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Kalevala

domingo 29 de octubre de 2023 | 3:54hs.
Kalevala
Kalevala

Kalevala suelta la escoba y se lanza hacia el río, mientras grita:

-¡Se lleva la gallina! ¡Mi gallina!

Su agitación me sobresalta, y por la ventana veo un puma colorado en el instante en que desaparece tras los bananos de la costa. Por el cuadro que enmarca mi ventana pasa en seguida Kalevala como un bólido llameante. Llama al perro y grita al puma con todas sus fuerzas. La oigo durante un momento, hasta que sólo puedo percibir les ladridos de "Dil", ya muy lejanos.

De pronto pienso en si lleva su arma o si la ha olvidado; esta salvaje es capaz de querer arrebatarle la presa al felino con sus propias manos. La idea me intranquiliza. Un poco mecánicamente palpo la empuñadura de mi revólver, pongo candado a la puerta del boliche y echo a correr por el camino de la costa hacia los ranchos de Gabriel-cué.

Paso los ranchos, y unos trescientos metros más allá me detiene el monte. Escucho. No oigo nada. "Dil" se ha callado, o está demasiado lejos. Re- corro la orilla de los malezales, buscando rastros. Hasta que encuentro una clara señal del paso de Kalevala: un trozo de su vestido prendido en una zarza. Sin duda ha entrado en el monte a toda carrera.

Trato de seguir sus huellas. Pero es difícil. En el suelo, la gruesa capa de hojarasca no muestra impresión alguna; y largos trechos pedregosos, de vegetación rala, donde sólo hay helechos entre los troncos de los grandes árboles, no presentan indicios de haber sido tocados. De continuo tengo que examinar con mucha atención el suelo, las ramitas de los arbustos y las hojas de los helechos. Y cuando estoy sobre la pista puedo correr unos metros. Pero, a la larga, avanzo lentamente.

Al fin me canso, y dejo de andar. Escucho. Sólo oigo las perdices de monte que cantan a la caída de la tarde. Aguzo más el oído y percibo apenas los aullidos de una banda de monos que ha de estar a gran distancia, y de vez en cuando el graznido del tucán, la charla de loros y de urracas, y el zumbido de algún escarabajo. Pronto va a ser de noche; el crepúsculo es muy corto en el sub- trópico, porque el sol baja perpendicular al horizonte. ¿Cómo regresaré en la obscuridad? Bajo un monte sin caminos me es imposible conservar mucho tiempo la orientación. Sólo Kalevala es capaz de eso.

Empieza a obscurecerse el bosque; el follaje, demasiado denso, no deja penetrar la luminosidad del cielo. Pienso que ya no podría regresar porque la noche va a cerrarme el camino. Coloco las manos en bocina y lanzo un prolongado grito de llamada. Nadie me contesta. ¿Se habrá ido tan lejos Kalevala?

Recuerdo que más adelante corre un pequeño arroyo. Remontando su curso podría buscar a Kalevala en una gran extensión de selva adentro; después, aguas abajo, saldría al Paraná aunque fuera en las tinieblas. Todavía hay luz; debo alcanzar ese arroyo.

Avanzo casi en línea recta. A fuerza de brazos me abro paso entre ramas, cañas y lianas; me desgarro las ropas, me lastimo las manos y la cara. Hace calor, y el sudor se me mete en los ojos. Le estoy jugando una carrera al sol, y en ganarla me empeño como si de ello dependiera mi propia vida. ¡Qué ocurrencia la de esta mujer, irse tras un puma!

Poco más adelante la vegetación se vuelve rala y el terreno comienza a bajar. Es la suave barranca del arroyito. Todavía hay luz; he ganado la carrera.

De pronto, un ruido de agua me hace mirar al arroyo, y por un instante creo que sufro una alucinación: ahí, desnuda, con el agua hasta las rodillas, está Kalevala como una sirena de leyenda, como una diosa que ha bajado al mundo, como un sueño. Me quedo mudo para no romper el cuadro. Ella es el centro blanco de la tarde rojiza que se apaga, es el corazón de la inmensa selva adormecida. ¡Qué bella es Kalevala! Sólo puede ser la realización de una idea de Dios esa línea, ese color y ese movimiento. Delgada, altiva, flexible y precisa, siento que ya está brillando dentro de mí.

Ese cuerpo desnudo, perfecto, es la pincelada maestra del paisaje. Quiero admirarlo mucho tiempo, pero "Dil" me descubre, y alborozado corre a mi encuentro. Kalevala me mira un poco sorprendida. Sale del agua, sin agitación, y se viste.

-No alcancé al puma -me dice-; "Dil" se equivocó de rastro.

Desciendo la barranca y voy a sentarme al borde del arroyo. Ella termina de ajustarse el cinturón y se sienta a mi lado.

Se asoman las estrellas y comienza el despertar de la vida nocturna. Corta el aire el agudo silbido de los murciélagos; los cocuyos exploran con sus faroles verdosos las tenebrosas cavernas de la fronda; un vertiginoso planeo de raso pasa como una exhalación junto a nosotros; el urutaú clava su grito asesino en el recuerdo de la loca de ojos grises, y comienza a fosforecer la mojada y revuelta cabeza de Kalevala.

Apoyo mi brazo sobre sus hombros, y ella me mira con las pupilas muy abiertas por la oscuridad.  

-Tu mirada -le digo- es un rayo azul que se me incrusta en los sentidos. Nunca te lo dije, pero es así.

-….

-Estás siempre como ahora, frente a mí, en todas partes, a cualquier distancia, y me miras a través de la selva. Creo que si te murieras se apagaría el sol.

-¿Quéee?

-Que te quiero, Kalevala. Eres más grande que la civilización nórdica que duerme en tus venas. Tienes el alma hecha de tierra cálida, de ríos vertiginosos, de cerros altivos y serenos, y de lapachos en flor.

-¿Cómo?.

-¡Salvaje! ¿Es que sólo entiendes de luchas y de palabras rudas?

-…

-Perdóname; bien sé que te gustan las flores acuáticas que trae el Paraná; que sigues el planeo de los buitres; que escuchas el canto del zurucu-á; que miras las estrellas, y que me comprendes mejor que nadie, aunque no sepas lo que te digo.

-Claro.

-Entonces déjame decirte. ¿Sabes por qué te quiero? Porque eres salvaje; porque eres la naturaleza; porque está en tí toda la selva. Y amo la selva porque ella vive por la nobleza de la fuerza, cara al cielo, al sol, a los huracanes. Y te quiero porque eres linda.

Tomo su cabeza con ambas manos y aprieto mi cara contra la suya, contra su boca fresca. Mientras el arroyo murmura largo tiempo en las tinieblas... Hasta que sale el sol, y regresamos a casa.

Hasta muy tarde no se esconderá la luna tras el cerro.

-Ten cuidado, Kalevala le advierto-, no debes salir en noches de luna, porque brillas como el sol...

Noche de luna

Esta vez ganaré quinientos pesos con los rusos. He logrado que me paguen cincuenta por cabeza, y pasaré diez hombres en tres noches. Vale la pena. Sólo temo a la policía paraguaya; el alemán Kóffer parece sospechar lo que está ocurriendo, y nada le cuesta hacer sospechar también a los marineros; quizás haya hablado de más algún ruso tonto cliente suyo. Pero es menos difícil escapar de aquí que entrar en la Argentina. Esta noche debo pasar a tres. No creo que Kóffer haya tenido tiempo de avisar al oficial de Cantera.

Kalevala teme sorpresas a cada momento; de tiempo en tiempo sale a escudriñar la oscuridad; y lleva al cinto su Browning, lista, en la funda abierta.

 

Germán Dras

El relato es parte del libro Aguas Turbias. Dras publicó Alto Paraná y Apuntes del Alto Paraná (1939); Tras la loca fortuna (1940). Germán Laferrere, su nombre verdadero, residió en la zona San Ignacio varios años.

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