al ver el giro que tomaba la situación y el cambio de planes para disfrutar esa noche.

Los dos la miraron fijamente. Uno, algo burlón, el otro, con una dureza implacable.

Midiéndose como púgiles en un cuadrilátero, todos empezaron a sopesar cada palabra.

-Si es por mí, yo, no tengo problemas.

-Bueno, ya somos dos, entonces -terció Marcelo.

Walter miró con una mezcla de enojo y oprobio la sonrisa de Marcelo y luego con desprecio la mueca burlona de Julia.

-Yo, de acá, ya me estoy yendo.

-Pará, Walter, pará. Si no te la estoy sacando. Nomás es que quiero yo también participar.

-Eso tendrías que haberlo hablado antes, no ahora.

-Walter, no te pongas en pose de macho antiguo. Estas cosas pasan.

-Macho antiguo las pelotas. Yo me voy.

Julia se acercó a Walter intentando una caricia apaciguadora mientras le decía.

-No nos enojemos. No quiero problemas.

-El problema ya lo tenemos. Apareció de repente. Y no por mi culpa.

-No quiero que te sientas herido. Si al final, es todo un juego -acotó Ella.

-Claro -interrumpió Marcelo- el macho está herido y siente que debe defender a la dama. ¡Ja! El único desubicado sos vos.

-No te defiendo a vos -dijo mirando a Julia- Lo único que defiendo es mi dignidad. Porque a mí, a la fuerza, nadie me saca una mujer.

Marcelo se sacudió primero la cabeza como si así acomodara un poco sus ideas. Luego, algo tambaleante y ya francamente enojado dio unos pasos hacia Walter mientras en voz gangosa afirmó con rabia.

- ¡Negro de mierda! Siempre queriendo hacerse el macho.

-Yo seré negro. De mierda estás hecho vos. ¡Salí de mi camino! ¡Carajo!

- ¿Así que soy una mierda?  -profirió mientras sacaba un puñal de su cintura-. Ahora vas a ver.

La furiosa estocada pasó a centímetros de la cintura de Walter. El envión del cuchillero lo hizo pasar de largo y cayó cuan largo era sobre la cubierta. La escena sólo estaba iluminada por una luna cautiva de algunas nubes que iban y venían como una réplica de esa danza macabra que ocurría en ese escenario marcado por la desgracia.

Walter buscó desesperadamente algo con qué defenderse cuando sus manos tropezaron con un grueso y oxidado caño que daba la apariencia de haber estado ahí, cerca de sus manos, desde hace mucho tiempo, como esperando pacientemente el momento justo de entrar en escena. Lo asió con las dos manos y esperó.

El peligro disipó como por arte de magia la borrachera de Marcelo quien, esta vez, midió mejor el golpe asesino, pero Walter fue más rápido. El estruendo del pesado caño haciendo estallar su cabeza lo hizo caer como un muñeco de trapo.

Después de un momento de desconcierto, el llanto histérico de Julia, acurrucada en un rincón, era la única melodía en ésa noche trágica.

Walter calmó primero su agitación y luego, con un balde lleno de agua que derramó sobre la cabeza de Julia, logró calmarla.

-Prestame mucha atención -le dijo- Esta noche nos hemos mandado flor de macana. Vos me dijiste que estás de paso, acá, en Iguazú. Tenés que irte ya a tu pueblo y olvidarte. ¿Me entendés bien? Olvidarte de esta noche, de este barco y de mí. Agarrá una goma y bórrate de la memoria estas últimas horas. A mí no me encontraste y por eso te fuiste. Arréglate un poco. Yo te ayudo a subir hasta la costanera y, de ahí, te vas caminando hasta la terminal.

La aterida muchacha a todo dijo que sí cabeceando en un gesto afirmativo como un chico.

Después de dejarla en senda de la costanera, volvió al barco, constató que sin dudas su rival estaba muerto y se dedicó a borrar cuanto vestigio de su presencia quedaba en la escena.

Luego, dando un gran rodeo volvió a su casa. Se tiró en la cama y sin pegar un ojo rememoró cada instante de esa noche, con imágenes que pasaban, ora en cámara lenta, ora en vertiginosos momentos que los dejaron exhausto. Se levantó al alba, tomó unos mates y se cruzó al frente de su casa donde vivía su amigo Juan. Se conocían desde la infancia y sólo cuando su vecino ingresó a la policía se distanciaron porque al pasar, uno a la vereda del grupo de los que golpean y el otro al grupo de los golpeados, aquella otrora amistad se fue enfriando.

Sabía que era madrugador y ahí lo encontró, sentado bajo el frondoso mango donde lo veía siempre cuando volvía de sus parrandas de madrugada.

No hizo falta muchos preámbulos para que Walter contara su historia. El otro escuchó en silencio hasta que su amigo se quedó sin palabras. Luego habló.

-¿Y por qué me contás esto?

- Porque no sé qué hacer. ¿Desaparezco de Iguazú?

Un largo silencio siguió a sus palabras. Sólo el silbido del mate carraspeando la bombilla entre la yerba se animaba a ser escuchado en esa madrugada.

-Mirá, Walter, vos nunca, escúchame bien, nunca, me has contado nada. Yo, de todo esto no he oído nada ni en sueños. Esta historia tiene sexo, alcohol, peleas y muerte. Va a rondar un rato largo en las habladurías de la gente. Ése hombre, estaba cuidando una propiedad, en la cual eras un intruso. Además, borraste tus huellas. Eso, ya te está convirtiendo en culpable. Yo te creo, pero es difícil que algún juez lo haga y te tenga compasión ¿Vos eras medio peroncho? ¿No? Vas a tenerle que hacerle caso a tu difunto jefe, entonces. Tu vida, de ahora en más, será la máxima peronista: “Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo”. Se acabaron tus jodas hasta la madrugada. Jamás salgas a la calle sin documentos. Y, esto es personal, búscate una buena chica, asentá cabeza en un hogar como Dios manda. Quédate quieto como pez en la pecera. Con el tiempo, como pasa con tantas cosas, ésta historia, también pasará al olvido.

Un apretón de manos dio por terminada la charla.

Walter se cambió de barrio, se casó y, de vez en cuando, aunque de una vereda a la otra, saluda, más con la mirada que con los gestos a Juan, que retribuye su saludo de igual manera.

De pronto, la chillona voz de su hijo lo volvió a la realidad.

- ¿Y? ¡Vamos Papi, vamos al barco!

Walter descansó en los ojos del pequeño su presente en forma de inusitada riqueza que no creía merecer.

-¿Sabes qué pasa? Ese barco, me han dicho, tiene fantasmas. Algunos lo ven y otros no. Nunca hay que ir de tardecita, como ahora, porque es la hora en que más salen. Y dicen que, si mirás a un fantasma, ésa noche no podés dormir. Yo te propongo -terminó de hablar tomándolo firmemente de la mano- ir a buscar a mamá y a tu hermanita para ir a comer unos panchos donde a vos te gusta, ése lugar que tiene juegos. ¿Qué te parece?

Aún con la duda instalada en su tierna cabecita, el pequeño se dejó llevar sin protestar, mientras los colores cambiantes del hermoso cielo de la costanera de Iguazú, los veían alejarse del barco tomados de la mano en una postal de amor.

 

Cruz Omar Pomilio

Pomilio reside en Puerto Iguazú. Ha publicado Cuentos Misioneros, Cicatrices del alma (poesía), La licorera y otros cuentos y Los 33, (novela), entre otros.

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