¿QUERES RECIBIR NOTIFICACIONES DE LAS NOTICIAS MAS IMPORTANTES? HACE CLICK ACÁ

El limpiador

domingo 22 de octubre de 2023 | 3:54hs.
El limpiador
El limpiador

La barra de amigos se juntó como siempre para ver el partido de futbol y compartir el asado en la casa de Javier, con la algarabía de las risas y bromas de todos, acompañados con la siempre burbujeante alegría del alcohol.

Matías, que siempre era el primero en llegar, esta vez lo hizo cuando la reunión había empezado.

En su cara la preocupación, mezclada con un rictus de ira lo mostraban descontrolado. Y antes que comenzaran las preguntas comenzó a hablar.

-Fui a cobrar una cuenta, que al final no me pagaron. Fue solo hace un rato, cuando venía para acá. Tres pibitos, seguramente drogados, me asaltaron, justo cuando subía al coche. Me pegaron primero, como para ablandarme o quién sabe, de puro sádicos no más. Me llevaron el celular y unos pocos pesos. En el coche no tenía nada. Solo un pullover viejo, que también se llevaron. Lo peor fue que el más grande, que no tendría ni quince años, me puso un cuchillo en la garganta. ¡Y le temblaba la mano! Yo les dije:

-¨Tengo chicos de la edad de ustedes, loco. No tengo nada.  ¿Qué querés que te dé? ¨ - Mientras tanto los otros me daban. No sé si los convencí o de atolondrados nomás, de pronto, se fueron corriendo. Estaba tirado en el piso. Ni el coche se llevaron. Seguro que ninguno sabía manejar. Un par de viejos que vieron todo se acercaron y me ayudaron. Me dijeron que todos los conocen y que siempre hacen lo mismo. Ahí me tuvieron los viejos hasta que me recompuse un poco. Por suerte parece que no tengo ningún hueso roto. Pero la angustia de tener ese puñal tocándome la garganta no se va a ir tan fácil. Al final, ni denuncia hice. Total, ¿para qué?  En el mejor de los casos, si los agarran, los terminan soltando en unas horas.

Después del relato de Matías, llovieron las voces condenatorias. Las más suaves conminaban a cercar las villas, detener a todo muchacho con pinta de ladrón y encerrarlo de por vida.

Otras, más exaltadas, como la de Javier a quien todos tildaban de un poco extremista, pedían penas de muerte ya. Para, decían, limpiar esta plaga de la sociedad.

La reunión perdió su brillo y alegría. Todos se sintieron amenazados y enojados con los villeros, los jueces, la policía y el gobierno.

Cuando se marcharon y Javier se quedó solo en su casa, sintió un dolor en su pecho, como aviso de que algo iba a pasar y se fue a acostar con un presagio ganándole el alma.

Al otro día en la mañana se llegó hasta la mueblería de Jacinto, uno de los contertulios de la noche pasada.

Era el más allegado y con él podría hablar con franqueza de sus problemas.

Le contó de ese dolor en el pecho y recibió como respuesta una confesión inesperada.

-Prestame mucha atención- le dijo Jacinto- No me interrumpas como hacés siempre, porque es largo lo que tengo que contarte. Después de lo de anoche, te vi muy mal y ahora compruebo que no me equivoqué-  pareció tomar fuerza largando un resoplido para después seguir-.Vos sabés que cuando encontraron a mi mujer con su amante acribillados a balazos, a mí me tuvieron como loco con las sospechas la policía, los amigos, los parientes. ¡Todos!

-Pero….- balbuceó Javier.

- ¡Te dije que no me interrumpieras, carajo!-  se violentó Jacinto.

Después de una pequeña pausa, volvió a su compostura de siempre, de calma y tranquilidad y siguió.

-Yo los maté. Estaba como vos, con esa angustia en el pecho, cuando me enteré de todo, que parecía que se me paraba el corazón. No sabía qué hacer. Todos los amigos nuestros son macanudos, pero para una cosa así, no podés contar con ninguno. Así que me fui a ver al finadito de mi tío José, el que tenía la chacra. Fue siempre un tipo muy sabio, solo que no lo demostraba, porque nunca hablaba. Decía que los hombres usaban las palabras casi siempre, solo para mentir. Bueno, él me escuchó y cuando terminé de contarle, más que indicarme, me ordenó: ¨Tenés que ir a verlo al viejo Irala¨.

Y eso fue todo lo que me dijo. No sé si lo habrás oído nombrar a Irala, es un viejo guaraní, que tiene como cien años. Vive al fondo del camino que lleva a las chacras, pegado al río, ahí, donde todo es selva. Fui, nomás, a ver qué pasaba. El primer día no me atendió, pero te puedo asegurar que me hizo temblar las patas. Le dije que me mandaba mi tío y me miró en silencio con unos ojos chiquitos y achinados, que parecían que ya sabían a lo que iba. Cuando abrió la boca, solo me dijo.

-Volvé mañana.

- ¿A qué hora? - le pregunté.

-A la que quieras- respondió.

-Te juro que del recelo y la desilusión que me dio, casi no vuelvo. Al otro día, fui a la tarde, como para no molestar. Lo encontré al fondo de la chacra, debajo del limonero que tiene, chupando limones como si fueran naranjas. Saludé y me quedé esperando.

Cuando terminó de comer como cinco limones, me dijo.

-Esto tenés que comer. Esto es lo que necesita todo cuerpo, porque el ácido del limón, quema toda la porquería que le hechás adentro. Bueno, contame que te trae por acá.

-Le conté. Todo.

Me preguntó.

- ¿Querés martarlos?

-Quisiera- le dije.

-Sentate. - me dijo señalando un banco a su lado.

Se levantó y de pie, le escuché decir con rabia antes de irse.

-Quedate acá, hasta la nochecita. Si no encontrás la fuerza, ¡jodete! O te podés ir ya mismo. Porque te digo que la fuerza no te da nada gratis. Así como te da, te pide. Pensalo bien un rato. Después, andate o quedate.  Y cualquiera sea tu decisión, no vuelvas nunca más a mi rancho.

-Me quedé; y ya ves. Yo que no mato a una mosca, ni nunca me peleo; los cosí a balazos. Sospecharon, claro, pero nunca pudieron probar nada. Cuando planeaba todo, parecía un frío jugador de ajedrez, previendo cada paso que daba y sus consecuencias.

Calló Jacinto, después de su largo relato, con la mirada perdida a lo lejos.

Javier entonces se animó a hablar.

-Te salió bien la cosa.

-No tan bien. Hay noches en que me levanto, me siento en el patio y ahí me quedo mirando la luna hasta que amanece. Pensé que me iba a convertir en lobisón, pero hasta ahora no ha pasado nada. Y en esas noches tengo una angustia que me rompe el pecho. Vos, Javier, sos un boludo igual que yo. Hablás de liquidar a esos negros de mierda, que son capaces de matarte por un celular, pero sos incapaz de matar una cucaracha.

-Jacinto ¿Por qué me contaste todo esto?

-No lo sé. Supongo que te vi igual a como yo me vi a mí mismo. Con la rabia de sentir y la impotencia de no poder hacer nada. Y aparte, porque algunas cosas que te aplastan, tarde o temprano, a alguien se lo tenés que contar.

Se quedaron largo rato en silencio. Se conocían desde hacía treinta años y las palabras, ya con todo lo dicho, sobraban entre los dos.

Al fin, Javier dijo.

-Decime bien donde queda el rancho.

Lo diarios, o tal vez la gente, lo bautizó EL LIMPIADOR.

Al principio solo parecía coincidencia. Después fue mucho para ser casual.

Siempre solo un tiro entre ceja y ceja. Limpio. Sin forcejeos o signos de pelea. Todos los finados gente de averías con frondosos prontuarios. En poco tiempo, solo quedaron unos pocos audaces malvivientes, desafiando a esa muerte incierta. Y la pequeña ciudad, vivió una tranquilidad y seguridad en sus calles que hacía cien años que no disfrutaba.

Solo dos personas sabían y era como si fuese un secreto guardado solo por una.

Hasta que una noche, en la que primero se había acostado temprano con el sueño viniendo con un mal dormir, se sintió levantado por una fuerza ciega y, en minutos, cazando en las calles.

El muchacho drogado, casi un chico, que intentó robarle, cayó como siempre caían, como copa de un estante, fulminado al suelo con un tiro en la cabeza.

Javier miró el humeante revólver, comprobó que tenía más balas y las fue descargando una a una en el inerme cuerpo.

Así como se sacudía el bulto a sus pies, así también era el temblor en él. Y a cada bala disparada, un goce de satisfacción.

Cuando vació el cargador, en un mágico segundo de paroxismo y excitación comprendió que esta pesadilla debía terminar. Y solo fue entonces que, con un tremendo esfuerzo, abrió los ojos para ver el alba despuntando en el cielo.

 

Cruz Omar Pomilio

El cuento es parte del libro Cuentos Misioneros I. Pomilio reside en Puerto Iguazú y ha publicado Cicatrices del alma (poesía), La licorera y otros cuentos y Los 33, (novela), entre otros.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?