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Puerto Lagarto

domingo 31 de diciembre de 2023 | 3:52hs.
Puerto Lagarto
Puerto Lagarto

Era una madrugada oscura cuando provistas de linternas y en estricto silencio bajamos hacia la costa. Nuestro pasero vino al instante y puso a punto el bote. Lo desaguó, pasó una rejilla por los asientos todavía húmedos por el rocío y ajustó los estrobos. Con una parsimonia digna de un arte, hundió los remos en el agua e inició la marcha acompasada con el murmullo de los remolinitos que se forman a cada lado de la canoa y en la popa a medida que se avanza. La neblina comenzó a tejer una fina banda que cubría exactamente la línea de la costa opuesta. De pronto nuestro remero detuvo la marcha. Había visualizado unas olas que conocía perfectamente y nos dijo: -son de la lancha de la patrulla. Solo esa produce estas olas. No podemos cruzar ahora por acá.

¿Qué hacemos? -le preguntamos- No podíamos dar marcha atrás. Nuestro hermano Francisco ya nos esperaba del Otrolado.

 -Bueno, tenemos que aguardar un poco, nos respondió Almirante (ese era su apodo). La espera se hacía larga y la incertidumbre iba en aumento. La neblina cubría cada vez más el panorama de la costa. Pensamos que nuestra misión no llegaría a su objetivo.

En ese interín nos cruzamos con un pescador que estaba revisando sus redes y nos comentó que, efectivamente, había visto bajar “a camalote” la lancha negra y que solo para arribar al sitio de vigilancia había arrancado el motor; de ahí la repentina aparición de las olas. Además, le aconsejó a Almirante a cruzar más arriba, en el Puerto Lagarto; que allí había un buen camino, que subiendo la cuesta se llegaba a una canchita de fútbol; Atravesada ésta ya podría divisarse la salida del Parque.

Ya estaba decidido. Nuestro pasero batió a fondo los remos y así llegamos al consabido “puerto”. Apenas un trillo por el yuyal que no daba ningún indicio de que fuera transitado por personas. Más bien parecía el sendero de algún animalito silvestre; mojada y resbaladiza, la subida se hacía dificultosa, más teniendo en cuenta el peso que llevábamos en nuestros bolsos. Superado un primer tramo, tuvimos que atravesar un tambaleante puentecito hecho de un solo tronco para trasponer un pequeño arroyo; luego nos esperaba la “ribada” propiamente dicha provista de unos rústicos escalones excavados en la tierra.

 Mientras subíamos pensábamos cómo avisar a nuestro hermano -que nos esperaba en el “puerto” del Barco Hundido- que habíamos cambiado de lugar de desembarco, ya que él no utilizaba celular. Pero esto se vería después. Primero se imponía llegar lo antes posible a la supuesta canchita. Nada de eso divisamos al culminar la subida. De repente nos hallábamos en un mandiocal al fondo de unas humildes viviendas. Estábamos perdidas. En las inmediaciones un hombre -que veía nuestras caras desconcertadas- nos dijo que podíamos pasar por el frente de su casa con confianza. Seguidamente nos dio las indicaciones para proseguir nuestro camino y llegar a la “salida”.

Francisco intuyó la situación. Él había visto las mismas olas. No conocía el “puerto” Lagarto, pero los paisanos de la costa se lo indicaron. Era el “alternativo” al a su vez “alternativo” del Barco Hundido. Exactamente a medio camino pudimos encontrarnos finalmente con el destinatario de nuestra aventurada misión y entregarle los tan ansiados productos del campo y, principalmente, sus remedios.

 

Karina Dohmann

La autora es de Eldorado. Es profesora y licenciada en Historia. Publicó en coautoría con su hermana Martina, “Relatos de Otrolado” y “Amores de Otrolado”.

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