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Un cuento de Navidad para una batata

domingo 24 de diciembre de 2023 | 3:46hs.
Un cuento de Navidad para una batata
Un cuento de Navidad para una batata

Las navidades tienen un no sé qué que a la gente le emociona: debe ser el encontrarse con la familia, los regalos y paseos, o simplemente el cansancio del año que se termina. En las últimas navidades me volví un poco sensible, reflexiva, pero no exactamente fuerte.

Ese año parecía que era igual que cualquier otro: nos preparábamos para la cena en lo de mi mamá, y a mí me tocaba llevar una guarnición. Entonces me acordé que en la alacena había una caja con batatas: “batata doce” decía mi abuela que hablaba abrasilerada[1] porque era de San Javier, y en esta zona de Argentina estamos en contacto permanente con la cultura del Brasil y del Paraguay, la batata es un alimento presente en las mesas de estos países. En otros lugares le dicen papa dulce, patata dulce,​ camote,​ moniato o boniato. Yo me puse a pelar las batatiñas[2] con el calor del verano de Misiones que nada tiene que ver con las representaciones que el hemisferio norte hace de la navidad, pero mucho tiene que ver con los sentimientos amorosos y los buenos anhelos que se suscitan para estas fiestas.

Todo trascurría normalmente. Me propuse realizar la tarea encomendada.

Entonces me incliné a mirar por detrás de la alacena, y allá se interrumpió esa paz del que se prepara para la fiesta. Todo el mundo se me detuvo, todos los miedos y las angustias se me hicieron presentes, sentía que algo me pegaba muy hondo y ya nada jamás volvería a ser igual para mí. Allá estaba: era una batata sola en el oscuro, una batata que se cayó, una batata que estaba germinando, sus brotes se retorcían y ya dejaba ver las primeras hojas. No. No había tierra, ni agua, ni luz. Pero la batata se aferraba a su destino de planta.

Me quedé atónita, se me estremeció la piel. La batata era un símbolo de valentía, de aferrarse a la vida por más que todo indique que no hay vida por delante a la cual aferrarse. La batata, ser inconsciente, inculto, sin espíritu y sin entendimiento había entendido todo. Absolutamente todo.

Me emocioné. Lloré por esa batata, por la ternura del que se aferra a su misión con todas sus fuerzas: sus últimas fuerzas, lloré por mis profesores que me enseñaron que todas las cosas siguen su causa última como decía Aristóteles: el de la batata es ser planta, la del ser humano ser feliz mediante la virtud,  lloré por mis hijos y por no haberles dicho nunca lo que la batata ya sabe: que en la oscuridad se puede intuir la luz, que en la soledad también se puede argüir esperanza, lloré por mí y por esta pobre humanidad que tengo que no es nada ante la batatidad[3] de esa pobre batata: la batata sabe para qué vino, la batata no está llena de dudas, la batata no tiene excusas.

Una insignificante batata materializaba los versos de Albert Camus: “Me di cuenta, a pesar de todo, que en medio del invierno había dentro de mí un verano invencible. Y eso me hace feliz.  No importa lo duro que el mundo empuja contra mí; en mi interior hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta.”[4]

Cociné las otras batatas, a esa le dejé ahí para llevarle a la tierra que tanto anhelaba. Disimulé la cara de llanto, pensé en la belleza de la naturaleza, en la fortuna de la familia, en qué lindo es poder vivir, resistir, insistir, sentir y pensar, y me fui.

“Hija, ¿pudiste traer la batata?” y algo en mi interior sonrió y lloró al mismo tiempo “Sí mamita: yo, pude. ¿Cómo no voy a poder?”

 

1) Que tiene características brasileñas.

2) “Batatita” en portugués.

3) Condición de batata.

4)  Fragmento de “El verano” de Albert Camus.

 

Yésica Rosiani Da Rosa

 

3° Premio del XI “Concurso Internacional de Cuentos Navideños” de la Fiesta Nacional de la Navidad del Litoral. La autora es de Leandro N. Alem, Misiones.

 

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